1 Juan 3:3 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Esta sección ha sido subdividida muy acertadamente por J. Stott: 1) Tenemos primero (v. 1Jn 3:3) la consecuencia ética de lo que hemos visto en los versículos 1Jn 3:1 y 1Jn 3:2. 2) Del objetivo que tuvo la Primera Venida de Cristo, el autor sagrado deduce la necesidad de una vida santa por nuestra parte (vv. 1Jn 3:4-6). 3) El tema se repite, pero avanza un paso más, con cambio de énfasis (vv. 1Jn 3:7-9), y sirve el versículo 1Jn 3:10 de puente entre este tema y el que sigue.

1. Dice el versículo 1Jn 3:3 en la NVI: «Todo el que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro». Como observa Stott, ésta es la única vez que el vocablo griego elpís (aquí, en acusativo: elpída), esperanza, tan frecuente en las epístolas de Pablo, ocurre en Juan. El autor sagrado deduce la necesidad de purificarnos, precisamente con base en la esperanza de la Segunda Venida de Cristo: Puesto que hemos de ser semejantes a Él, hemos de purificarnos de la misma forma que Él es puro. Nótese que no dice: «de la misma forma que Él se purificó», pues Cristo no tenía nada de qué purificarse. El verbo para «purificar» es aquí hagnízein y está en presente de indicativo, e indica un proceso continuo (el pecado anida siempre en nuestro interior, hasta que sea eliminado por el último toque del Espíritu Santo en la resurrección). El verbo, en los LXX, designa las purificaciones legales que llevaban a cabo los sacerdotes de la Ley antes de los servicios que realizaban en el tabernáculo y en el Templo. Pero no eran sólo los sacerdotes los que se purificaban de esta manera antes de ejercer su ministerio, sino que lo hacían todos los que se acercaban al santuario. Dice Rodríguez-Molero: «La idea está clara: como los peregrinos judíos se purificaban con diversos ritos expiatorios para entrar en la casa del Señor, igualmente deben purificarse internamente los cristianos, con obras de penitencia (mejor digamos, de arrepentimiento. El paréntesis es mío) y de justicia, para entrar en la mansión celeste de Dios».

2. Después de esta consecuencia general, derivada de nuestra futura condición, cuando el Señor se manifieste en su Segunda Venida, el autor sagrado va a deducir la necesidad indispensable de una vida santa; pero ahora no lo va a hacer con base en la esperanza de la Segunda Venida, sino como consecuencia de lo que el Señor vino a llevar a cabo en su Primera Venida. Como ya hemos apuntado, lo hace dos veces, y avanza dialécticamente en la segunda y cambia de énfasis. Dice así en la primera exposición del tema (vv. 1Jn 3:4-6): «Todo el que peca, quebranta la ley; de hecho, el pecado es la verdadera ilegalidad. Pero sabéis que Él (Cristo) apareció (lit. fue manifestado) para quitar los pecados. Y en Él no hay pecado. Ninguno que viva en Él, continúa pecando. Ninguno que continúe entregado al pecado, le ha visto ni le ha conocido a Él» (NVI).

(A) Vemos primero la presentación del tema: Juan establece como un principio general, sin excepciones posibles, que «todo el que hace (en presente continuativo) el pecado, hace también la ilegalidad» (lit.). El vocablo anomia significa lo contrario de nómos, ley. Tomamos aquí «ley», no precisamente por la ley mosaica, sino por la ley de Cristo: el amor fraterno (v. 1Jn 3:11). Lo que el autor sagrado quiere poner de relieve contra los gnósticos es que no hay dos pautas de moralidad: una para los simples creyentes, y otra para los iniciados, los cuales pueden dispensarse de cumplir la ley en cuanto a lo que se hace por medio del cuerpo, ya que, si el espíritu disfruta de la iluminación de la gnosis, lo que se hace por medio del cuerpo no tiene importancia ética, pues la materia es amoral. Juan reacciona contra este error y afirma con toda energía que todo pecado es infracción de la ley, puesto que pecado e ilegalidad son términos mutuamente convertibles, esto es, equivalentes en el terreno moral.

(B) Viene luego (v. 1Jn 3:5) la exposición del objetivo que tuvo la venida del Señor a este mundo. Lo sabían bien los lectores de la epístola: «Y sabéis …». Dicho objetivo fue «quitar (el mismo verbo de Jua 1:29) los pecados». Muchos e importantes MSS dicen «quitar nuestros pecados». Como ya vimos en el comentario a Jua 1:29, el verbo aíro incluye tres matices complementarios: quitar, levantar y llevarse encima el pecado, lo cual hizo precisamente Jesús, como vemos en Isa 53:6, Isa 53:11, Isa 53:12; Heb 9:28; 1Pe 2:24. Y lo pudo hacer precisamente porque Él no tenía personalmente ningún pecado (v. 2Co 5:21): «Y en Él no hay pecado», añade Juan.

(C) La conclusión que deduce el autor sagrado es evidente (v. 1Jn 3:6): «Todo el que permanece en Él (en Cristo), no continúa pecando; todo el que continúa pecando, no le ha visto ni le ha conocido» (lit.). Como ya advertimos en el comentario a 2:1, una cosa es caer actualmente en pecado, lo cual se expresa en griego mediante el aoristo, y otra muy diferente vivir habitualmente en pecado, lo cual se expresa en griego (como sucede aquí) por medio del presente continuativo. Al decir «no le ha visto», el autor sagrado no se refiere a la visión con los ojos del cuerpo (eso había sido privilegio de los apóstoles v. 1Jn 1:1-3 ) ni a la visión escatológica del versículo 1Jn 3:2, sino a la visión con los ojos de la fe. Esa visión de la fe va acompañada del conocimiento experimental, amoroso, del Señor. El que ama al Señor Jesucristo con amor sincero y constante, no puede vivir en pecado, ya que Cristo y el pecado son antagonistas: el que vive en pecado, no puede vivir en Cristo.

3. En los versículos 1Jn 3:7-9, el autor sagrado avanza un paso más, añade nuevos detalles y cambia de énfasis: «Queridos hijos (gr. teknía), que nadie os induzca al error. El que practica el bien es justo, como Él (Cristo) es justo. El que practica lo que es pecaminoso es del diablo, porque el diablo ha estado pecando (lit. está pecando, en presente como en el v. 1Jn 3:6 ) desde el principio. La razón por la cual el Hijo de Dios se manifestó fue para destruir las obras del diablo. Ninguno que haya nacido de Dios continuará pecando (lit. no hace presente continuo el pecado), porque la simiente de Dios permanece en él; no puede pecar, porque ha nacido de Dios» (NVI).

(A) Nótese en esta segunda exposición del tema la introducción de un nuevo elemento: el diablo. Juan traza hacia atrás la ruta del pecado hasta Satanás, padre del pecado (v. Jua 8:44). El versículo 1Jn 3:7 puede entenderse como advertencia con respecto a lo que ha dicho en los versículos 1Jn 3:4-6 y como puente de lo que viene ahora. En la primera parte del versículo 1Jn 3:8, está la nueva presentación del tema. Los herejes gnósticos pensaban ser justos por tener el espíritu iluminado por la gnosis. Juan advierte (v. 1Jn 3:7) a sus lectores que no se dejen engañar: Justo no es el que posee una luz especial, sino el que practica la justicia; los frutos, no las hojas, son los que dan a conocer la calidad del árbol. En el versículo 1Jn 3:8, Juan introduce un nuevo elemento, pues el contraste ya no es, como en el versículo 1Jn 3:4, entre el pecado y la ley, sino que cava más profundo y va a las raíces últimas del pecado y de la justicia: el pecado es del diablo, mientras que la justicia procede de Dios. Dice literalmente el versículo 1Jn 3:8: «El que hace (en presente continuativo) el pecado es del (gr. ek tou, indicando procedencia) diablo; pues el diablo está pecando (en presente de indicativo) desde el principio». Nótense estos tres detalles:

(a) El que practica el pecado, procede del diablo; en esto, tiene por padre al diablo (comp. con Jua 8:44), al Maligno (v. 1Jn 3:12), el iniciador del pecado y el que introdujo el pecado en el mundo al hacer caer en pecado a nuestros primeros padres.

(b) El diablo está en continua actitud de pecado, pecando él mismo como principal promotor de pecado, ya que es el jefe supremo de las huestes espirituales de maldad (Efe 6:12). De la misma forma que sólo la mentira fluye de su actual naturaleza (Jua 8:44), así también de su actual naturaleza no fluye ninguna cosa buena, sino sólo el pecado y lo que conduce al pecado.

(c) Dice Juan que el diablo está pecando desde el principio. No desde que fue creado, sino desde que, al rebelarse contra Dios, comenzó a ser diablo, pues fue entonces cuando cayó de la justicia, como cayó de la verdad, en la cual, dijo el Señor (Jua 8:44), no se mantuvo.

(B) Equivalente al versículo 1Jn 3:5 es la segunda parte del versículo 1Jn 3:8, donde Juan dice que «para esto fue manifestado el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo» (lit.). Es cierto que Juan no usa el verbo apolése, sino lúse, para «destruir», pero también el verbo lúein (cuyo significado primordial es «soltar», «disolver») puede significar destruir, ya sea en sentido literal (v. Jua 2:19) o en sentido metafórico, por quebrantar o anular (v. Mat 5:9; Jua 5:18; Jua 7:23; Jua 10:35). Dice J. Stott: «La destrucción fue una desatadura (lúse), como si esas diabólicas obras fuesen grilletes que nos encadenasen. Por supuesto, sabemos por experiencia que no están destruidas en un sentido absoluto (v. Rom 6:6; 2Ti 1:10; Heb 2:14, donde el verbo katarguéo no significa, por cierto, liquidar o aniquilar, sino frenar, quitar fuerza, reducir a la impotencia, conquistar y derribar). El diablo está todavía ocupado en hacer sus malvadas obras, pero ha sido ya derrotado y, en Cristo, podemos escapar de su tiranía».

(C) Así como el versículo 1Jn 3:8 corresponde al versículo 1Jn 3:5, así también el versículo 1Jn 3:9 tiene cierta equivalencia con el versículo 1Jn 3:6, pero añade dos nuevos elementos, según la línea que sigue Juan en esta segunda exposición del tema: «Todo el que ha sido engendrado de (gr. ek, procedencia como en el v. 1Jn 3:8 al hablar del diablo) Dios, no hace (presente continuativo: no practica habitualmente) pecado, pues la simiente de Él (Dios) permanece en él (el engendrado por Dios); y no puede pecar continuamente (presente de infinitivo), pues ha sido engendrado (o ha nacido) de Dios» (lit.). Este versículo requiere análisis especial:

(a) En el versículo 1Jn 3:6, el autor sagrado había declarado que el que vive en Cristo no puede vivir en pecado. Ahora viene a decir algo semejante, pero desde distinto ángulo: El que ha nacido de Dios no puede vivir en pecado. Las dos afirmaciones son equivalentes en la práctica, pues el nuevo nacimiento nos incorpora a Cristo para vivir y morir con Él y en Él (v. por ej. Rom 6:3.).

(b) La razón que aporta aquí Juan (v. 1Jn 3:9) es que «la simiente de Él (Dios) permanece en él (el nacido de Dios)» (lit.). Acerca del sentido que tiene aquí el vocablo griego spérma («simiente») se han dado varias interpretaciones, de las cuales sólo dos merecen ser consideradas: 1) La palabra de Dios. A favor de esta opinión, Rodríguez-Molero, que la considera entre las más probables, cita textos como Mat 13:3.; Luc 8:11; Jua 15:3; Hch 13:26; Hch 14:3; 1Co 4:15; 2Co 5:19; Flp 2:16; Stg 1:18; 1Pe 1:23; 1Jn 2:14; 2Jn 1:2. 2) La naturaleza divina. Dice J. Stott, quien está a favor de esta segunda interpretación: «El nuevo nacimiento implica la adquisición de una nueva naturaleza mediante la implantación dentro de nosotros de la simiente misma o del poder vivificante de Dios». Esta es, en realidad, la opinión favorita de F. Rodríguez-Molero (Salguero se inclina por la primera), aunque sustituye, de acuerdo con la terminología catolicorromana, los términos «naturaleza divina» y «poder vivificante de Dios» por «gracia santificante con su cortejo de virtudes infusas» y «Espíritu Santo» respectivamente. Esa es también la interpretación que personalmente juzgo más probable, pero sin la añadidura del «Espíritu Santo», ya que el Espíritu no puede ser llamado «la simiente de Dios»; sino que es el agente trinitario en la aplicación de todo lo que tiene que ver con la obra de la salvación. Si J. Stott entiende por «poder vivificante de Dios» el principio vital que es la misma naturaleza divina que compartimos, estoy de acuerdo; pero no, si lo entiende por el Espíritu Santo.

(c) El autor sagrado da un paso más (v. 1Jn 3:9) y llega a decir: «Y no puede continuar pecando (gr. hamartánein, en presente de infinitivo), pues ha nacido de Dios» (lit.). Por supuesto, Juan no quiere, en modo alguno, decir que el creyente no pueda caer en pecado (¡iría contra lo que ha dicho en 1Jn 1:7, 1Jn 1:10; 1Jn 2:1, 1Jn 2:2!), sino que no puede vivir en pecado y, al mismo tiempo, vivir la vida de Dios, pues son antagónicas. Como dice Stott: «En realidad, si continuase así en pecado, ello indicaría que nunca ha nacido de nuevo». La solución es así de sencilla, sin las complicaciones que el texto crea a los exegetas catolicorromanos por la doctrina que ellos sostienen de que la gracia santificante se pierde por cualquier pecado mortal.

(d) Antes de pasar a otra porción, resulta interesante observar, como hace notar Stott, de que, al tener ante la vista a los gnósticos, Juan ataca en los capítulos 1Jn 1:1-10 y 1Jn 3:1-24 dos diferentes conclusiones del gnosticismo: «Algunos suponían que la posesión de la gnosis les había hecho perfectos; otros mantenían que el pecado no tenía importancia, porque no podía causar ningún daño a los que habían sido iluminados. Ambas posiciones son moralmente perversas. La primera es ciega al pecado y niega su existencia misma; la segunda es indiferente al pecado y niega su gravedad».

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