1 Juan 4:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La mención del Espíritu de Dios lleva a Juan a tratar de los «espíritus» (con minúscula). El vocablo «espíritu», en este contexto, significa el influjo sobrenatural que mueve a los hombres a pensar y obrar de una forma determinada: mala (influjo demoníaco) o buena (influjo divino). Dice Rodríguez-Molero: «Los espíritus que Juan aconseja examinar no son ni los ángeles, ni los demonios, ni ninguna otra potencia sobrehumana; son simplemente los hombres en cuanto inspirados por Dios o por el demonio». Acerca de estos «espíritus», el autor sagrado: 1) Dice que hay que examinarlos con todo cuidado (v. 1Jn 4:1); 2) Añade que el criterio para conocer si el «espíritu» procede de Dios o del «anticristo» es la doctrina ortodoxa sobre la encarnación del Verbo (vv. 1Jn 4:2, 1Jn 4:3); 3) Declara que la oposición que existe entre ambos espíritus es la misma que hay entre Dios y el mundo (vv. 1Jn 4:4-6).

1. Dice así el versículo 1Jn 4:1: «Queridos amigos (gr. agapetoí, amados), no creáis a cualquier espíritu, sino probad los espíritus para ver si proceden de Dios; porque han salido por el mundo muchos falsos profetas» (NVI).

(A) Tres de las seis veces en que Juan se dirige a sus lectores con este afectuoso apelativo de «amados» (lit.), se hallan en este capítulo (vv. 1Jn 4:1, 1Jn 4:7, 1Jn 4:11). Con la ternura va la urgencia a tener cuidado. Aquí es para que no crean, sin el debido discernimiento, a cualquier espíritu. No les urge a examinar la calidad de la doctrina, sino el origen. Hay que poner a prueba (gr. dokimázete, el conocido verbo tan frecuente en los escritos de Pablo, pero única vez que sale de la pluma de Juan) a los espíritus (comp. con 1Ts 5:21), para ver si proceden de Dios.

(B) La razón es que, como dice nuestro refrán, «no todo lo que reluce es oro». «Porque han salido al mundo muchos seudoprofetas» (lit.). Está hablando, como es obvio, de los falsos maestros que ha mencionado en el capítulo 1Jn 2:1-29, de quienes sabemos, por el tenor mismo de la epístola, que eran gnósticos. Los llama seudoprofetas, esto es, profetas falsos, pero que se hacían pasar por verdaderos, como si hablasen directamente de parte de Dios, de quien aseguraban haber recibido una iluminación superior a la que poseían los simples fieles. Para poner de relieve el peligro que se cierne sobre las comunidades cristianas, dice que son muchos. Finalmente, hace notar que han salido al mundo, como si, después de entrenarse bien en sus tenebrosos cubiles, se hubiesen lanzado ahora a la luz pública; «en propaganda descarada», dice Rodríguez-Molero. La admonición de Juan tiene una especial relevancia en nuestros días, cuando las sectas que pretenden tener el monopolio de la verdad son tantas, y muchas de ellas se revisten con ropaje «cristiano».

2. ¿Qué criterio tendrían a mano los lectores de la epístola para discernir dichos «espíritus»? Lo va a declarar Juan en los versículos 1Jn 4:2 y 1Jn 4:3: «Así es como podéis reconocer el Espíritu de Dios: Todo espíritu que reconoce que Jesucristo ha venido en carne, procede de Dios, pero todo espíritu que no reconozca a Jesús, no procede de Dios; éste es el espíritu del anticristo, del cual habéis oído que está llegando e incluso está ya ahora en el mundo» (NVI).

(A) El verbo griego guinóskete puede ser presente de indicativo o de imperativo. Tanto Stott como Rodríguez-Molero y Salguero, y gran parte de las versiones modernas, lo traducen por indicativo. Personalmente, prefiero el imperativo, como traducen la Reina-Valera y la Nueva Biblia Española. La razón es muy sencilla: Juan está ofreciendo a sus lectores un criterio para discernir, no una noticia que ya saben de sobra. Cierto, el imperativo no implica un mandato a secas, sino la indicación de una pauta directiva, por lo que varias versiones, con muy buen acuerdo, lo traducen por «podéis reconocer» (NVI) o «podéis conocer» (Salguero). Lo mismo podría traducirse: «En esto conoceréis».

(B) Algunas versiones escriben el primer «espíritu» así, con letra inicial minúscula, pero la comparación con 1Co 12:3 inclina a escribir «Espíritu» (con mayúscula); tanto más cuanto que el griego no dice aquí ek toú Theoú (que procede de Dios), sino simplemente toú Theoú (de Dios, el Espíritu divino). El verbo griego homologuéi indica, lo mismo que en el versículo 1Jn 4:15 y en 1Jn 2:23, una profesión de fe en el Verbo encarnado.

(C) La forma precisa en que la frase siguiente ha de leerse ha sido exhaustivamente estudiada por J. Stott y merece que resumamos la conclusión que deduce en su estudio: Recordemos que los gnósticos enseñaban «que el Cristo, un eón divino, había descendido sobre el hombre Jesús en su bautismo y se había retirado de Él antes de su muerte» (Stott). Esta observación de Stott nos servirá de gran ayuda para entender mejor también 1Jn 5:6. Por tanto, la versión más acertada de la segunda frase del versículo 1Jn 4:2 es la siguiente: «… que Jesús es el Cristo venido en carne …». Como dice Stott, a fin de precisar aún mejor el sentido: «No es que el Cristo viniese a la carne de Jesús, sino que Jesús era el Cristo que vino en la carne». En efecto, ¡la fórmula que usaban los gnósticos era precisamente la primera de esas dos!

(D) Juan añade (v. 1Jn 4:2) que todo espíritu que reconoce (y profesa) que Jesús es el Cristo venido en carne, procede de Dios (gr. ek toú Theoú estín). Aquí ya vemos la preposición ek y, por eso, la forma correcta de escribir ahora «espíritu» es con minúscula inicial. Por supuesto, no se trata únicamente de profesar con la boca dicha verdad. Comenta a este respecto Rodríguez-Molero: «Lo que dijo en 1Jn 3:18 se aplica a la fe (esto es, a la profesión de fe. El paréntesis es mío): No sólo con la lengua, sino de verdad con obras tanto o más que con palabras». Éste es el criterio (en su forma positiva) para reconocer que dicho espíritu procede de Dios y, por tanto, que quien tal cosa enseña está hablando en conformidad con lo que Dios ha revelado acerca de su Hijo Jesucristo.

(E) A continuación Juan expresa el mismo criterio, pero en forma negativa y añade un nuevo elemento (v. 1Jn 4:3): «Pero todo espíritu que no reconoce a Jesús (esta lectura está mucho mejor atestiguada que la de nuestras versiones Jesucristo ), no procede de Dios». ¿De quién, pues, procede? Lo declara explícitamente el autor sagrado: «éste es el espíritu del anticristo». Muchos copistas pensaron, sin duda, que la frase «no reconoce a Jesús» había quedado incompleta y añadieron, unos Cristo, otros Señor, y aun otros «venido en carne». Quizás pensaban que el ataque a los gnósticos, los del anticristo, no resultaba eficaz, pero, como observa Rodríguez-Molero, «la palabra Jesús designa la persona histórica de Jesús, el Hombre-Dios que propone la predicación tradicional (cf. 1Jn 2:22; 1Jn 4:15; 1Jn 5:15)».

(F) Con referencia a lo que acabamos de afirmar sobre las citadas variantes del original, es interesante observar que muchos MSS latinos al seguir la pauta de un antiguo códice del monte Athos, tiene lúei («disuelve») en lugar de me homologuéi («no confiesa»), con lo que Juan habría atacado directamente la separación, propugnada por los gnósticos, entre el Jesús-Hombre y el Cristo bajado del cielo. Esta separación habría comportado, no sólo la disolución, sino también la destrucción consiguiente de la persona del Señor. Contra la opinión del jesuita F. Rodríguez-Molero de que «la lectura lúei parece ser la más antigua», prefiero la opinión de J. Stott, quien asegura: «Sin duda, es una temprana glosa escribal y no es auténtica». Con todo, ese verbo vino a usarse más tarde como argumento contra la herejía nestoriana.

(G) Las últimas frases del versículo 1Jn 4:3 muestran gran similaridad con lo que Juan dice en 1Jn 2:18. La misma «presencialidad» de algo futuro, que vemos en ambos lugares, es semejante a la de 2Ts 2:3-8, donde Pablo asegura que «ya está en acción el misterio de la iniquidad», a pesar de que aún no ha sido revelado «el hombre de pecado». Comenta Stott: «Al comparar los dos pasajes, 1Jn 2:18-23 y 1Jn 4:1-3, resulta instructivo observar la diferencia de énfasis. En el capítulo 1Jn 4:2, Juan enseña que de nuestra confesión o negación del Hijo depende si poseemos al Padre o no, mientras que en el capítulo 1Jn 4:1-21, dice que de nuestra confesión o negación del Hijo depende si estamos inspirados por el Espíritu o no. La Persona de Cristo es central … Los que niegan al Hijo no tienen al Padre ni al Espíritu».

3. En los versículos 1Jn 4:4-6, el autor sagrado viene a decir que la oposición entre el espíritu que procede de Dios y el que procede del anticristo es la misma que existe entre Dios y el mundo: «Vosotros, queridos hijos (gr. teknía, hijitos), procedéis de Dios y les habéis vencido, porque el que está en vosotros es más grande que el que está en el mundo. Ellos proceden del mundo y, por ello, hablan desde el punto de vista del mundo, y el mundo les presta atención. Nosotros procedemos de Dios, y todo el que conoce a Dios nos presta atención; pero todo el que no procede de Dios no presta atención a lo que decimos. Así es como reconocemos el Espíritu (o, espíritu) de la verdad y el espíritu de la falsedad» (NVI).

(A) Turnando con el agapetoí («amados») de los versículos 1Jn 4:1, 1Jn 4:7 y 1Jn 4:11, hallamos el otro apelativo cariñoso teknía («hijitos») en el versículo 1Jn 4:4, pero el vocablo que, en el original, encabeza el versículo es humeís («vosotros»), con el énfasis puesto en los genuinos creyentes, que son los destinatarios de la epístola. La misma posición enfática tiene el autoí («ellos», los falsos maestros) al comienzo del versículo 1Jn 4:5, y el hemeís («nosotros») al comienzo del versículo 1Jn 4:6, con lo que da a entender, con esta inclusión de sí mismo en la primera persona del plural, que lo que está diciendo forma parte de la predicación apostólica, como lo muestra el contexto posterior del versículo 1Jn 4:6 «el que conoce a Dios nos presta atención, etc.».

(B) Juan asegura a sus lectores que ellos proceden de Dios y han vencido a los falsos maestros. Dice Rodríguez-Molero: «Para quitarles el horror que debía suscitar su última palabra: ya está en el mundo (final del v. 1Jn 4:3. El paréntesis es mío), y aumentar su confianza, les asegura con énfasis y cariño: Pero vosotros sois de Dios y pertenecéis a Dios y participáis de su fuerza». En 1Jn 2:13, 1Jn 2:14, Juan había mencionado la victoria sobre el Maligno, pero, como apunta Stott, aquella victoria había sido de carácter moral, más bien que intelectual; esto es, en el plano ético, no en el doctrinal. Pero aquí es un caso de fe, no de práctica, pues trata del conflicto entre el espíritu de la verdad y el del error (v. 1Jn 4:6, al final).

(C) Esta victoria de los fieles se debía a que «el que está en vosotros, dice Juan (v. 1Jn 4:4), es más grande (es decir, más poderoso) que el que está en el mundo». El que está en los fieles es el Espíritu Santo (v. 1Jn 3:24), y el que está en el mundo es el Maligno, Satanás, «el príncipe de este mundo» (Jua 12:31). La iluminación que los fieles reciben del Espíritu Santo (1Jn 2:20, 1Jn 2:27) es más que suficiente para proteger del error a los creyentes genuinos. Los falsos maestros (v. 1Jn 4:1) tienen el espíritu del anticristo (v. 1Jn 4:3), son del mundo (v. 1Jn 4:5) y, por tanto, yacen en poder del Maligno (1Jn 5:19). Sin embargo, es interesante la aguda observación de Rodríguez-Molero de que, con respecto a los fieles, dice Juan que el Espíritu Santo está en ellos, mientras que, al hablar de los falsos maestros, no dice ho en autoís («el que está en ellos»), sino «el que está en el mundo», y comenta acerca de esta diferencia: «El apóstol no puede afirmar que Satán tenga la misma inhabitación, que ejerza el mismo influjo inmediato sobre los suyos que el Señor sobre los fieles, por convencido que esté de que todo el mundo yace en poder del maligno (1Jn 5:19)». Las frases de Juan a sus lectores recuerdan las de Eliseo a su criado en 2Re 6:16: «más son los que están con nosotros que los que están con ellos».

(D) Los versículos 1Jn 4:5 y 1Jn 4:6 están llenos de contrastes y es conveniente que los estudiemos conjuntamente, analizando por separado los contrastes:

(a) Contraste de procedencia: «Ellos (los falsos maestros) proceden del mundo» (v. 1Jn 4:5), pertenecen al mundo y llevan «la voz cantante» del mundo. «Nosotros (los apóstoles) procedemos de Dios» (v. 1Jn 4:6), no sólo por ser nacidos de Dios, sino también por ser comisionados por Él como testigos de primera mano del Cristo resucitado.

(b) Contraste de mentalidad: «Ellos … hablan desde el punto de vista del mundo», razonan al estilo meramente humano, mundano y, por tanto, satánico (comp. con Mat 16:23). Parecería que el contraste se rompe aquí, puesto que Juan no añade, en el versículo 1Jn 4:6: «Nosotros … hablamos desde el punto de vista de Dios», pero no le hace falta añadir esto, pues la frase siguiente (v. 1Jn 4:6): «todo el que conoce a Dios …» engloba en primer lugar a los apóstoles en su comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1Jn 1:3) y lo atestigua la frecuente repetición del verbo «conocer» en este sentido (1Jn 2:3-5, 1Jn 2:13, 1Jn 2:14; 1Jn 3:1 la segunda vez , 1Jn 4:6, 1Jn 4:16; 1Jn 4:6-8, 1Jn 4:13, 1Jn 4:16; 1Jn 5:20). La mentalidad apostólica estaba estrechamente ajustada a la de Cristo y, por tanto, a la de Dios (Luc 10:16). Véase también el comentario a Jua 17:21. (Mi opinión personal y de algún otro autor es que Jesús se refiere allí únicamente a los apóstoles.)

(c) Contraste de audiencias: «… y el mundo les presta atención» (v. 1Jn 4:5), puesto que reconoce en ellos la misma mentalidad. «A los mundanos les gusta, naturalmente, oír la sabiduría del mundo» (Rodríguez-Molero). Así se explica el lamentable estado de los últimos tiempos, no sólo en los círculos notoriamente mundanos, sino aun dentro de las comunidades cristianas (v. 2Ti 4:3, 2Ti 4:4). En cambio, «… todo el que conoce a Dios nos presta atención; pero todo el que no procede de Dios no presta atención a lo que decimos» (v. 1Jn 4:6). Las cosas de Dios se conocen mediante el Espíritu de Dios (v. 1Co 2:10-14). Los que tienen el Espíritu, «la unción del Santo» (1Jn 2:20, 1Jn 2:27; 1Jn 3:24), no sólo conocen las cosas de Dios, sino que tienen comunión íntima, experimental (según el sentido del verbo conocer aquí), con Dios. Por eso, sólo el que conoce a Dios, presta atención a la predicación apostólica, pues reconoce en los apóstoles a los enviados de Dios (Luc 10:16; Jua 8:47).

Es menester aquí poner de relieve que el prestar atención al mensaje apostólico no es lo mismo que prestar atención a un supuesto magisterio jerárquico, «infalible», de la Iglesia. Me atrevo a decir que es, en último término, aquí donde se hace la línea de separación entre Roma y la Reforma, y quienes no lo vean padecen enorme miopía. Dice, por los evangélicos, J. Stott: «La frase … nos oye no puede referirse a las tradiciones de la Iglesia (o del papado) sin hacer violencia a la insistencia que, en esta epístola, pone en la primitiva doctrina apostólica, totalmente aparte de la cuestión histórica sobre si el consenso de la opinión cristiana ha sido un fidedigno criterio de verdad. C. H. Dodd está en lo cierto al decir que los profetas, que representaban la espontaneidad y la libertad, estaban (y están) siempre subordinados a los apóstoles y a su autoridad».

Oigamos ahora lo que, de parte de los catolicorromanos, dice el dominico Salguero en su comentario al versículo 1Jn 4:6: «La fe, transmitida unánimemente en las iglesias y enseñada por los obispos en comunión con el Papa, es la norma suprema de los fieles, el criterio último de la doctrina ortodoxa. Los que la escuchan y obedecen son de Dios; los que no la oyen no son de Dios, sino que pertenecen al bando de Satanás». ¡Vean los protestantes amantes del ecumenismo dónde les coloca Salguero que, al fin y al cabo, se limita a expresar la enseñanza, aún vigente, del Vaticano I (año 1870)!

(d) Contraste conclusivo: «Así es como reconocemos el Espíritu (o espíritu) de la verdad y el espíritu de la falsedad (lit. del error)» (v. 1Jn 4:6). Aunque el Señor Jesucristo aplicó al Espíritu Santo el título de «Espíritu de la verdad» (v. Jua 14:17; Jua 15:26; Jua 16:13) y, más tarde, el propio Juan dice que «el Espíritu es la verdad» (1Jn 5:6), el contraste con «el espíritu del error», designando la mentalidad de los mundanos inspirados por Satanás, parece indicar que «el espíritu (con minúscula inicial) de la verdad» designa la mentalidad cristiana inspirada por el Espíritu Santo. La diferencia ortográfica, como puede verse, no tiene mucha importancia.

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