1 Juan 5:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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De la victoria por la fe en el Hijo de Dios, pasa Juan ahora a describir las credenciales que nos atestiguan la verdad sobre la persona y la obra de Jesucristo. Tenemos en estos versículos: 1) Lo testificado (v. 1Jn 5:6); 2) Los testificantes (vv. 1Jn 5:6-8); 3) La garantía del testimonio (vv. 1Jn 5:9, 1Jn 5:10); y 4) La consecuencia de la aceptación del testimonio (vv. 1Jn 5:11, 1Jn 5:12).

1. La primera parte del versículo 1Jn 5:6, donde se halla el contenido de lo que Juan testifica, no se puede entender si no se recuerda la enseñanza de los gnósticos sobre la persona y la obra de Cristo. Según ellos, el Cristo celestial vino sobre el Hombre-Jesús después de ser éste bautizado en el Jordán, y le abandonó antes de que padeciera la muerte en la Cruz. A esto responde Juan: (A) «Éste es el que vino a través de agua y sangre, Jesucristo» (lit.). Es decir, Jesús era ya el Cristo antes de ser bautizado, pues el Cristo vino a través de agua, y siguió siendo el Cristo cuando murió en la Cruz. pues pasó a través de sangre. (B) Insiste en la segunda frase del mismo versículo 1Jn 5:6, en que no sólo (vino) en el agua (del bautismo), sino en el agua (del bautismo) y en la sangre (de la Cruz). Viene a decir en estas frases que el Cristo (¡el Mesías!) se hallaba ya en el agua del Jordán, cuando Jesús estaba siendo bautizado, y en la sangre de su sacrificio, cuando fue crucificado.

Ésta es la única interpretación posible de este extraño versículo. La opinión de Lutero y Calvino, entre otros, de que Juan se refiere aquí a los sacramentos del bautismo y de la Cena del Señor, es insostenible, pues Juan se está refiriendo a un hecho pasado, no a una ordenanza que se repite. Y la opinión de Agustín de Hipona y de otros antiguos comentaristas, de que Juan se refiere a la sangre y al agua que salieron del costado de Cristo, ya muerto (Jua 19:34), tampoco tiene fundamento, a pesar de las referencias que se hallan en muchas versiones pues no fue Cristo quien pasó por esa sangre y esa agua (nótese la inversión del orden, y véase el comentario a dicho lugar), sino al contrario: La sangre y el agua salieron a través del cuerpo de Cristo.

2. Después presenta Juan los que testifican sobre esa verdad de que Jesús de Nazaret era desde el principio el Cristo, el Hijo de Dios. Nombra primero, y únicamente (v. 1Jn 5:6), al Espíritu Santo: «Y el Espíritu es el que testifica (en participio de presente), pues el Espíritu es la verdad». Nótese el testimonio, en presente, de hechos que ocurrieron en el pasado. Juan quiere decir con eso que el Espíritu Santo sigue dando testimonio, a los creyentes individuales y a la Iglesia entera, de que Jesús es el Mesías, a pesar del escándalo que la Cruz causó a los judíos inconversos; sigue redarguyendo al mundo por haber rechazado a Cristo; y sigue animándonos con el testimonio que el texto sagrado, inspirado por Él, nos da de la victoria de Cristo sobre el mundo (v. Jua 12:31; Jua 14:15-31; Jua 15:1-27; Jua 16:1-33; Efe 4:8; Col 2:15; 1Jn 5:4). El Espíritu Santo puede dar de ello un testimonio infinitamente fidedigno, porque no sólo posee la verdad, sino que es la verdad (v. Jua 14:17; Jua 15:26; Jua 16:13, y comp. con Jua 14:6).

A continuación, Juan añade al testimonio del Espíritu el de otros dos testificantes, y presenta (vv. 1Jn 5:7, 1Jn 5:8) juntamente a los tres: «Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo» (NVI). El griego dice que «los tres están hacia lo uno»; es decir, hay acuerdo absoluto entre los tres testigos. Aunque tanto Espíritu como agua y sangre son del género neutro en griego, Juan usa el masculino treís para determinar el número de los testigos, personificando así a los tres y poniendo también en masculino el artículo y el participio de presente: «los que dan testimonio» (gr. hoi marturoúntes), a pesar de que, al referirse únicamente al Espíritu, en el versículo 1Jn 5:6, lo ha concertado en neutro (gr. to marturoún). La mejor solución de esta aparente anomalía gramatical es, a mi juicio, la que propone Schnackenburg (citado por Rodríguez-Molero): «En este versículo 1Jn 5:7 se daría una regla general: Porque tres testigos son más que suficientes , para luego enseguida, en el versículo 1Jn 5:8, especificar cada uno de ellos».

Los lectores habrán notado que, al comentar los versículos 1Jn 5:7 y 1Jn 5:8, nos hemos saltado varias frases que figuran todavía en nuestras versiones (entre corchetes, en la RV 1977), aunque las versiones modernas las suprimen sin más, ya que constituyen, sin duda alguna, una glosa marginal, que algún escriba poco escrupuloso intercaló en el texto, al pensar que era una buena oportunidad para fundamentar el dogma trinitario. Dichas frases faltan en todos los MSS griegos de la antigüedad y aun en las primeras versiones latinas, pero fue introducido en la Vulgata y pasó al Texto Recibido. La interpolación rompe totalmente el hilo de la argumentación de Juan. Sin embargo, eso no tendría mayor importancia si no fuese porque, si se cita imprudentemente en favor de la doctrina de la Trina Deidad, se incurre en la burla de todas las sectas unitarias, como los «Testigos de Jehová», quienes conocen muy bien todos los textos que entrañan alguna dificultad en cuanto a la plena Deidad de Jesucristo.

Todavía puede preguntarse: ¿En qué sentido dan el Espíritu, el agua y la sangre un testimonio conjunto? Tanto Rodríguez-Molero como Salguero aseguran que «estos tres testigos simbolizan al mismo tiempo la unción del Espíritu al recibir el catecúmeno la gracia de la fe, el bautismo cristiano y la eucaristía, que a su vez dan testimonio de la encarnación por medio de sus efectos espirituales» (Salguero). Esta opinión carece enteramente de fundamento, pues Juan no se refiere en modo alguno al bautismo del cristiano, sino al bautismo de Cristo, y la sangre no se refiere a la Cena del Señor, sino a la muerte en Cruz del mismo Señor. El verdadero sentido ha sido muy bien captado por J. Stott, quien dice: «Los falsos testigos en el juicio de Jesús, al tratar de desacreditarle, no se pusieron de acuerdo (Mar 14:56, Mar 14:59); en cambio, los tres testigos verdaderos, el Espíritu, el agua y la sangre, a fin de acreditarle, están perfectamente de acuerdo. La importancia de los «tres testigos» está en que, de acuerdo con la Ley, no se podía presentar ante el tribunal ningún cargo contra una persona, a menos que tal cargo pudiese ser confirmado por la evidencia presentada por dos o tres testigos (Deu 19:15; cf. Jua 8:17, Jua 8:18)». Y, citando de Alford, continúa: «En contraste con el versículo 1Jn 5:6, el Espíritu es colocado aquí como el primer testigo; en parte, porque el Espíritu es, de los tres, el único testigo viviente y actuante; y, en parte también, porque el agua y la sangre no son testigos sin Él; mientras que Él es independiente de ellos, y testifica tanto en ellos como fuera de ellos».

3. El autor sagrado pasa de inmediato a presentar las garantías que ofrece el testimonio dado sobre el Hijo de Dios. Las presenta primero (v. 1Jn 5:9) con un argumento de menos a más, basado en la suprema autoridad de quien da el testimonio. Las presenta después (v. 1Jn 5:10) basado en la respuesta que tal testimonio provoca por parte de quienes lo presencian, ya sea al oír la predicación del mensaje, ya sea al leerlo en las Escrituras.

(A) La garantía suprema de las credenciales que acreditan el testimonio sobre Jesucristo, es el mismo Dios, quien respalda y unifica el testimonio conjunto del Espíritu, del agua y la sangre (v. 1Jn 5:9): «Aceptamos el testimonio de los hombres, pero el testimonio de Dios es mayor, porque es el testimonio de Dios, que Él ha dado (en pretérito perfecto) acerca de Su Hijo» (NVI). El pretérito perfecto memartúreken muestra que Dios, no sólo dio testimonio acerca de Su Hijo en Su bautismo y en Su muerte en cruz, sino que, por medio de Su Espíritu, sigue dando el mismo testimonio en el corazón de todo aquel que cree en el Hijo de Dios (v. 1Jn 5:10). El testimonio de Dios es mayor que el de los hombres porque, además de que Él mismo respalda el testimonio de otros tres testigos, Él mismo es infinitamente digno de crédito, puesto que es la Verdad por esencia, que no puede engañarse, porque es infinitamente sabio, y tampoco puede engañarnos, porque es infinitamente veraz.

(B) Una segunda garantía de dichas credenciales es el resultado que el testimonio produce en el corazón de quien lo escucha. Como la fe no se impone por la evidencia de los sentidos o por la contundencia de los silogismos con que razona la mente humana, creer comporta siempre una elección de la voluntad humana. Por eso, ante un mismo testimonio (v. por ej. Hch 17:32, Hch 17:34), unos se burlan, otros dan largas y otros creen. Aquí (v. 1Jn 5:10), sólo tenemos la alternativa de los que creen y los que no creen.

(a) «El que cree en (gr. eis con acusativo, que es la forma en que el original expresa el acto mismo de la fe salvífica) el Hijo de Dios, tiene este testimonio en su corazón (lit. en sí mismo)» (NVI), dice Juan (v. 1Jn 5:10). Lo más íntimo del creyente le está asegurando que es hijo de Dios (Rom 8:16; Gál 4:6) y, por tanto, que tiene por primogénito al Hijo de Dios (Rom 8:29; Heb 2:14). Él le enseña toda la verdad; en especial, lo que tiene que ver con la persona y la obra de Jesucristo (1Jn 2:20, 1Jn 2:27). Al creer, el cristiano puso el sello (gr. esphráguisen), no sólo la firma, de que Dios es veraz (Jua 3:33. Lit.).

(b) En cambio, el que no da crédito a Dios (lit. no cree a Dios; en dativo, lo cual significa «dar crédito»), le hace pasar por un mentiroso, porque no ha creído en el testimonio (de nuevo, eis con acusativo) que Dios ha dado acerca de Su Hijo» (NVI). Dos puntos son dignos de especial consideración:

Primero, nótese el contraste entre Jua 3:33: «el que recibió (aoristo) su testimonio (de Cristo), puso el sello de que Dios es veraz» (lit.) y 1Jn 5:10: «el que no da crédito a Dios, le ha hecho mentiroso» (lit.). La fe es una confesión (decir lo mismo) de que Dios es veraz y fiel a lo que promete; la incredulidad es una negación de la veracidad y de la fidelidad de Dios a Su Palabra.

Segundo, el incrédulo hace pasar por mentiroso a Dios, porque no ha creído (nótese el pretérito perfecto) en el testimonio que Dios ha testificado (por tercera vez, en pretérito perfecto) acerca de Su Hijo (lit.). El pretérito perfecto indica, como sabemos, un hecho pasado cuyo efecto perdura en el presente. Y tenemos en el versículo 1Jn 5:10 nada menos que tres pretéritos perfectos: El incrédulo ha hecho mentiroso a Dios porque no ha creído (decidió no creer y sigue en la misma actitud) en el testimonio que Dios ha testificado (lo atestiguó en el pasado, y ese testimonio sigue en pie). «El testimonio que ha testificado» es un hebraísmo. Comenta Rodríguez-Molero: «Al rechazar el testimonio de Dios sobre Su Hijo, se han juzgado a sí mismos y se han condenado a muerte eterna. Aquí se percibe un eco de Jua 3:18. Los dos perfectos indican que las consecuencias de aquel acto perduran».

4. En los versículos 1Jn 5:11 y 1Jn 5:12, el autor sagrado describe la consecuencia duradera, decisiva, final, de recibir o no recibir el testimonio de Dios. Dicen dichos versículos en la NVI: «Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado la vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida». Al decir «Y éste es el testimonio», Juan se refiere, como a su estilo, a lo que sigue. «El testimonio», aquí, significa el resumen de lo testificado, juntamente con su efecto primordial y duradero en la persona que lo recibe. La importancia de lo que Juan va a decir salta a la vista, pues no cabe cosa más importante para un ser humano que lo que constituye su destino eterno.

(A) Lo primero que notamos en el original es la colocación de vida eterna al comienzo de la frase que expresa el contenido del testimonio de Dios. Es un énfasis de importancia que debe suscitar el interés de todo lector: ¡Nada menos que la vida eterna es lo que Dios nos ha dado al darnos a Su Hijo!

(B) Pero el original no dice «nos ha dado» (en pretérito perfecto), sino nos dio (en aoristo). Es el mismo aoristo que vemos en Jua 3:16, como una donación de una vez por todas, de la que Dios no ha de volverse atrás. Además, «el texto no dice: nos ha sido ofrecida o prometida, sino dada. El creyente posee ya la vida eterna como un don divino permanente. Es el germen de vida divina, la gracia que madurará en la gloria» (F. Rodríguez-Molero). Y, como los dones de Dios son irrevocables (Rom 11:29), Dios no se ha de volver atrás, no sólo porque no quiere, sino porque no puede.

(C) Dice Juan (v. 1Jn 5:11) que esa vida eterna está en su Hijo (en el Señor Jesucristo), ya que en Él estaba la vida (Jua 1:4); por eso, lo envió el Padre al mundo para que vivamos por medio de Él (1Jn 4:9). No sólo estaba en Él la vida, sino que Él es el autor de la vida (Hch 3:15); es decir, en Él se origina y de Él se distribuye a todos los que creen (Jua 1:14).

(D) La consecuencia lógica, última, es (v. 1Jn 5:12): «El que tiene (en participio de presente continuo) al Hijo, tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (RV, NVI y lit.). Dice Rodríguez-Molero: «Para subrayar con el mayor énfasis posible el papel decisivo de Cristo, emplea la fórmula que originariamente le sirvió para señalar la perfecta comunión con Dios (1Jn 2:23). Como la comunión con Dios sólo se puede alcanzar mediante la unión con Cristo, el poseer a Dios lo realiza Juan por el poseer a Cristo . Tener a Cristo es tanto como estar unido a Él por la fe y la caridad». El papel de Cristo en la obra de la salvación es tan decisivo y exclusivo que, sin Él, no hay salvación posible (Hch 4:12), ya que Él es el único camino de acceso al Padre (Jua 14:6). No es de extrañar, pues, el contraste que sigue: «El que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (comp. con Jua 3:15, Jua 3:36; Jua 5:24; Jua 6:40, Jua 6:47). De todos estos lugares citados en paréntesis, escogemos Jua 3:36: «El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; mas el que no se deja persuadir por el Hijo, no verá vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él» (lit.).

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