1 Reyes 17:8 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato de la protección bajo la que fue puesto posteriormente Elías. Cuando se secó el arroyo, Dios podía haberle enviado al Jordán, que no se había secado, pero no lo hizo, a fin de mostrar que dispone de gran variedad de medios para sostener a los suyos y no está atado a ninguno en particular.

I. El lugar al que ahora fue enviado fue Sarepta, ciudad de Sidón, cerca de la frontera con Israel (v. 1Re 17:9). Nuestro Salvador lo mencionó como una antigua indicación del favor de Dios hacia los gentiles (Luc 4:25, Luc 4:26): «Muchas viudas había en Israel en los días de Elías», pero fue enviado a honrar y bendecir con su presencia una ciudad pagana, con lo que, como dice el Dr. Lightfoot, vino a ser el primer profeta de los gentiles. Elías fue odiado y exiliado por sus paisanos; por tanto, he aquí que se vuelve a los gentiles (comp. con Hch 13:46, Hch 18:6). Pero, ¿por qué a una ciudad de Sidón? Quizá porque de allí había salido hacia Israel el culto de Baal por mano de Jezabel, que era de Sidón (1Re 16:31). Jezabel era el mayor enemigo que tenía Elías; con todo, para mostrarle cuán impotente era su maldad, Dios le halla allí mismo a Elías un lugar donde permanecer oculto.

II. La persona designada para cuidarle fue una pobre viuda, desolada y destituida de todo apoyo. Es costumbre de Dios y muy eficaz para su gloria, echar mano de lo débil, lo vil y lo menospreciado del mundo (1Co 1:26, 1Co 1:27) para llenarlo de honor.

III. La provisión que halló en aquel lugar. La Providencia hizo que le saliese al encuentro la viuda muy oportunamente en la puerta de la ciudad (v. 1Re 17:10). Veamos lo que se nos dice de esta viuda:

1. Su caso y su condición: (A) Sólo disponía de un puñado de harina y un poco de aceite para ella y su hijo (v. 1Re 17:12). ¿Y ésta le había de alimentar? El profeta que Dios le enviaba iba a pagar muy bien por el acomodo que ella iba a prestarle. (B) Era muy humilde y laboriosa. La halló mientras recogía leña para cocer su pan (vv. 1Re 17:10, 1Re 17:12). (C) También era muy caritativa y generosa. Cuando este extranjero le pidió agua (v. 1Re 17:11), «fue e hizo como le dijo Elías» (v. 1Re 17:15). No se excusó por escasez, ni le despreció por extranjero. (D) Fue una gran prueba para su fe y obediencia hacer primero una torta para Elías. ¿Qué iba a quedar para ella y para su hijo? Es cierto que Elías había mencionado a Jehová Dios de Israel (v. 1Re 17:14), y ella también (v. 1Re 17:12), pero ¿qué significaban esos nombres para una mujer de Sidón? Y, aun cuando hubiese tenido cierta veneración hacia el verdadero Dios, ¿qué seguridad podía tener de que este extraño era un verdadero profeta de Jehová? ¿No serían excusas de un hambriento vagabundo? Pero ella se sobrepone a todas estas objeciones y obedece el precepto que depende de la promesa. Los que tratan con Dios han de vivir por fe, y buscar primero el reino de Dios (Mat 6:33). La fe de esta viuda, elevada a tal grado como para negarse a sí misma y depender únicamente de la promesa fue un milagro en el reino de la gracia, tan grande como lo fue el incremento de su aceite en el reino de la providencia.

2. El cuidado que Dios tuvo de ella (v. 1Re 17:16): «Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó», sino que, conforme sacaba ella de los recipientes, tanto más iba añadiendo el poder divino en ellos. Como dice el obispo Hall, nunca aumentó tanto el grano o la oliva en su crecimiento natural como aumentaron aquí en su consumo, pero la multiplicación de la sementera (2Co 9:10) en el curso común de la providencia divina es un ejemplo del poder y de la bondad de Dios que no debe ser pasado por alto por el hecho de que sea corriente. La harina y el aceite se multiplicaban, no al ser almacenados, sino al ser usados. (A) Esto servía para el mantenimiento de Elías. Su alimento cotidiano seguía siendo milagroso. Hasta entonces se había nutrido de pan y carne; desde ahora, de pan y aceite, que entonces usaban como hacemos nosotros con pan y mantequilla. (B) También servía para el sustento de la pobre viuda y de su hijo, al ser para ella una recompensa por cuidar al profeta. Cristo ha prometido a los que le abren la puerta que entrará y cenará con ellos y ellos con Él (Apo 3:20). Y a los justos se les promete (Sal 37:19) que «no serán avergonzados en tiempo de escasez, y en los días de hambre serán saciados».

Otra recompensa que recibe la viuda por asistir a Elías. Su hijo, después de morir, es restaurado a la vida.

I. Enfermedad y muerte del niño. Por lo que se ve, éste era su único hijo, su consuelo en la viudez. 1. Esta mujer preparaba el alimento de un gran profeta y tenía fuertes razones para suponer que Dios la había de bendecir grandemente; no obstante, pierde a su único hijo. 2. Ella misma era sustentada por medio de un continuo milagro; pero, en medio de esta satisfacción, sufre ahora esta tremenda aflicción.

II. Su patética queja al profeta por causa de esta aflicción. 1. La expresa con vehemencia (v. 1Re 17:18): «¿Qué tengo yo contigo (lit. qué a mi y a ti), varón de Dios?» La muerte del niño es una sorpresa para ella, y le resulta difícil mantener la calma al venirle este aprieto de una forma tan repentina e inesperada, en medio de la paz y de la prosperidad de que, por mediación de Elías, disfrutaba. Le llama «varón de Dios», pero se queja como si él tuviese la culpa de la muerte del niño. 2. Con todo, acompaña su queja con muestras de humildad y arrepentimiento: «¿Has venido a mí para traer a memoria mis pecados?» Quizá sabía que Elías había orado a Dios en contra de Israel, y al ser consciente de haber adorado anteriormente a Baal, el dios de Sidón, es probable que piense que Elías ora en contra de ella también.

III. La oración de Elías en esta ocasión. No respondió palabra a la mujer, pero se dirigió a Dios y le expuso el caso, al no saber qué explicación darle a este triste suceso. Luego tomó el cadáver del niño de brazos de la mujer y lo llevó a su propio lecho (v. 1Re 17:19). Allí apeló al Señor con humildes razones (v. 1Re 17:20) y le rogó que devolviese la vida al niño (v. 1Re 17:21). Este es el primer caso que hallamos en la Biblia de un muerto vuelto a la vida; pero Elías, bajo el impulso del mismo Dios, oró por la resurrección de este niño, lo cual no es garantía para que nosotros nos atrevamos a imitarle. David no esperaba que Dios le devolviera la vida a su hijo muerto (2Sa 12:23), aunque él orase y ayunase, pero David no tenía el poder de hacer milagros, como lo tenía Elías. «Y se tendió sobre el niño tres veces» (v. 1Re 17:21), a fin de infundirle de nuevo la vida con su propio aliento y calor. Posteriormente, en una ocasión similar, Eliseo realizó el mismo milagro tendiéndose dos veces sobre el niño de la sunamita (2Re 4:34), y Pablo se tendió una sola vez en el caso de Eutico (Hch 20:10). Es de notar la oración de Elías: «Te ruego que hagas volver el alma de este niño a él» (v. 1Re 17:21). Aunque el hebreo nephesh significa también «vida» (y es también un sustituto de la «persona» v. Gén 14:21 ), es sabido que, en la mentalidad judía, el «alma» quedaba durante tres días al lado del cadáver (v. el comentario a Jua 11:1-57 nota del traductor ); así que estos lugares suponen la existencia del alma en un estado de separación del cuerpo y, consiguientemente, su inmortalidad.

IV. La resurrección del niño y la gran satisfacción que con ello obtuvo la madre. «Revivió» el niño (v. 1Re 17:22). Véase el poder de la oración y, especialmente, el poder del que escucha las oraciones, el cual mata y hace vivir. Elías lo llevó a su madre (v. 1Re 17:23), la cual, como se puede suponer, no daría crédito a sus ojos. Así que la buena mujer clamó: «Ahora conozco que varón de Dios (eres) tú, y que la palabra de Dios en tu boca (es) verdad» (lit.). Aunque ya sabía estas cosas por el milagroso sustento diario que Dios le proporcionaba por medio de Elías, como quiera que la muerte del niño le había hecho dudar, ahora lo pone de relieve en esta confesión, al tener una prueba satisfactoria del poder y de la bondad de un verdadero varón de Dios. De este modo, la muerte del niño sirvió para acrecentar la gloria de Dios y el prestigio de su profeta.

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