1 Reyes 19:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Elías alojado en la cueva (lit.) del monte Horeb que es llamado «el monte de Dios» (v. 1Re 19:8) porque allí se había revelado Dios a Moisés. El artículo del original nos da a entender que era la misma cueva en la que Moisés fue escondido cuando Jehová pasó delante de él proclamando su gloria (Éxo 33:22).

II. Allí le hizo Dios una visita: «Vino a él palabra de Jehová» (v. 1Re 19:9), con una pregunta. Nadie puede esconderse del ojo, del brazo ni de la Palabra de Dios (Sal 139:7-12). La pregunta es la siguiente: «¿Qué haces aquí, Elías?» (v. 1Re 19:9), y la vuelve a repetir más adelante (v. 1Re 19:13). Como si dijese: «Éste no es tu lugar. ¿Es una cueva el lugar donde ha de vivir un profeta? Deberías estar, no en el silencio solitario de un desierto, sino entre los hombres, para reprender a los malos y animar a los buenos. ¿Huyes de Jezabel? ¿Acaso no soy yo más poderoso que esa perversa?»

III. La respuesta que da Elías a la pregunta de Dios (v. 1Re 19:10), repetida después, tras la repetición de la pregunta (v. 1Re 19:14).

1. Se excusa y alega que parece haber trabajado en vano. Dios sabía, y su propia conciencia le daba testimonio de ello, el celo que sentía por la causa de Jehová de las huestes. Sin embargo, la situación no parecía tener remedio; se hallaba solo en lucha desigual con un enemigo que no tenía miramientos con ninguna persona o cosa sagrada: «Los hijos de lsrael han dejado tu pacto». Como si dijese: «Si ellos te dejan a ti, ¿cómo no les voy a dejar yo? Con frecuencia he sido su abogado delante de ti, pero ahora sólo puedo ser su fiscal».

2. Acusa a los hijos de Israel de que: (A) Aun cuando han retenido la circuncisión, que era la señal del pacto, habían abandonado el servicio y la adoración del verdadero Dios, que constituían la intención del pacto. (B) No contentos con abandonar el culto al verdadero Dios, habían derribado los altares de Dios. Aunque estos altares quebrantaban la unidad del culto, pues éste debía ofrecerse a Dios solamente en la ciudad santa, que era el lugar escogido por Dios, conservaban, con todo, un resto del sincero culto a Dios, por lo que Dios los reconocía aún, de algún modo, como suyos. Derribarlos era, pues, un pecado mayor que erigirlos. (C) Habían matado a espada a los profetas de Dios, quienes, probablemente, ejercían su ministerio junto a dichos altares. Jezabel, una extranjera, les había dado muerte (1Re 18:4), pero la culpabilidad del crimen es cargada sobre el pueblo mismo, por cuanto habían consentido en el asesinato.

3. Declara los motivos que le han llevado a esconderse allí. (A) Se había quedado solo, y ¿qué podía hacer él contra tantos millares? (B) No se encontraba a salvo fuera de allí: «Me buscan para quitarme la vida». Como si dijese: «Prefiero pasar mi vida en la soledad de un desierto, antes que perderla en un esfuerzo inútil por reformar a los que aborrecen ser reformados».

IV. Cómo se manifestó Dios a Elías. ¿Se había refugiado aquí para encontrarse con Dios? Moisés fue introducido por Dios en la cueva cuando la gloria de Jehová iba a pasar delante de él; pero a Elías le ordena que salga de allí (v. 1Re 18:11): «Sal fuera y ponte en el monte delante de Jehová». «Jehová pasaba», aunque Elías no vio ninguna figura, como no la habían visto los israelitas cuando Dios les habló desde allí en tiempo de Moisés. Pero, en cambio:

1. Oyó primero un viento tan fuerte que rompía los montes; después, un terremoto (v. 1Re 18:11). Y tras el terremoto un fuego (v. 1Re 18:12). Pero Dios no estaba en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino más bien en un silbo, o susurro, apacible y delicado. Los tres elementos fuertes son citados como heraldos de Dios (Éxo 19:18; Sal 18:8-14), pero nada descubre a Dios tan perfectamente como la calma que sucede a la tormenta. Muchas interpretaciones se han dado de este extraño pasaje, pero la única explicación satisfactoria es que Dios quería mostrarle a Elías que no debía esperar constantes milagros del poder divino para vencer el mal, sino que debía continuar con el trabajo sencillo de cada día, que es fruto de la paciencia y de la fe. No con violencia, sino con suavidad es como la gota de agua horada la peña.

2. Cuando Elías se dio cuenta de que en aquel susurro estaba la genuina presencia de Jehová: (A) se cubrió el rostro con el manto (v. 1Re 18:13), como si sintiese pavor ante el paso de la Gloria de Dios. Bien podía cubrirse el rostro de vergüenza por su cobardía al escapar de su deber por la amenaza de una mujer, cuando tenía cerca de sí la Gloria del Dios Omnipotente y su poder dentro de los medios más ordinarios. (B) Se puso a la puerta de la cueva, listo para escuchar lo que Dios quisiera decirle. La repetición de la pregunta de Dios y la repetición de la respuesta de Elías (vv. 1Re 18:13, 1Re 18:14) dan a entender que Elías no había captado aún toda la importancia y la significación de la visión que acababa de tener. Tiene que aprender a declarar al pueblo la ley de Dios por el medio ordinario de la predicación, sin esperar milagros que espanten, ya que la fe viene por el oír (Rom 10:17); los milagros sirven para abrir brecha en los oídos o para sellar el mensaje.

V. Las órdenes que Dios le da acerca de lo que debe hacer de inmediato. Después de repetir la pregunta («¿Qué haces aquí, Elías?») y recibir de Elías la misma respuesta de antes al pie de la letra, Dios le envía por el camino de vuelta, a través del desierto de Damasco (v. 1Re 18:15), y le comisiona para que unja a tres personas que van a ser, en manos de Dios instrumentos de castigo contra Israel y de vindicación de la gloria de Dios: A Hazael por rey de Siria, quien había de infligir a Israel duros castigos (2Re 8:28.; 2Re 10:32; 2Re 13:3), a Jehú por rey de Israel (v. 1Re 19:16), quien había de exterminar la casa de Acab (2Re 9:24-33; 2Re 10:1-25), y a Eliseo, quien había de ser el sucesor de Elías en la vindicación de la causa de Dios. Es probable que lo de «ungir» se refiera literalmente sólo al caso de Jehú, no al de Hazael, por ser rey extranjero, ni al de Eliseo, al tener en cuenta que «ungir» es, con frecuencia, sinónimo de «nombrar» (por ej. en Jue 9:8). La frase: «Eliseo lo matará» tiene un sentido figurado (literal, en Hazael y Jehú), pues Eliseo usará la espada de la palabra de Dios (v. Ose 6:5 y comp. con Heb 4:12). Sólo el último de los tres encargos lo realizará Elías.

VI. La consoladora información que Dios da a Elías acerca del número de los israelitas que habían retenido su integridad, a pesar de que él se creía solo (v. 1Re 19:18): «7.000, en el reino del norte (sin duda, números redondos), que no habían doblado la rodilla ante Baal (gesto que sólo mucho más tarde será introducido entre los hebreos) y cuyas bocas no lo besaron» (rito de adoración cúltica, con la mayor probabilidad). Con esto vemos que, aun en las épocas de mayor degeneración religiosa, la gracia de Dios preserva un remanente fiel, puesto que sin la gracia no habrían podido preservarse a sí mismos. Muchas veces, este remanente está escondido a los ojos del cuerpo, así como está el trigo mezclado con la paja y el oro con la escoria, incluso dentro de la Iglesia, hasta que llegue el día en que el Señor tome el aventador en su mano. «El Señor conoce (o da a conocer) a los que son suyos» (2Ti 2:19), aunque nosotros no los conozcamos con toda certeza, pues sólo Él ve en lo secreto y en el fondo del corazón. Como decía John Newton, tres serán las sorpresas que nos llevaremos al entrar en el Cielo: 1a, hallar allí a muchos que no esperábamos; 2a, no hallar allí algunos que esperábamos; y 3a, hallarnos allí a nosotros mismos. Una cosa podemos asegurar: El amor de Dios es más amplio que la caridad de los hombres.

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