1 Reyes 22:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Como recompensa por su profesión de arrepentimiento y por su exterior humillación, aunque se acercaba la hora en que había de morir en una batalla, tenemos aquí a Acab bendecido con tres años de paz (v. 1Re 22:1) y con una honrosa visita que le hizo Josafat rey de Judá (v. 1Re 22:2). Era la primera vez, desde la división del reino, que se unían los dos monarcas en una consulta, la cual es de suponer que tendría por tema los asuntos de los respectivos reinos.

I. Acab piensa ahora en una guerra contra los sirios y expone su pensamiento a sus ayudantes (v. 1Re 22:3). El rey de Siria había prometido devolver las ciudades arrebatadas por su padre al rey de Israel (1Re 20:34), pero pasaba el tiempo y no las devolvía. Acab le había creído neciamente cuando lo tenía en su mano, pero Ben-adad era uno de esos príncipes que se sienten ligados por su palabra únicamente cuando va a favor de sus propios intereses. Si restituyó o no otras ciudades no se nos dice, pero lo cierto es que todavía estaba en sus manos Ramot de Galaad, ciudad importante en la tribu de Gad, al otro lado del Jordán, ciudad levítica y una de las ciudades de refugio. Acab se culpa a sí mismo y culpa a su pueblo de no hacer nada por recobrarla de manos de los sirios y castigar así a Ben-adad por violar el acuerdo.

II. Compromete a Josafat para que se una a él en esta expedición, para recuperar Ramot de Galaad (v. 1Re 22:4). Es extraño, sin embargo, que Josafat se muestre tan enteramente de parte de Acab como para decir: «Yo soy como tú, y mi pueblo como tu pueblo, etc.». Estas frases son fórmulas amistosas para expresar su identificación en el empeño de recuperar la ciudad. Gracias a Dios, no eran literalmente verdaderas, pues el piadoso Josafat era muy distinto del perverso Acab, y el pueblo de Judá no estaba tan corrompido por la idolatría como lo estaba el de Israel. No obstante, la compañía con los malhechores lleva a muchas personas buenas a graves tentaciones y grandes peligros de toda índole. Josafat tuvo que pagar alto precio por esta amistad, pues estuvo a punto de morir en la batalla al ser tomado por Acab. Hay autores que hacen observar la curiosa circunstancia de que, al unirse a Israel contra Siria, parece como si Josafat quisiera expiar el error de su padre Asá, quien se había coligado con Siria contra Israel (1Re 15:19, 1Re 15:20).

III. Por voluntad expresa de Josafat, Acab pidió consejo a los profetas para saber la voluntad de Jehová (vv. 1Re 22:5, 1Re 22:6). Josafat no se fía de estos profetas palaciegos y pregunta por algún verdadero profeta de Jehová (v. 1Re 22:7). A cualquier parte que un creyente vaya, debe tomar consigo su profesión abierta de fe sin avergonzarse de ella aun cuando se encuentre en compañía de otros que no tienen respeto a la religión.

IV. Los 400 profetas cortesanos, partidarios del culto cismático a Jehová bajo la forma del becerro de oro (para distinguirlos mejor de los 450 profetas fenicios, traídos al país por Jezabel), aconsejan al rey que marche contra los sirios, por seguirle la corriente, ya que sabían que le agradaría la predicción (v. 1Re 22:6). Uno de ellos, Sedequías, ejecuta ante los dos reyes una acción simbólica (v. 1Re 22:11). Se había hecho un par de cuernos de hierro, que representaban el poder y la fuerza de ambos reyes, con los que los sirios habían de ser acorneados. Acab volvería victorioso, como proclamaban unánimes los 400 profetas de Acab (vv. 1Re 22:11, 1Re 22:12).

V. Josafat no se deja engañar por esta mímica. Su sentido espiritual le dicta que todo aquello es una falacia; ya lo suponía desde el principio y, por eso, había preguntado si había algún profeta de Jehová (v. 1Re 22:7); es decir, alguien de quien se tuvieran garantías que hablaba de parte de Dios y, por tanto, la verdad.

VI. Acab le contesta que hay un varón por el cual se podría consultar a Jehová, pues éste conocía la voluntad de Dios, pero:

1. A pesar de eso, le odiaba y no se avergonzaba de confesarlo ante el rey de Judá, dándole esta razón: «porque nunca me profetiza el bien, sino solamente el mal». Y ¿quién tenía la culpa de eso? Si Acab obrase bien, no oiría del Cielo otra cosa que el bien. Verdaderamente están endurecidos en su pecado, y cosechan la ruina por ello, quienes aborrecen a los ministros de Dios porque les dicen la verdad.

2. Lo tenía en prisión. Podemos suponer que fue Miqueas, el que le reprochó su clemencia con Ben-adad (1Re 20:38.), y por eso fue metido en la cárcel, en la que habría estado durante estos tres años. Ésta es la razón por la que pudo Acab encontrarlo tan fácilmente (v. 1Re 22:9). Estaba atado pero la Palabra de Dios no está atada. Josafat dio a Acab una reprensión demasiado suave (v. 1Re 22:8): «No hable el rey así». Los pecadores tan perversos como Acab merecen una reprensión más áspera.

3. Con todo, por temor a que Josafat rompiese la alianza que había hecho con él Acab no respondió palabra, sino que mandó traer pronto a Miqueas (v. 1Re 22:9). Los dos reyes estaban sentados con sus ropas de gala en la puerta de Samaria, dispuestos a recibir a este profeta y oír lo que iba a decir. Estaban rodeados por una gran turba de profetas aduladores, que no podían pensar en profetizar otra cosa que no fuese suave a los oídos de estos monarcas ahora confederados.

VII. El funcionario encargado de traer a Miqueas trata de persuadirle a que siga la corriente de los demás profetas y anuncie también buen éxito (v. 1Re 22:13). Pero Miqueas no accede al fraude y respalda con juramento su protesta de que dará con toda fidelidad el mensaje de Dios, le guste o no le guste al rey (v. 1Re 22:14): «Lo que Jehová me hable, eso diré».

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