1 Samuel 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Cuán diligente era Samuel en el servicio de Dios. Una de las circunstancias agravantes de la mala conducta de los hijos de Elí era la buena conducta de Samuel, pues con ella les avergonzaba. Ellos se rebelaban contra Jehová, pero Samuel ministraba a Jehová (v. 1Sa 3:1); ellos menospreciaban las advertencias de su padre, mientras que Samuel era obediente a las instrucciones de Elí; ministraba en presencia de Elí, esto es, bajo su supervisión y obedeciendo sus órdenes. Los más aptos para gobernar son los que han aprendido a obedecer. 2. Cuán escasa era la profecía entonces, lo cual hizo que la llamada a Samuel fuese una sorpresa tanto mayor para él, y un favor tanto mayor para Israel: La palabra de Jehová escaseaba en aquellos días (v. 1Sa 3:1). Era muy de apreciar, porque si había alguna indicación de parte de Dios, parece ser que no era notoria: no había visión con frecuencia. Quizá la impiedad y la impureza que prevalecían en el tabernáculo y que, a no dudar, habían corrompido a toda la nación, obligaron a Dios a retirar, en señal de desagrado, el Espíritu de profecía.

La manera en que se manifestó Dios a Samuel se nos refiere aquí con todo detalle, precisamente porque no era corriente. Veámoslo:

I. Elí se había retirado a descansar (v. 1Sa 3:2) y también Samuel estaba ya durmiendo (v. 1Sa 3:3), en algún aposento cercano a la habitación de Elí, presto para cualquier llamada que el anciano sacerdote pudiese hacerle durante la noche. Mientras sus propios hijos le causaban pesadumbre, este pequeño asistente le servía de gozo.

II. Dios llamó a Samuel por su nombre, y él lo tomó por llamada de Elí y corrió al lado de éste (vv. 1Sa 3:4, 1Sa 3:5). Aquí tenemos un ejemplo: 1. De la diligencia de Samuel y de su prontitud para obedecer a Elí. «Heme aqui», le dice buen ejemplo para los criados, para que acudan pronto cuando se les llama; y para los jóvenes, no sólo para que se sometan a los de más edad, sino también para que sean atentos con ellos . 2. De su ignorancia con respecto a las visiones del Señor, al tomar por llamada de Elí lo que era realmente un llamamiento de Dios. También nosotros sufrimos esta clase de equivocación con mayor frecuencia de lo que nos imaginamos. Nos llama Dios por medio de su Palabra y la tomamos sólo como palabra de su ministro, y reaccionamos conforme a nuestro error. Dios nos llama también por medio de su providencia, y nosotros nos fijamos únicamente en los instrumentos por medio de los que Dios obra. Elí le aseguró que no le había llamado y le rogó que volviera a acostarse. Así que Samuel se volvió y se acostó.

III. La misma llamada se repitió, con la misma equivocación de Samuel, por segunda y tercera vez (vv. 1Sa 3:6-9). 1. Dios continuó llamando al niño otra vez (v. 1Sa 3:6) y por tercera vez (v. 1Sa 3:8). 2. Samuel ignoraba todavía que era Dios quien le llamaba (v. 1Sa 3:7): Samuel no había conocido aún a Jehová. El testimonio del Espíritu en el corazón de los creyentes pasa a veces desapercibido, con lo que pierden el consuelo del que hubiesen podido disfrutar; como también pasan desapercibidas las mociones del Espíritu en la conciencia de los pecadores, con lo que se pierde el beneficio de la convicción. Samuel se fue hacia Elí por segunda y tercera vez, diciéndole con toda seguridad: «¿para qué me has llamado?» (vv. 1Sa 3:6-8). ¡No podía ser otro!, pensaría él. Pero fue una providencia especial el que fuese a Elí tan repetidamente, pues de este modo, por fin, entendió Eli que Jehová llamaba al joven (v. 1Sa 3:8). Esto le serviría de mortificación y pudo darse cuenta de que ello significaba un paso hacia la degradación de su familia, puesto que, cuando Dios tenía que decir algo había decidido decirlo por medio de su asistente, el niño Samuel en vez de dirigirse a él personalmente.

IV. Por fin, Samuel quedó en disposición de recibir un mensaje de Dios. 1. Al apercibirse de que la voz que Samuel había oído era la voz de Dios, Elí le dio instrucciones sobre lo que había de decir (v. 1Sa 3:9). Las instrucciones eran que, si Dios le llamaba otra vez, dijese: Habla, Jehová, porque tu siervo escucha. Podemos esperar que Dios nos hable si nos disponemos a escuchar lo que nos diga (Sal 85:8; Hab 2:1). Cuando nos ponemos a leer la Palabra de Dios o a escuchar el mensaje del predicador, debemos llegarnos con esta disposición, sometiéndonos a la luz y al poder imperiosos de dicha palabra, y decir: Habla, Señor, que tu siervo escucha. 2. Al parecer, Dios habló la cuarta vez de modo diferente a las otras, pues se nos dice que se paró y llamó, lo cual insinúa que Samuel percibió alguna manifestación visible, objetiva, de la gloria de Dios. Para satisfacción suya, no era ahora Elí quien le llamaba. Esta cuarta vez, la llamada de Dios fue doble: ¡Samuel, Samuel! Como si Dios se deleitase en la repetición de su nombre y, especialmente, como ocurre en los otros seis casos en que Dios (o Jesús) se dirige a una persona en la Biblia, para dar a entender que se trataba de algo muy importante. 3. Samuel contestó como se le había ordenado: Habla, porque tu siervo escucha. Samuel no tuvo ahora que levantarse y echar a correr como antes cuando pensó que le llamaba Elí, sino que se quedó quieto y atento. Cuanto más tranquilo y sereno nuestro ánimo, tanto mejor dispuestos estamos para descubrir las cosas de Dios. Todo debe estar en silencio cuando Dios habla. Pero obsérvese que Samuel omitió una palabra; no dijo: Habla, Jehová, sino sólo: Habla. El obispo Patrick sugiere que ello se debió a la incertidumbre de si el que le hablaba era Dios o no.

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