2 Corintios 5:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Dos son las cosas necesarias para que nuestra vida sea vivida para Cristo: la regeneración y la reconciliación.

1. La regeneración (vv. 2Co 5:16, 2Co 5:17). La obra de la redención cambió de tal modo la faz de las cosas, que Pablo, una vez convertido a Cristo, ya no juzga por las apariencias exteriores, ya no conoce según la carne, a nadie. «De aquí en adelante» no significa «desde el momento en que escribo esto», sino «desde que fui hecho nueva criatura (v. 2Co 5:17) en Cristo». Antes de su conversión, la idea que tenía de Cristo era «la de la mentalidad rabínica» (Gutiérrez). Ahora ve a Cristo como a la Cabeza de la nueva humanidad, y a los creyentes como a miembros de dicha Cabeza. En esta nueva visión, Pablo no excluye a nadie de la novedad que la Obra de Cristo ha inaugurado: Todo ser humano entra potencialmente en la órbita de la redención (por eso, ha de predicarse el Evangelio a toda criatura, Mar 16:15, Mar 16:16 ), y aun el Universo entero tiene su centro en Cristo (Efe 1:10). La redención adquiere carácter «cósmico» (comp. con Rom 8:19-22). «De forma que si alguno está en Cristo, está creado de nuevo. ¡Lo viejo pasó! ¡Ha venido lo nuevo!» (v. 2Co 5:17, NVI). El adjetivo griego kainé indica novedad en algo que ya existía. Así ha de entenderse la «creación» aquí, como en Efe 2:10. El «nuevo hombre» no es otro hombre, sino el mismo que ya existía, aunque cambiado, renovado. Dice Tasker: «Todo hombre regenerado por el Espíritu de Dios es una nueva creación, y un mundo en el que existen tales creaciones es, al menos potencialmente, un nuevo mundo».

2. La reconciliación (vv. 2Co 5:18-21). El vocablo griego katallagué indica, en su origen, una transacción, un cambio, especialmente de moneda. Esta «transacción» de que habla aquí Pablo se describe de modo maravilloso en el versículo 2Co 5:21.

(A) Todo esto, dice el apóstol (v. 2Co 5:18), toda esta transformación, proviene de Dios, tiene su origen en Dios el Padre (comp. con Jua 3:16; 1Jn 3:1). Él fue quien propuso la transacción y ofreció el precio mediante el sacrificio del Calvario (Jua 10:18; Hch 2:23; Hch 20:28; 1Pe 1:18, 1Pe 1:19). La idea de un Dios Padre airado con el mundo, que necesita ser aplacado por el Hijo de Dios, es totalmente antibíblica. Pablo continúa y dice de Dios el Padre: «el cual nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo». El pecador es enemigo de Dios; no quiere hacer la voluntad de Dios, ni tampoco puede (Rom 8:7). No puede, pues, esperarse que sea él quien inicie la transacción; y, aun en la hipótesis de que tuviese voluntad de hacerlo, carecería de poder para ello. Es Dios, y sólo Él, quien propone la transacción y la proclama: primero, mediante el Señor Jesucristo (v. por ej., Mar 1:15); después, mediante los apóstoles, a quienes dio Dios el ministerio, la proclamación, de la reconciliación (v. 2Co 5:18).

(B) El apóstol pasa de inmediato a describir la forma en que se llevó a cabo la transacción (v. 2Co 5:19): «Como que (lit. En el sentido de: Lo que quiero decir es que) Dios estaba reconciliando al mundo consigo en (por medio de) Cristo. Y Él ha puesto en nuestras manos el mensaje de la reconciliación» (NVI). Insistamos: (a) Es Dios quien reconcilia al mundo, no es el mundo el que se reconcilia con Dios; (b) esta reconciliación tiene carácter universal, ya que mundo designa aquí, lo mismo que en Jua 3:16, la humanidad entera, caída, pecadora, enemistada con Dios. Dios muestra al mundo entero que, en virtud de la Obra de la redención, llevada a cabo en el Calvario, la justicia y la santidad han quedado satisfechas, ya no hay nada que se oponga al desbordamiento del amor de Dios hacia los hombres. Por lo que hace de su parte, Él está ya de cara a todos «no les tiene en cuenta sus transgresiones», no le vuelve la espalda a nadie (comp. Isa 59:1, Isa 59:2). Lo proclama por medio de sus mensajeros, los apóstoles.

(C) Esta proclamación apostólica de la reconciliación (v. 2Co 5:20) constituye a los mensajeros de Cristo en embajadores suyos, por Él, es decir, a nombre de Él y con la autoridad que Él les comunica. Dice Ch. Hodge: «Un embajador es, a un mismo tiempo, mensajero y representante … No actúa por su propia autoridad. Lo que comunica no son sus propias opiniones o demandas, sino simplemente lo que se le ha ordenado que diga. Pero, al mismo tiempo, habla con autoridad; en este caso, la autoridad de Cristo mismo». Y, al ser Cristo el Gran Enviado del Padre, es «como si Dios estuviese haciendo su invitación por medio de nosotros», añade Pablo. «De parte de Cristo, rogamos encarecidamente: Reconciliaos con Dios». Notemos dos detalles aquí: (a) Pablo no se dirige aquí a los fieles de Corinto, pues ya estaban convertidos; el pronombre os no existe en el original y debe borrarse de nuestras versiones. El ruego del apóstol (y de los demás embajadores) se dirige a la humanidad perdida, a los inconversos, no a los creyentes. (b) Al decir: «Reconciliaos con Dios», da claramente a entender que, una vez que Dios ha puesto su parte en la transacción (v. 2Co 5:19), el pecador tiene que poner la suya, darse la vuelta hacia Dios y aceptar la reconciliación que Dios le ofrece en Cristo.

(D) Finalmente, Pablo expone en qué consiste la transacción divina (v. 2Co 5:21) en unas frases que han llegado a ser uno de los pasajes más densos de doctrina, más conocidos y más usados en la predicación del Evangelio: «Al que no conoció (no cometió) pecado, por (gr. hupér) nosotros lo hizo (Dios a Cristo) pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él (Cristo)» (lit.). Analicemos este versículo en todo su detalle:

(a) Cristo fue absolutamente «sin pecado» (Heb 4:15; Heb 7:26). La pregunta que dirigió a sus más encarnizados enemigos (Jua 8:46: «¿Quién de vosotros me redargüirá de pecado?») quedó sin respuesta. ¿Cómo habría podido expiar los pecados con una sangre manchada por el pecado?

(b) Dios lo hizo pecado. Nótese que Pablo no dice que Dios lo hizo pecador. Pero tampoco dice que lo hizo «víctima por el pecado». Lo hizo algo más: Lo puso en la condición de pecador «en cuanto que sobre Él puso todo el peso y responsabilidad de los pecados del mundo» (P. Gutiérrez), lo condenó a la muerte propia de un criminal maldito (Gál 3:13) y descargó sobre Él el castigo que merecían nuestros pecados (v. Isa 53:5, Isa 53:6, Isa 53:12).

(c) Esta sustitución es potencial y universal (comp. con Jua 1:29: «… que quita EL PECADO DEL MUNDO», Nótese el singular «pecado» y la expresión «del mundo», como en 2Co 5:19 y Jua 3:16; 1Jn 2:2 ). De lo contrario, nuestra justificación, la de todo el mundo (como quiere Barth), sería automática. Pero Pablo no dice: «… y nosotros fuimos hechos justicia de Dios en Él», sino «para que nosotros fuésemos hechos (esto es, pudiésemos llegar a ser) justicia de Dios en Él».

(d) La frase «justicia de Dios» no significa que Dios nos comunique la justicia con la que Él es justo, sino que somos constituidos justos (v. Rom 5:19), es decir, situados (no «hechos» interiormente) ante Dios como teniendo ya una correcta relación con Él.

(e) Si nos atenemos al claro paralelismo que el apóstol establece en este versículo, tenemos lo siguiente: Del mismo modo que Cristo, no siendo pecador, fue hecho pecado, le fue imputado el pecado del mundo, así también nosotros, en virtud de la admirable transacción divina, al ser pecadores, fuimos constituidos justos, se nos imputó la justicia de Cristo. ¿Cuándo? ¿En el Calvario? ¡No! ¡En el momento en que nos dimos la vuelta y aceptamos la transacción! De ahí, el ruego del versículo 2Co 5:20: «Reconciliaos con Dios». La Palabra de Dios está clara como el agua cristalina. Son los teólogos los que la han enturbiado con sus prejuicios.

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