2 Corintios 6:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. El versículo 2Co 6:1 se enlaza con el versículo 2Co 5:20 del capítulo 2Co 5:1-21, formando el versículo 2Co 5:21 un paréntesis explicativo, aun cuando es de suma importancia, según vimos. El griego dice a la letra: «Y cooperando, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios». El griego no dice con quién se efectúa esa cooperación, pero el contexto anterior exige aquí que se refiera a Dios (v. 2Co 5:20), más bien que a los propios corintios, pues se trata de la proclamación del mensaje de salvación. Esta colaboración del ministro de Dios con Dios mismo añade mayor solemnidad a la importancia de escuchar con atención la Palabra y no recibir en vano la gracia de Dios (comp. con 1Co 15:10), la cual se había manifestado especialmente en la obra del Calvario (2Co 5:19, 2Co 5:21). Aunque el verbo recibir está en aoristo de infinitivo, su sentido es, con la mayor probabilidad, continuativo, y depende del presente «exhortamos». El apóstol se dirige a los propios creyentes de Corinto («os exhortamos»), lo que indica claramente que también los creyentes deben prestar atención a la predicación del Evangelio. Toda predicación del Evangelio debe ser «evangelística», no sólo un culto especial por la tarde, pues la salvación no consiste solamente en un momento, el de la conversión, sino que se prolonga en la santificación, que es una consecuencia de la nueva vida en Cristo; la justificación y la regeneración no son el fin de todo, sino el comienzo de todo (v. el comentario a 2 P. 1:8 11; 1Jn 2:28).

2. El apóstol corrobora, con una cita de Isa 49:8 (v. 2Co 6:2) la urgencia de la exhortación que les hace. Pablo toma la cita de la versión de los LXX. El profeta se hallaba en una situación semejante a la del apóstol, pero lo que a éste le interesa aquí es el «tiempo favorable», «el día de la salvación», que «ahora», concluye Pablo, como entonces, es la gran oportunidad (gr. kairós, en la cita y en la conclusión) para acogerse al socorro que Dios ofrece a todo el que se apreste a recibirlo. El apóstol refuerza («euprósdektos», muy aceptable) el «kairó dektó» de Isa 49:8 en los LXX. El énfasis de Pablo está, pues, en el «ahora», el cual, como dice Gutiérrez, «es todo el período mesiánico que termina con el advenimiento o parusía de Cristo». Es, pues, semejante al «Hoy» de Heb 3:13.

3. Continúa, en el versículo 2Co 6:3, la idea del versículo 2Co 6:1, y expone la forma en que desempeñan su ministerio tanto él como sus compañeros de ministerio: «En nada dando (plural) ningún escándalo, a fin de que no sea desacreditado el ministerio» (lit.). El apóstol sabía muy bien que, como bien advierte Denney, «hay gente que se alegra de hallar una excusa para no dar oídos al Evangelio o para no tomarlo en serio, y que trata de hallar dicha excusa en la conducta de sus ministros».

4. Lejos de dar ocasión para tal excusa, el apóstol «se recomienda» (v. 2Co 6:4), esto es, se acredita como ministro de Dios, en la fidelidad con que cumple su ministerio aun en medio de las mayores pruebas y tribulaciones; él no es como el pastor asalariado que huye cuando ve venir al lobo (comp. Jua 10:12), sino que defiende con su propia vida tanto la vida de las ovejas como la sana pureza de los pastos que les ofrece. Para mostrar dicha fidelidad, Pablo apela a la mucha paciencia (gr. hupomoné, aguante bajo el peso de las circunstancias adversas) con que sobrelleva las nueve aflicciones que enumera a continuación (vv. 2Co 6:4, 2Co 6:5). Después enumera nueve gracias, ejercitadas en tales circunstancias (vv. 2Co 6:6, 2Co 6:7) y, finalmente, enumera en nueve frases paradójicas, que nos recuerdan las cuatro de 2Co 4:8, 2Co 4:9, los triunfos que sobre las adversidades le fueron proporcionados mediante el uso de las gracias referidas.

(A) Las aflicciones, como muestra Tasker, están expuestas en tres grupos de tres: (a) Las tribulaciones (presiones), necesidades (dificultades), estrecheces (apreturas), que pueden ser, todas tres, de tipo físico o mental, son aflicciones comunes a las que todos están expuestos por situaciones adversas o por la maldad de los hombres; (b) Los azotes, cárceles (prisiones) y tumultos, eran aflicciones de las que el apóstol tenía sobrada experiencia personal; (c) Los trabajos (kópois, labores arduas), desvelos y ayunos eran aflicciones que el propio apóstol se imponía a sí mismo.

(B) Las gracias son: pureza (integridad de vida y sinceridad de intención), conocimiento («del espíritu y de los principios evangélicos y el arte de aplicarlos», Gutiérrez), longanimidad (paciencia para soportar los desdenes e injurias que se reciben de los hombres), benignidad (actitud de dulzura, benevolencia y simpatía hacia los demás); el Espíritu Santo se menciona a continuación como la divina asistencia y el influjo espiritual, sobrenatural, con que Pablo era capacitado para desempeñar convenientemente su ministerio y los oyentes eran persuadidos y convictos (1Co 2:4); el amor sincero, de corazón, generoso, sin fingimiento ni segundas intenciones; palabra de verdad (v. 2Co 6:7) es la proclamación leal del mensaje del Evangelio; el poder de Dios es la potencia divina del propio Evangelio (Rom 1:16), «poder y sabiduría de Dios», de forma que toda la obra de la salvación se debe a la soberana iniciativa de Dios, no al esfuerzo ni a la oratoria de los hombres. Finalmente, las armas de justicia, llamadas así (con la mayor probabilidad) porque han de usarse con espíritu de justicia y santidad (v. Rom 13:12; 2Co 10:4; Efe 6:13.) se dividen, según la metáfora de la armadura, en «armas para la mano derecha», como la espada del Espíritu, «y para la izquierda», como el escudo de la fe.

(C) Mediante estas gracias, el apóstol puede salir victorioso en medio de todas las adversidades (vv. 2Co 6:8-10), que Pablo expresa por medio de nueve paradojas, distribuidas en grupos de tres:

(a) Pablo y los demás apóstoles necesitaban de todas las gracias mencionadas para arrostrar las situaciones más diversas (v. 2Co 6:8): Para unos eran dignos de alabanza, para otros eran dignos de menosprecio; de labios de unos obtenían buenos informes; otros se dedicaban a calumniarles; unos les tenían por engañadores, impostores, seductores, como habían tenido al mismo Señor (Mat 27:63; Jua 7:12, Jua 7:18). Necesitamos la gracia de Dios para armarnos contra las tentaciones de orgullo que las alabanzas y los buenos informes pueden provocar, así como contra las tentaciones de desánimo y resentimiento que los desprecios y calumnias pueden ocasionar.

(b) Para algunos (v. 2Co 6:9) eran hombres «desconocidos», oscuros, sin mérito ni relevancia (como los que no salen en las páginas de los periódicos), pero los buenos cristianos los conocían bien. Para unos eran tenidos por moribundos, confrontados constantemente con peligros de muerte (2Co 1:9; 2Co 4:10; Hch 14:19; 1Co 15:30) y como abocados a la ruina; pero «¡mira! ¡Seguimos con vida!» (lit.). Hasta habría quienes pensasen que todas las calamidades que sufrían eran castigo de Dios, pero de todo salían ilesos, como quienes viven en Cristo (comp. con Hch 28:3-6).

(c) Como entristecidos (v. 2Co 6:10), afligidos, apenados, los veían los mundanos, que tomaban por depresión y melancolía la austeridad de vida, pero en su interior estaban siempre gozosos con el verdadero gozo, que supera inmensamente a todos los gozos y placeres del mundo. Como menesterosos. Dice Tasker: «Con tanta verdad como Pedro, pudo haber dicho Pablo: No poseo plata ni oro (Hch 3:6), pues el dinero que ganaba con el sudor de su frente escasamente le bastaba para su mantenimiento». Sin embargo, podían enriquecer a muchos con las riquezas espirituales en las que ellos mismos abundaban. Y, al renunciar por Cristo a todo lo que el mundo estima (v. Flp 3:7), eran dueños de todo (v. Rom 8:17; 1Co 3:21, 1Co 3:22).

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