2 Crónicas 29:20 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Se convoca solemne asamblea para reunirse con el rey en el templo al día siguiente (v. 2Cr 29:20). No cabe duda de que todas las buenas personas de Jerusalén acudirían contentas, al mismo tiempo que dirían: «A la casa de Jehová iremos» (Sal 122:1). Tan pronto como supo Ezequías que el templo estaba listo, no perdió tiempo, sino que madrugó para ir allá, a fin de mostrar que su corazón había estado puesto en la obra llevada a cabo allí.

I. Había de hacerse expiación por los pecados del reinado anterior. Pensaron que no era suficiente con hacer duelo y apartarse del pecado y, por eso, presentaron un gran sacrificio como expiación. Tampoco nuestro arrepentimiento puede asegurarnos el perdón, sino en Jesucristo y por medio de Él, pues fue hecho pecado por nosotros (2Co 5:21). No hay paz posible para nadie, ni aun para los arrepentidos, sino por la sangre de Jesús.

1. El sacrificio fue para expiación por el reino por el santuario y por Judá (v. 2Cr 29:21); es decir, por los pecados de los reyes, de los sacerdotes y del pueblo, pues todos habían corrompido su camino. La ley de Moisés fijaba ciertos sacrificios para hacer expiación por los pecados de toda la congregación (Lev 4:13, Lev 4:14; Núm 15:24, Núm 15:25), para que no cayeran sobre el país los castigos nacionales que merecían los pecados nacionales. Para esto mismo hemos de tener ahora los ojos fijos en Jesús, no sólo como propiciación por nuestros pecados, sino también para remisión y salvación de personas privadas.

2. La Ley señalaba solamente un macho cabrío para expiación por el pecado, como en el Día de la Expiación (Lev 16:15) y en otras ocasiones extraordinarias como ésta (Núm 15:24); pero ellos ofrecieron siete (v. 2Cr 29:21), porque los pecados de la congregación habían sido muy graves y persistentes. Siete es nombre de perfección (para el bien o para el mal). Nuestro gran sacrificio por el pecado es solamente uno, pero con Él perfeccionó Dios para siempre a los santificados (Heb 10:12-14).

3. El rey y la congregación (es decir, los representantes de la congregación) pusieron sus manos sobre los machos cabríos para la expiación (v. 2Cr 29:23), se reconocieron así culpables delante de Dios y expresaron el deseo de que la culpa del pecador fuese transferida a la víctima del sacrificio. Por fe ponemos nosotros las manos sobre el Señor Jesús, y así recibimos la reconciliación (Rom 5:11).

4. Con los sacrificios por el pecado fueron ofrecidos también holocaustos: siete novillos, siete carneros y siete corderos (v. 2Cr 29:21). La finalidad de los holocaustos era glorificar al Dios de Israel, a quien reconocían como único Dios verdadero, lo cual era muy apropiado al mismo tiempo que hacían expiación por sus pecados por medio del sacrificio por el pecado. En ambas clases de sacrificios fue esparcida sobre el altar la sangre de las víctimas (v. 2Cr 29:22), para reconciliar a todo Israel (v. 2Cr 29:24), y no sólo a Judá. Así también Jesús es propiciación, no sólo por nuestros pecados, sino también por los de todo el mundo (1Jn 2:2).

5. Mientras eran quemadas las víctimas en el altar los levitas comenzaron a cantar el cántico de Jehová (v. 2Cr 29:27), los Salmos compuestos por David y por Asaf (v. 2Cr 29:30), acompañados de los instrumentos musicales que Dios había mandado, por medio de sus profetas, que se usasen (v. 2Cr 29:25) y que se habían descuidado por largo tiempo. Ni aun el dolor por el pecado ha de impedirnos cantar las alabanzas al Señor.

6. El rey y toda la congregación dieron testimonio de participar en todo lo que se llevaba a cabo, pues se inclinaron y adoraron (vv. 2Cr 29:28, 2Cr 29:30).

II. Las solemnidades de este día fueron sólo el comienzo de lo que había de continuar de allí en adelante, pues el servicio del templo se había de celebrar normalmente, como apuntó el propio rey (v. 2Cr 29:31): «Vosotros os habéis consagrado ahora a Jehová, habéis hecho expiación y renovado el pacto mediante sacrificio; estáis solemnemente reconciliados con Dios y comprometidos a servirle; acercaos, pues, y presentad sacrificios y alabanzas». Una vez que nos hemos consagrado primeramente a Dios, hemos de traer a su casa sacrificios de alabanza, oración y ofrendas. En respuesta al requerimiento del rey se halló:

1. Que el pueblo ofrendó libremente. Convocados por el rey, trajeron sus ofrendas, aunque no tan abundantes como en los gloriosos días de Salomón, sí de acuerdo con sus posibilidades, al tener en cuenta su pobreza y el decaimiento de la piedad entre ellos. (A) Algunos fueron tan generosos como para traer holocaustos, de los que, al ser consumidos totalmente por el fuego, ellos no recibían ninguna porción. (B) Otros trajeron ofrendas de paz y de acción de gracias, de las que la grasa se quemaba en el altar, pero la carne se repartía entre los sacerdotes y los oferentes (v. 2Cr 29:35).

2. Que los sacerdotes eran pocos (v. 2Cr 29:35), demasiado pocos para este servicio.

3. Que los levitas mostraron una disposición estupenda, pues estaban más dispuestos de corazón para santificarse que los sacerdotes (v. 2Cr 29:34); tenían más interés en la obra y estaban mejor preparados para ella. Esto era de alabar y, en recompensa, tuvieron el honor de ser empleados en un servicio que normalmente era llevado a cabo por los sacerdotes: les ayudaron a desollar los holocaustos (v. 2Cr 29:34). Esta operación competía a los sacerdotes (Lev 1:5, Lev 1:6), pero en casos de necesidad se dispensaba de esta norma, y así se daba ánimos a los fieles y celosos levitas, para bochorno de los poco cuidadosos sacerdotes.

4. Que todos estaban satisfechos. El rey y todo el pueblo se regocijaron de este bendito nuevo estado de cosas y de la rapidez con que se había llevado a cabo la obra (v. 2Cr 29:36). Dos cosas, sobre todo les agradaron: (A) Que se llevó a cabo con presteza: La cosa fue hecha rápidamente, en poco tiempo, con facilidad y sin oposición. (B) Que allí estaba claramente la mano de Dios en todo ello: Dios había dispuesto bien al pueblo mediante la secreta influencia de su gracia, de forma que muchos de los que en el anterior reinado habían puesto su afecto en los altares idolátricos, mostraban ahora mayor amor al altar de Dios.

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