2 Reyes 18:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de 2 Reyes 18:17 | Comentario Bíblico Online

I. Jerusalén, sitiada por el ejército de Senaquerib (v. 2Re 18:17), quien envió contra la capital de Judá tres de sus generales con gran ejército. ¡Qué deshonra para este rey de Asiria! ¿Se le puede llamar grande? No. Que nadie le nombre con honor después de hacer algo tan vergonzoso como recibir el dinero de Ezequías bajo condición de retirar sus tropas, y venir luego contra la capital.

II. El Rabsaces, o copero mayor del rey de Asiria, fue el portavoz de los generales de Senaquerib, como más hábil para manejar la sátira junto con la intimidación. En su discurso se burló de Ezequías, de sus nobles y del pueblo. Senaquerib mismo le había ordenado lo que había de decir, pues quería entablar otra disputa con Ezequías. Como había prometido retirar sus tropas bajo condición de recibir el dinero, no podía de inmediato, sin más, lanzar un ataque directo contra Jerusalén; pero envió a Rabsaces a persuadir a Ezequías de que se rindiera, y si se negaba, que pusiera sitio a la ciudad y la tomase por asalto. Rabsaces tuvo la desvergüenza de pedir audiencia al rey junto al acueducto del estanque de arriba, fuera de los muros de la ciudad (v. 2Re 18:17), pero Ezequías tuvo la prudencia de declinar una entrevista personal y envió a parlamentar a tres comisionados. Éstos interrumpieron a Rabsaces sólo una vez para rogarle que les hablase en arameo (v. 2Re 18:26), esto es, en el idioma de Siria (lengua culta de los diplomáticos), para que no se enterase el pueblo antes que el rey. Los comisionados no se habían dado aún cuenta de que el hombre con quien estaban tratando no atendía a razones. Este razonable ruego, en lugar de aplacarle, sólo sirvió para exasperarle (v. 2Re 18:27). Contra todas las normas del honor y la decencia, amenazó a los soldados, les instó a desertar o sublevarse, les aseguró que les haría morir de hambre si persistían en resistirse y trató de persuadir a Ezequías, a sus príncipes y al pueblo a que entregasen la ciudad. Para ello:

1. Engrandece a su señor el rey de Asiria. Una y otra vez le llama el gran rey de Asiria (vv. 2Re 18:19, 2Re 18:28). Pero para quienes por fe ven al Rey de reyes en todo su poder y gloria, aun el rey de Asiria parece algo vil e insignificante (Sal 82:6, Sal 82:7).

2. Se esfuerza en hacerle creer que les conviene muchísimo rendirse. Si capitulan y se ponen a merced del rey de Asiria, él les tratará bien (v. 2Re 18:31). Si tienen la prudencia de rendirse, aun cuando han de esperar ser considerados como prisioneros y esclavos, les reportará mayores bienes que la resistencia. (A) Su cautividad será para bien de ellos, pues podrá comer cada uno de su vid y de su higuera (v. 2Re 18:31); aunque la propiedad de sus haciendas pasará a manos de los conquistadores ellos continuarán con el usufructo de las mismas. (B) Su deportación será para ellos una ventaja (v. 2Re 18:32): «Hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra». Pero, ¿en qué va a ser mejor tierra que la de ellos, cuando allí no tendrán nada que puedan llamar suyo?

3. Pero su principal objetivo es convencerles de que de nada les va a servir resistirle (v. 2Re 18:19): «¿Qué confianza es ésta en que te apoyas?», le dice al rey. Y al pueblo le dice (v. 2Re 18:29): «No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar de mi mano». Como si dijese: «Si le creéis a él, va a ser vuestra ruina; así que más os conviene entregaros». Supone que Ezequías confía en tres cosas y se esfuerza por demostrar que ninguna de las tres le ha de sacar del apuro:

(A) Su poder militar (v. 2Re 18:20): «Dices (pero son palabras vacías): Consejo, estrategia, tengo y fuerzas, tropas numerosas y preparadas, para la guerra». Efectivamente, los tenía (v. 2Cr 32:3-8); pero el Rabsaces los menosprecia. Con la mayor arrogancia le reta a que presente 2.000 hombres que puedan gobernar un caballo, y él le dará 2.000 caballos si es que halla jinetes expertos. Así da a entender que Ezequías no dispone de gente preparada para la guerra (v. 2Re 18:23).

(B) Su alianza con Egipto. Supone que Ezequías confía en Egipto para proveerse de carros y jinetes (v. 2Re 18:24), pues así lo había hecho el rey de Israel, y, en cuanto a esta confianza, dice con toda verdad que es báculo de caña cascada (v. 2Re 18:21), la cual no sólo cede cuando alguien se apoya en ella, sino que además se entra por la mano y la traspasa (v. Eze 29:6, Eze 29:7). Así es el rey de Egipto, dice él.

(C) Su interés en Dios: «Nosotros confiamos en Jehová nuestro Dios» (v. 2Re 18:22). Con esta confianza en el poder y en la promesa de Dios se animaba él y animaba a su pueblo (v. 2Re 18:30): «Ciertamente nos librará de Jehová». Y de nuevo en el v. 2Re 18:32. Rabsaces se daba cuenta de que éste era el principal sostén de la confianza de Ezequías y del pueblo; por eso, se esfuerza en sacudir este bastión, como hicieron los enemigos de David quienes emplearon todos los medios posibles para apartarle de la confianza en Dios (Sal 3:2; Sal 11:1); así lo hicieron también los enemigos del Señor (Mat 27:43). Tres argumentos presenta Rabsaces para quitarles la confianza en Dios:

(a) Que Ezequías había perdido el derecho a la protección de Dios, pues había quitado los lugares altos y los altares (v. 2Re 18:22). Mide así al Dios de Israel por el mismo rasero que los dioses de los paganos, quienes se deleitaban en la multitud de altares y templos, y concluye que Ezequías ha hecho una gran ofensa al Dios de Israel al limitar su culto a un solo altar.

(b) Que Dios mismo le había ordenado destruir Jerusalén en esta ocasión (v. 2Re 18:25): «Jehová me ha dicho: Sube a esta tierra y destrúyela». Todo esto es burla y fanfarronería. Lo dice para aterrorizar al pueblo que estaba sobre el muro.

(c) Que, aun en el caso de que Jehová el Dios de Israel se empeñase en protegerles contra el rey de Asiria, no podría hacerlo. Con esta blasfemia concluye su discurso (vv. 2Re 18:33-35). Véase aquí: Primero, su orgullo. Cuando conquistaba una ciudad, se consideraba conquistador de sus dioses y tenía la arrogancia de pensar que era más poderoso que ellos. Segundo, su profanidad. El Dios de Israel no era una divinidad local, sino el Dios de todo el Universo. Es tradición rabínica que el Rabsaces era un judío apóstata, lo cual explicaría su inclinación a hablar en hebreo; si esto fuese cierto, su ignorancia acerca del carácter del Dios de Israel sería menos excusable, y su enemistad más explicable, pues los apóstatas suelen ser los enemigos más acerbos y despectivos, como lo vemos en el emperador romano Julián el Apóstata.

III. Finalmente, se nos dice lo que hicieron los comisionados de parte de Ezequías. 1. Guardaron silencio (v. 2Re 18:36), no porque no tuvieran nada que decir a favor de Dios o de Ezequías, sino porque el rey les había ordenado no responderle, y ellos obedecieron esta orden. 2. Se rasgaron los vestidos en señal de detestación de su blasfemia y de pesadumbre por la miserable y despreciada condición de Jerusalén, cuya culpabilidad era para ellos una pesada carga. 3. Informaron fielmente de todo ello al rey su señor y le contaron las palabras del Rabsaces (v. 2Re 18:37).

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