2 Reyes 23:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Informe de una reforma tal cual no la hemos visto en toda la historia de los reyes de Judá, pues se deshicieron totalmente de todas las abominaciones y se echaron los cimientos para una obra gloriosa. Después de todo, la generalidad de la gente se resistía a reformarse.

I. La maldad abundaba, y había abundado, sobremanera en Judá y en Jerusalén.

1. Incluso en la casa de Dios, el sagrado templo que Salomón había edificado y dedicado al honor, y para la adoración, del Dios de Israel, se hallaron utensilios de toda clase para el culto de Baal (v. 2Re 23:4): «Para Baal, para Aserá (Astarté) y para todo el ejército de los cielos». Aunque Josías había suprimido el culto a los ídolos, los utensilios para todo el culto se conservaban aún en el templo mismo.

2. En la entrada misma de la casa de Jehová (v. 2Re 23:11) había un establo de caballos «sagrados», dedicados al sol, por la supuesta idea de que el sol mismo era conducido por un tiro de caballos en un carro. Parece ser que estos caballos (blancos) eran llevados pomposamente cada mañana al encuentro del sol naciente. Otros opinan que los adoradores del sol iban montados en los carros para adorar al sol.

3. También había en la casa de Dios lugares de prostitución (v. 2Re 23:7), tenida por sagrada por los idólatras y practicada tanto por mujeres como por hombres. Tal clase de impureza, y además en honor de los dioses, no podía ser más abominable. Quienes deshonran al verdadero Dios son entregados a las impurezas con que hombres y mujeres se deshonran a sí mismos (Rom 1:24.). Había mujeres que tejían las tiendas para Astarté; en ellas se rendía culto a Venus, y sus adoradores cometían allí toda clase de impurezas; y esto, en la casa de Jehová.

4. Había también muchos altares idolátricos (v. 2Re 23:12), algunos en el palacio, sobre la azotea de la sala de Ajaz. Al ser planos los techos de las casas, eran aptos para edificar altares en ellos (Jer 19:13; Sof 1:5), altares domésticos sobre los que quemaban incienso los adoradores del «ejército de los cielos».

5. Igualmente había un Tófet, o crematorio, en el valle del hijo de Hinom (v. 2Re 23:10), muy cerca de Jerusalén, donde se guardaba la imagen de Moloc (el dios de la crueldad, mientras los otros eran dioses de la liviandad), al cual sacrificaban algunos a sus propios hijos en el fuego, mientras otros los hacían pasar simplemente por entre las llamas. Parece ser que se le llamó Tófet de tof = tamboril o pandereta, porque tocaban estos instrumentos mientras quemaban a los niños, para que no se oyeran los gritos de las pobres víctimas.

6. Había lugares altos delante de Jerusalén, los cuales Salomón había edificado (v. 2Re 23:13). También los había por todo el reino, desde Gueba hasta Beerseba (v. 2Re 23:8). Había asimismo altares a la entrada de la puerta del gobernador.

7. Había sacerdotes idólatras, quienes oficiaban en todos aquellos altares idolátricos (v. 2Re 23:5). No se les llama kohanim, que es el nombre propio de los sacerdotes del verdadero Dios, sino quemarim, de la raíz kmr, que en siríaco significa «negro», pues parece ser que los sacerdotes de los ídolos oficiaban vestidos de negro, o porque se postraban delante de sus dioses, de acuerdo con el significado de la raíz kmr en el idioma asirio (v. Ose 10:5; Sof 1:4). Especialmente iban vestidos de negro los que ofrecían sacrificios a Osiris, los que hacían duelo por Tamuz (Eze 8:14) y los que adoraban a las deidades infernales, pues el negro era (y es en muchos países del Occidente) el color de los que están de luto.

8. Había, finalmente, encantadores, adivinos, etc., y conjuradores de los espíritus familiares (terafines), contra lo dispuesto en Deu 18:11 (v. 2Re 23:24).

II. Josías llevó a cabo la destrucción total de tales restos de idolatría.

1. Ordenó a Hilcías y a los otros sacerdotes que limpiaran el templo y retiraran todos los utensilios que servían para el culto a Baal. Se habían de quemar, y sus cenizas habían de ser transportadas a Betel. Este lugar había sido el manantial común de la idolatría, pues allí había sido erigido uno de los dos becerros de oro.

2. Los sacerdotes idólatras fueron depuestos. Los que no eran de la casa de Aarón, o habían sacrificado a Baal o a otros dioses falsos, fueron ejecutados conforme a la ley (v. 2Re 23:20). Los mató sobre los mismos altares, el sacrificio más aceptable que jamás se había ofrecido en ellos. A los que eran descendientes de Aarón, pero habían quemado incienso en los lugares altos, aunque sólo al verdadero Dios, les prohibió que volvieran a acercarse al altar de Jehová, pero les permitió que comiesen los panes sin levadura entre sus hermanos (v. 2Re 23:9), con los que habían de residir. Ese pan sin levadura (macizo y desagradable como era) todavía era mejor de lo que ellos merecían, y al menos servía para mantenerles con vida.

3. Todas las imágenes fueron hechas pedazos y quemadas. La imagen de Astarté (v. 2Re 23:6) fue reducida a cenizas, y las cenizas fueron esparcidas sobre los sepulcros de los hijos del pueblo, es decir, sobre las sepulturas del pueblo llano en la ciudad. Según la ley, se contraía impureza ceremonial al tocar un sepulcro; así que, al echar allí tales cenizas, se las declaraba totalmente impuras. Llenó de huesos humanos el lugar donde habían estado las estatuas y las imágenes (mejor, cipos) de Aserá Astarté (v. 2Re 23:14). Así como había transportado a los sepulcros las cenizas de las imágenes para mezclarlas con huesos de cadáveres humanos, así también transportó huesos de cadáveres humanos a los lugares donde habían estado las imágenes, y los puso en el lugar de ellas, para que, de ambos modos, apareciese más asquerosa la idolatría y se guardase el pueblo tanto de las cenizas de las imágenes como de las ruinas de los lugares en que se les había rendido culto y adoración.

4. Fueron suprimidas todas las casas de perdición, aquellos nidos de impiedad que fomentaban la idolatría en su forma más repugnante: la prostitución sagrada con fornicación y sodomía (v. 2Re 23:7). Profanó los lugares altos; los derribó y, al parecer, los cubrió de basura (v. 2Re 23:8). El Tófet que, al contrario de los otros lugares de idolatría, estaba en un valle, mientras los otros estaban en lugares altos, fue también profanado (v. 2Re 23:10) con huesos humanos (con la mayor probabilidad), con lo que fue así convertido en lugar común de enterramiento. Con respecto a esto tenemos un mensaje que ocupa todo el capítulo Jer 19:1-15 de Jeremías. Allí se dice (v. Jer 19:11): «En Tófet se enterrarán», y (v. Jer 19:12): «Pondré toda esta ciudad (Jerusalén) como un Tófet».

5. Los caballos que habían sido dedicados al sol fueron retirados y dedicados a usos comunes, y los carros del sol fueron consumidos a fuego.

6. Los encantadores, adivinos y terafines fueron barridos por Josías (v. 2Re 23:24).

III. El celo de Josías se extendió a todas las ciudades de Israel que estuvieron a su alcance. Las diez tribus del norte habían marchado al destierro, y las colonias asirias no poblaban suficientemente el país, por lo que es de suponer que muchas ciudades se hubiesen puesto bajo la protección de los reyes de Judá (2Cr 30:1; 2Cr 34:6). A éstas giró Josías una visita, a fin de extender hasta ellas su obra de reforma.

1. Profanó y derribó el altar de Jeroboam en Betel, así como el lugar alto y la imagen de Astarté que allí estaban (vv. 2Re 23:15, 2Re 23:16). Parece ser que el becerro de oro había desaparecido, pero el altar estaba aún allí. (A) Primero, profanó el altar (v. 2Re 23:16). En su piadoso celo Josías saqueaba todas las antiguas sedes de idolatría, después de rebuscarlas, y exploraba los sepulcros de los montes, en los que probablemente estaban sepultados los sacerdotes idólatras. Los abría, sacaba los huesos y los quemaba sobre los altares (v. 2Re 23:20). Así desecraba los altares y los hacía abominables a los ojos del pueblo. (B) Demolió el altar, y lo destruyó con todas sus pertenencias (v. 2Re 23:15), y quemó lo que era combustible hasta hacerlo polvo.

2. Destruyó todas las casas de los lugares altos, todas aquellas sinagogas de Satanás que había en las ciudades de Samaria (v. 2Re 23:19).

3. Preservó con todo cuidado el sepulcro de aquel varón de Dios que vino de Judá para predecir esto (1Re 13:1.). Este fue aquel buen profeta que predijo estas cosas contra el altar de Betel. Aunque lo mató un león, para mostrar, sin embargo, que el desagrado de Dios contra él se había aplacado con su muerte; el mismo Dios dispuso que, cuando todos los sepulcros en torno del suyo fuesen rebuscados y vaciados el suyo permaneciese intacto (vv. 2Re 23:17, 2Re 23:18) y nadie moviese de su sitio los huesos.

IV. Se nos informa, a continuación, de la solemne Pascua que Josías y su pueblo observaron después de todo esto. Después de purificar de la vieja levadura el país, no antes, se dedicaron a celebrar la festividad. Aunque de esta Pascua no se nos dan los detalles como los que leemos (2Cr 30:1-27) de la que se celebró en tiempo de Ezequías, sin embargo se nos dice (v. 2Re 23:22) que no se había celebrado una pascua tal como ésta desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel. Parece ser, pues, que esta Pascua fue extraordinaria por el número y devoción de los participantes, por el de sus sacrificios y ofrendas, y por la exacta observancia de las normas de la fiesta. Plugo a Dios recompensar su celo en la destrucción de la idolatría con señales no corrientes de su presencia y favor. Todo ello contribuyó a hacer de esta Pascua algo distinguido y memorable.

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