[Jehova Nissi] Historia No. 170: Tal Como Soy…

«Ya no hay caso que lleguemos a tiempo para tomar el otro tren,» comentó Samuel a su esposa Sandra, al detenerse de nuevo el tren en que viajaban. «Nos va a alcanzar la noche en ese pueblito minero. Poco me gusta tener que quedarnos allí.»

«Sí,» suspiró Sandra, «he encontrado el viaje tan largo esta vez.»

Los dos habían ido a vivir en una parte muy aislada de la selva australiana para predicar el evangelio, y regresaban a casa de una visita a la costa.

«Dicen que los mineros de este pueblito son salvajes,» observó Samuel al salir a la calle por las puertas de la estación. «Están enloquecidos por el deseo de enriquecerse con el oro que se ha encontrado por aquí, pero están sin Dios y sin esperanza, como dice la Biblia.»

«No obstante, voy a hacer una predicación,» continuó. «Esta plazoleta parece ser un buen lugar. Puede que escuchen esos mineros frente a la cantina. Cantemos, Sandra.»

Los dos tenían muy buenas voces, e inmediatamente la música captó la atención de los que estaban más cerca. ¡Cuándo se había cantado un himno en ese pueblo malvado!» Los hombres se callaron para escuchar. Luego se abrieron algunas puertas de las casas más cercanas, y otras personas se asomaron a las ventanas al sentir las lindas palabras: «Tal como soy, sin más decir … «

Detrás de los cantantes, escondido en la sombra de una casa, estaba un joven llamado Juan. Era uno de los más jóvenes de los mineros, pero uno de los más desenfrenados. Le iba mal, pues no encontraba oro. Descontento y desilusionado, había salido de su casa decidido a terminar con su vida.

«Una hora más tarde, y habré acabado con todo,» se prometió mientras caminaba cabizbajo. Su mano tocó el revólver escondido en su bolsillo.

En ese momento sintió cerca de él voces que cantaban hermosas palabras: Tal como soy, sin más decir, que a otro yo no puedo ir, Y Tú me invitas a venir. Bendito Cristo, vengo a ti. Se detuvo bruscamente. ¿Qué es eso … esa melodía … las palabrasí ¿Dónde las había escuchado antesí ¡Ah! ahora se acordaba … ¡era el himno de su madre! ¡Su madre! En su desesperación se había olvidado completamente de ella. ¿Qué diría ella si le viera ahora? ¿Y si supiera que iba a quitarse la vida?

Gimiendo profundamente el pobre joven se apoyó en la muralla de una casa. Se acordaba como si fuera ahora mismo la última vez que vio a su madre. Ella moría, y él, un niño de doce años, estaba al lado de la cama llorando desconsoladamente.

Apenas oía las palabras que ella susurraba. «Juan, hijo mío, ¿te veré en el cielo?» Juan trató de contestar pero no pudo. Sollozos sacudían su cuerpo. Por fin levantó la cabeza, y con voz temblorosa contestó: «Mamá, te prometo que sí.»

Parecía que nuevamente su madre le hablaba por las palabras del himno:

Tal como soy, sin demorar, del mal queriéndome librar, Me puedes sólo Tú salvar. Bendito Cristo, vengo a ti.

Pero su madre había muerto, estaba con el Señor, donde él había prometido juntarse con ella. «Si tan solamente hubiera vivido,» pensó Juan, «mi vida hubiese sido muy diferente.»

Después que ella murió, nadie le mostró cariño, nadie le protegió de los golpes de un padrastro de corazón empedernido, así que dentro de dos años, cuando tenía sólo catorce años, Juan se había ido de la casa.

Iba de lugar en lugar, trabajando en lo que podía encontrar, y juntándose con muchachos de mala vida. Finalmente, en busca de oro, llegó a ese pueblito minero.

«Y yo prometí que la vería en el cielo,» exclamó Juan con amargura, mirando hacia arriba. «¿Qué esperanza hay de eso ahora?»

Como si viniera del cielo mismo, le contestaban palabras cantadas del himno: Tal como soy, en aflicción, expuesto a muerte, perdición, Buscando vida, paz, perdón, bendito Cristo, vengo a ti. «¿Es posible que me reciba?» se preguntó Juan. Escuchó aun con más anhelo, y la luz del amor de Dios penetró las tinieblas de su corazón. Convencido que Jesús recibiría un pecador tan vil como él, Juan se arrodilló allí mismo para decir de todo corazón: «Bendito Cristo, vengo a ti.»

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