[CE-Peru] Si sufrimos con valor, tendremos parte en su reino

Es muy significativo que, después de predecir su pasión, Jesús haya enseñado acerca del costo y las retribuciones del discipulado: Si alguno quiere venir detrás de mí, ha de renunciar a su propio yo, tomar su cruz y seguirme (Mateo 16,24). De esta forma, establecía una relación directa entre su cruz y el llamamiento a sus discípulos, pero también estaba uniendo su destino al de los discípulos. En otras palabras, para ser discípulo hay que tener parte en los sufrimientos de Cristo.

El sufrimiento no es otra cosa que el beso de Jesús; los padecimientos nos ayudan a identificarnos tanto con Cristo que Él puede darnos a conocer su amor. ¿Estamos pasando por dificultades y sufrimientosí ¿Se libran en nuestro interior una batalla entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal? Jesús quiere estrecharnos cariñosamente en sus brazos en medio de esas tribulaciones y nos invita a morir a nosotros mismos, a dejar atrás el afán de comodidad o satisfacción personal, el temor, la vanidad o el mal genio que nos tienen prisioneros, para abrazar la cruz y recibir el amor, la paz y el gozo que el Espíritu quiere derramar con abundancia en nuestro corazón.

Esta muerte al ego es esencialmente algo positivo y constructivo: Es negarse uno mismo, para decirle sí a Dios y aceptar su invitación a amarlo a Él y al prójimo; es vaciarse de los deseos egoístas con el fin de tener libertad para darse a los demás, para que muchas otras personas reciban el Evangelio del amor de Dios por intermedio nuestro. Lo que hablemos, las plegarias que elevemos y hasta el testimonio de vida que demos pueden influir poderosamente en otras personas y moverlas a acercarse al Señor. La invitación de Cristo a tomar su cruz es un llamado a seguir sus pasos e imitarlo a Él, que nos amó tanto que entregó su vida por el género humano.

Si morimos a nosotros mismos y seguimos a Jesús con toda humildad y confianza en el amor del Padre, llegaremos a ser partícipes de la pasión de Cristo; si compartimos su pasión, también tendremos parte en su resurrección. Como lo promete la Sagrada Escritura: Si sufrimos con valor, tendremos parte en su reino (2 Timoteo 2,12). El sufrimiento y la muerte al yo, llevados a cabo junto con Jesús, llevan al gozo de la resurrección.

A Dios clamo con fuerte voz para que él me escuche. El día que estoy triste busco al Señor y sin cesar levanto mis manos en oración por las noches. Mi alma no encuentra consuelo. Me acuerdo de Dios, y lloro; me pongo a pensar, y me desanimo. Tú, Señor, no me dejas pegar los ojos; ¡estoy tan aturdido que no puedo hablar! Pienso en los días y los años de antes; recuerdo cuando cantaba por las noches. Recordaré las maravillas que hizo el Señor en otros tiempos; pensaré en todo lo que ha hecho. Oh Dios, tú eres santo en tus acciones; ¿qué dios hay tan grande como tú? ¡Tú eres el Dios que hace maravillas! ¡Diste a conocer tu poder a las naciones! Con tu poder rescataste a tu pueblo, lo dirigiste como a un rebaño (Salmo 77)

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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz. 

Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú
                               

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