[devocional-domingo] 07 de agosto de 2005 – No había lugar para Él.

No había lugar para él

(María) dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales,y lo acostó en un pesebre.Lucas 2:7.

Sin saberlo, el emperador Augusto fue uno de los instrumentos que Dios utilizó para cumplir su plan de salvación. Desconocidos por muchos, José y María fueron a Belén, la ciudad de David, porque según el edicto del emperador, debían ser censados allí. En esos días aconteció el nacimiento del Señor Jesús.

¡Qué sorprendente visita hizo el Hijo de Dios a nuestro mundo! Si hubiese aparecido con todo su poder y majestad, habría inspirado respeto y temor antes que confianza y amor. Pero hizo su entrada en el mundo a la manera del hombre, por medio del nacimiento. ¡Imaginémoslo acostado en un pesebre, porque no había lugar para él en el mesón! Su venida molestó al mundo. ¡Cuántos corazones se parecen a ese mesón: en ellos no hay lugar para el Señor Jesús! Esta feliz noticia no fue anunciada a los que estaban en eminencia, sino a humildes pastores: ?Os ha nacido? un Salvador?. ¡Nació para ellos y para nosotros!

Si el mundo no se interesó por el nacimiento del Salvador, el cielo entero, en cambio, celebró ese incomparable misterio. ?Dios fue manifestado en carne? visto de los ángelesí (1 Timoteo 3:16). Éstos dieron gloria a Dios, anunciaron paz en la tierra, la buena voluntad de Dios para con los hombres. Gracias a la señal que les fue dada, los pastores hallaron al niño acostado en el pesebre. Comunicaron a otros lo que acababan de ver y oír, y a su vez dieron gloria a Dios (Lucas 2:20). Unamos nuestra alabanza a la de los ángeles y pastores de Belén.

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