[devocional-viernes] 05 de agosto de 2005 – Un pie en la tumba.

Confesaré mi maldad,
y me contristaré por mi pecado. 
Salmo 38:18.

Con el corazón se cree para justicia,
pero con la boca se confiesa para salvación. 
Romanos 10:10.

Si confesamos nuestros pecados,
él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad. 

1 Juan 1:9.

Un pie en la tumba

       Transcurría el año 1942. En una ciudad de Francia, un joven yacía en una cama, muy enfermo de tuberculosis. Se sentía muy débil, estaba casi inconsciente. Tres médicos estaban en la habitación y hablaban en voz baja. Uno de ellos dejó escapar la reflexión: ?¡Pobre muchacho! Ya tiene un pie en la tumba.

       El joven escuchó estas palabras. Anonadado, no dijo una palabra ni reaccionó. Toda la noche, con insistencia la frase del médico volvía a su memoria. Lloró silenciosamente. Ya se veía compareciendo ante la justicia divina. Su mala conducta lo había alejado de Diosí Entonces pensó en el Evangelio, en Jesús muerto por él. Y tomó la gran decisión: aceptó a Jesús como su Salvador.

       No fue el resultado de infundados temores de un adolescente, temores desvanecidos después de su curación. No, fue el compromiso de toda una vida, con un solo testigo: Dios mismo. Cincuenta años más tarde, el recuerdo de esa noche permanece grabado en él, la noche de su conversión, cuando halló la paz con Dios, cuando obedeció para siempre a Jesucristo, la noche que transformó su vida.

       Ahora, a cada uno de nosotros, la pregunta se formula con agudeza: ¿Recuerdo haber tenido un contacto profundo, serio, determinante con Diosí ¿Decidí obedecer a Jesucristo? ¡Esta es mi responsabilidad!

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