[Jehova Nissi] Corazon de Caballero

Corazón de caballero
Dante Gebel

-Algún día seré un caballero del rey -dice el niño rubio, mientras
observa un desfile militar.
-¡Ja, ja, ja! ¿Un caballero? ¡El hijo de un techador quiere ser un
caballero! -se burla un vecino algo viejo y molesto por los sueños de
un niño demasiado ambicioso- sería más fácil cambiar las estrellas,
antes que seas un caballero.
El niño siente la daga del sentido común que lo atraviesa. La lógica
dice que él no tiene sangre de nobleza, ya lo dijo el vecino: Es el
hijo de un techador, apenas un reparador de goteras.
Sin embargo tiene una esperanza, débil, pero esperanza al fin. Es el
boxeador que perdió en cada asalto, pero se juega un round más. Es el
corredor que se dobla el tobillo faltando cincuenta metros para la
meta, pero se reincorpora otra vez.
-¿Podré algún día cambiar las estrellasí -pregunta a su padre.
-Siempre que quieras, podrás cambiar tu estrella -responde el sabio
techador.
El film se titula "Corazón de caballero" y narra la historia de
alguien que logró cambiar su destino, trastocó la lógica, se peleó
con el sentido común. Debió ser techador, pero prefirió anhelar ser
caballero. Se enroló en los combates como si fuese un noble, logró
tantas victorias, que para cuando descubren que no tiene sangre de
nobleza, ya es demasiado popular, demasiado campeón. Y un rey le
otorga el verdadero título al mérito. Un corazón de león que cambia
su futuro aunque esté "muerto".
Puedes cambiar tu estrella.

-Ustedes pueden impedir que yo sea médico -les dice Patch Adams a
toda una comisión de importantes doctores- pueden botarme de la
facultad de medicina. Pueden negarme el diploma. Pero yo seré médico
en mi corazón. No pueden quebrar mi voluntad, no pueden detener a un
huracán. Siempre estaré ahí. Ustedes deben elegir si desean tener un
colega... o una espina clavada en el pie.
Los médicos escuchaban aturdidos al aspirante, que en pocos meses,
con métodos poco ortodoxos como el humor, o la contención afectiva de
los pacientes, había logrado sanar a mucha gente. Otra vez el mismo
denominador: No eres noble, eres techador. Pero no se puede quebrar
al que está decidido a cambiar su estrella, y Patch Adams, llega a
ser uno de los especialistas más reconocidos del mundo, fundando su
propio centro asistencial, que luego se extendería a todo el planeta,
con una terapia que revolucionaría al doctorado mundial.
¿Quieres oír una historia aun más fascinante? ¿Qué opinas acerca de
sentarte en una cómoda butaca de cine y deleitarte con el
largometraje que se perdieron de filmar los mejores guionistas de
Hollywood? Siéntate y observa.
El hombre espera en la quietud de la celda. Una molesta gotera golpea
sobre la áspera piedra. El calor es agobiante y denso, pero a esta
altura de las circunstancias, la temperatura es lo que menos importa.
Las moscas lo invaden todo sin piedad, pero no tiene sentido
espantarlas; al fin y al cabo, pueden llegar a ser la única compañía
digna de apreciar. Los demás presos observan al hombre con recelo.
Acechan. Para ser honesto, los últimos meses fueron pésimos para el
callado prisionero. Sus hermanos lo odian con todo el alma y le
tendieron una trampa; una clásica rencilla familiar que terminó en
tragedia, en viejos rencores arraigados.
El hombre es apenas la sombra de aquel muchacho que solía lucir un
impecable traje de marca italiana, con un delicado toque de perfume
francés. Ahora viste harapos, una suerte de taparrabo. Se comenta en
la celda, que está marcado por la desgracia. Pudo haber sido libre,
llegó a trabajar como mayordomo para un importante magnate. Pero los
comentarios afirman que quiso propasarse con la bellísima mujer del
millonario. En su momento, negó la acusación, pero "no pretenderá que
creamos que fue ella quien lo acosó sexualmente", opinan.
"Si fuese como él dice, debió haberse acostado con ella", afirma un
viejo recluso apodado "el griego", "una noche de lujuria le habrían
otorgado su pasaporte a la libertad".
El misterioso hombre sigue recostado sobre una de las paredes sucias
de la prisión. Parece que supiera algo que los demás ignoran. Como si
tuviese un hábil abogado que apelará su condena, o como si
presintiese que la muerte está cerca y le aliviará tanto dolor
injusto. Sonríe en silencio, sin alboroto. Técnicamente está muerto,
sin esperanza. Pero ya no siente el calor ni le molestan los
grilletes. Es como si pudiese ver tras los enmohecidos muros de la
celda. Los demás presumen que está al borde de la locura. Pero el
hombre espera como aquel que sabe que aún puede cambiar su estrella.
Toma la celda como parte del plan, como el último escalón hacia el
destino.
Las chirriantes puertas de acero se abren de golpe y dos guardias
entran en escena. Buscan al hombre. Unos de los guardias tiene una
voz gutural: "Faraón quiere verte, ha tenido un sueño y dicen que tú
sabes revelarlos".
El prisionero no se sorprende. Sube los peldaños que lo alejarán para
siempre de la celda, en silencio.
Reclusos, observen la espalda de este hombre, contémplenlo mientras
se aleja. Si tienen la fortuna de estar vivos, la próxima vez que lo
vean, lo encontrarán con vestimenta de rey, lucirá como Faraón. El
magnate maldecirá haberlo despedido. La mujer confesará que lo acusó
por despecho, injustamente. Y su familia se arrojará ante él, para
implorarle misericordia. Los presos lo convertirán en leyenda.
"Yo lo conocí cuando era un don nadie, y se sabía que iba a llegar
lejos, siempre lo supe", alardeará y mentirá "el griego".
José gobernará la nación, ocupará el sillón presidencial y
administrará los graneros de Egipto. Aprenderá a ganar, experimentará
el sabor de la victoria.
Puedes cambiar tu estrella.

Solo necesitas seguir entero por dentro, con espíritu inquebrantable.
Con corazón de león. Y tomar desprevenidos a los fotógrafos que solo
se dedican a observar las primeras figuras. Los comentaristas y las
comisiones de ética opinarán que no se explican de dónde pudiste
haber salido, no tienes trayectoria, estabas muerto. Ellos esperan
que se incendie un ciprés, pero arde la zarza. La lógica sostiene que
mueras como un pescador de un remoto Capernaúm, pero sanas enfermos
con la sombra. Colocan las cámaras y los móviles de televisión para
hacer una gran transmisión satelital desde el palacio, pero el rey
decide nacer en un establo.

"Ustedes pueden negarme un diploma del seminario bíblico. Pueden
impedir que sea un predicador con credenciales, pero seré predicador
en el corazón. No pueden quebrar mi voluntad, no pueden detener a un
huracán. Siempre estaré allí. Ustedes deben elegir, si desean un
predicador colega... o una espina clavada en el pie".
Estoy seguro de que los compañeros de secundaria que me apodaron y se
burlaban de mi raquítica humanidad, no relacionan a aquel "Muerto"
con el hombre de hoy. De hecho, uno de ellos, ya con treinta años de
edad, conoció a Cristo en una de mis cruzadas multitudinarias en el
estadio River Plate y jamás sospechó que él fue el compañero de banco
del predicador de esa noche.
"Conocí a un Gebel en la secundaria", le confesó a su esposa esa
misma noche, "se llamaba igual que Dante Gebel, el pastor de los
jóvenes, pero aquel era un idiota".
No lo culpes. Cuando no eres popular y te destrozaron la estima, solo
se te recuerda al repasar un viejo anuario, en una foto amarillenta.
El infeliz del penúltimo banco.
Dos semanas después de aquella cruzada, cuando se dio cuenta que
aquel idiota era el mismo que había predicado ante sesenta mil
jóvenes y le presentó a Cristo, se sintió como uno de los hermanos de
José.

Ahora, detente un momento.
Tal vez no me expresé bien: no te pedí un poco de atención, quiero
toda tu atención.
Obsérvame con cuidado.
Techador.
Esclavo.
Acomplejado.
Preso en la oscura celda del complejo.
Sentenciado por el dedo huesudo de un líder sin piedad.
Quiero que entiendas lo que voy a decirte. Cierra tu puño con fuerza
porque vas a cambiar tu herencia. Aún me recuerdas a mí cuando tenía
quince años; no dije que cerraras un poco la mano, dije: Cierra tu
puño con fuerza hasta que casi sientas que puedes clavarte las uñas
en la palma. Tengas quince años... o cincuenta.
Nunca olvides estas palabras: tienes corazón de caballero, posees la
llama sagrada. La espada del Gran Rey se posa sobre tu hombro derecho
y ha de cambiar tu futuro para siempre.
Ahora, escucha las palabras del Rey.
Una por una.
Mastícalas, digiérelas.
Memorízalas para siempre.
Transfórmalas en tu lema, tu escudo de nobleza:
Puedes cambiar tu estrella.

Dante Gebel
Adaptado de "El código del Campeón"
(Editorial Vida-Zondervan)
Mas informacion en www.dantegebel.com

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