[CE-Peru] La esperanza de la gloria.

En todos sus escritos, San Pablo demostró comprender plenamente lo que Jesús hizo por Él en la cruz y en su resurrección. Aparte de experimentar el perdón de sus pecados, supo recibir la adopción como hijo de Dios, y esperaba confiado la vida eterna que un día llegaría. Esta comprensión de San Pablo le cambió toda la perspectiva de su vida. La vida terrena y sus apegos materiales deben haberle parecido pálidos e intrascendentes frente a lo que sabía que venía. Fue por eso que pudo decir enfáticamente: Considero que los padecimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después (Romanos 8,18). Al comparar los sufrimientos terrenales con el gozo eterno, San Pablo encontró que las vicisitudes de la vida eran de poca importancia: Sufrimos profundamente esperando el momento de ser adoptados como hijos de Dios, con lo cual serán liberados nuestros cuerpos (Romanos 8,23).

 

La misma esperanza podemos tenerla nosotros si fijamos la mirada en Jesús y perseveramos, sabiendo que Él anhela que estemos con Él, y que siempre trata de acercarnos a sí mismo. El Señor quiere darnos a entender o, mejor aún a saborear, porque en modo alguno puede ser entendido, cómo se regocija el alma cuando le sucede esto. Cualquier persona del mundo con todas sus posesiones, riquezas, deleites, honores y festines, aún cuando pudiera disfrutarse de todo esto sin las pruebas y dificultades que llevan consigo, lo cual es imposible, ello no podría ni en mil años producir la felicidad que experimenta en un solo momento el alma que se siente atraída por el Señor. Debemos decidirnos a seguir a Cristo Jesús y cambiar la venganza por el perdón, el egoísmo por la generosidad, el odio por el amor, la debilidad ante las dificultades por la fortaleza ante ellas.

 

Hay que apostar por ideales nobles en esta vida. Los muchos avatares en esta vida nos impiden ver el bien que Dios tiene preparado en nuestro futuro. Cristo nos lo enseña comparando el Reino de los cielos con un grano de mostaza (Lucas 13,18 -19). Una semilla tan insignificante por su pequeñez que seguramente un no entendido de semillas la hubiese tirado a la basura. Sin embargo en su pequeñez se encierra su grandeza. Podríamos pensar que una minucia de ese tamaño no sirve para nada. Pero si conociésemos lo que viene después pagaríamos lo que fuese por conseguirla. De la misma forma son los ideales por los que hay que apostar y pagar lo que sea. Al inicio no vemos el provecho personal que hay en perdonar a quien nos ofendió o prestar ayuda a quien lo necesita porque no vemos más que una insignificante semilla de mostaza, y lo es. Pero pensemos también que el fruto que viene después será inmensamente superior al que nosotros esperábamos.

Sembremos estas semillas del perdón, de la alegría, de la unión, de la fortaleza entre nuestros familiares y amigos pero sobre todo en nuestro propio corazón. Son semillas que en su pequeñez se encierra su grandeza y provecho para nuestra vida. Todos necesitamos buscar diariamente esta esperanza, acercándonos a Cristo, para que Él nos fortalezca la fe y grabe estas verdades profundamente en nuestro corazón. Hemos de reclamar la vida que nos pertenece y procurar diariamente una comunión más íntima con el Señor.

 

Los que siembran con lágrimas, cosecharán con gritos de alegría. Aunque lloren mientras llevan el saco de semilla, volverán cantando de alegría con manojos de trigo entre los brazos (Salmo 126,5 – 6).

Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz. 
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú
                               
 
 
 
 


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