Cristo es amor.

Cuando Jesís hace su Éltima subida hacia Jerusal?n sabe que va allí para morir de la manera más horrible. Sin embargo va decidido y declara que debe seguir adelante hoy, mañana y pasado porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusal?n, es decir, tiene inter?s en llegar a tiempo a la cita que tiene con la muerte, en la que dará gloria a su Padre y nos mostrar? su amor. Ante esta premura no le importan los poderes pol?ticos (Herodes que lo amenaza de muerte) ni sociales (los fariseos que le invitan a irse de sus dominios) (Lucas 13,31 – 35).

Jesís va subiendo a Jerusal?n decidido, lleva prisa; en este su Éltimo viaje iba delante de los disc?pulos. No tiene miedo, sino premura. Sabe que la voluntad del Padre Dios es, a fin de cuentas, lo ?nico que nos cuenta en esta vida. Jesís está loco, porque es el amor. Sabe que mucho s cristianos a lo largo de la historia deber?n renunciar a muchas cosas, incluso a su vida misma, por cumplir fielmente la voluntad de Dios:
Por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte; nos tratan como a ovejas llevadas al matadero (Salmo 44,22).

Por eso, todo amor que se precie ha de llevar una dosis de locura e incomprensión. Locura porque lo que se hace no tiene sentido desde el punto de vista humano, parece ir en contra de lo natural y de lo que es razonable. Incomprensión porque no sÉlo va a estar teñido de un color que las personas no entiendan, sino que provocar? sorpresa por lo desconocido que es y desatar? todo tipo de opiniones desde las risas y tachaduras de tontos hasta las más incisivas y violentas. Así como Jesís con su vida provoca, ha llegado la hora de preguntarse qué pasa con nuestra vida, que reacci?n provocamos en los demás, ojal? que la respuesta no sea indiferencia.

San Pablo hace una hermosa alabanza al amor de Dios manifestado en Jesucristo (Romanos 8,31 – 39) en donde se ve claramente, por las figuras que usa, que Él consideraba que este amor es vital para la esperanza que tenemos los cristianos, porque en la medida en que dejemos que el amor de Dios nos impregne por completo nuestra fe ser? cada vez más firme e inquebrantable. Lo primero que menciona es la actitud de Dios hacia nosotros: es evidente que Dios está a favor nuestro (Romanos 8,31 – 34), por lo tanto el ap?stol insiste en que no hay condenaci?n para el creyente. A menudo pensamos que nuestros pecados son demasiados graves para que Dios los perdone; sin embargo la realidad es absolutamente distinta pues el Padre Dios entreg? a Jesís, su Hijo unig?nito, a morir en la cruz para que su sangre pudiese purificarnos de todo lo que nos impide amar y servir a Dios (Hebreos 9,14).

El maligno se empeña por convencernos de lo contrario; de que no somos amados, aun cuando Dios no ha escatimado nada para demostrar lo mucho que nos ama. Jesís está constantemente intercediendo en nuestro favor para que no seamos presa de esta perversa mentira: Oh Dios, no te quedes callado ante mi oración, pues labios mentirosos y malvados hablan mal de m?, y es falso lo que de m? dicen. Sus expresiones de odio me rodean; me atacan sin motivo. A cambio de mi amor, me atacan; pero yo hago oraci?n. Me han pagado mal por bien, y a cambio de mi amor, me odian (Salmo 109,1 – 5).

San Pablo pregunta: ¿Qui?n nos podr? separar del amor de Cristo? (Romanos 8,35), y señala siete dificultades que pueden oponerse al cristiano en diversos grados: sufrimiento, dificultades, persecuci?n, escasez de alimento o vestido, peligro, muerte violenta. El amor de Cristo es más grande y más poderoso que todo eso, y nada puede disminuirlo ni debilitarlo en forma alguna. Su amor por nosotros es nuestra ancla, no nuestro amor por Él. Muchas veces nuestro amor por Dios es fr?gil e inconstante y por tanto no puede ser la norma por la cual podamos medir cu?nto nos ama Cristo: Señor, haz honor a tu nombre y tr?tame bien. ¡SÉlvame por la bondad de tu amor! Estoy muy pobre y afligido, tengo herido el corazón, ay?dame, Señor y Dios m?o; ¡sÉlvame, por tu amor! (Salmo 109,21 – 22.26).

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Pero sí podemos creer confiadamente en la palabra de Dios de que nada puede separarnos de su amor. En efecto, suele suceder que en momentos de dificultades o peligro es cuando mejor experimentamos el amor de Dios, porque entonces es cuando nos damos cuenta claramente de cu?nto lo necesitamos: Con mis labios dará al Señor gracias infinitas; ¡lo alabaré en medio de mucha gente! Porque Él aboga en favor del pobre y lo pone a salvo de los que lo condenan (Salmo 109,30 – 31).

Señor Jesís, T? te despojaste de todo, excepto del amor. El amor es la esencia misma de tu naturaleza. Ll?name de tu amor y ay?dame en la hora de la tentaci?n, para que yo recuerde tu cruz, y si caigo ay?dame a arrepentirme, para que sea revitalizado y fortalecido por tu amor. Gracias, Señor.

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Que el Padre Dio s te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per?

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