Todos formamos un solo pueblo.

La oraci?n fue una compañera inseparable de Jesís. En todo el Evangelio le vemos orando, sobre todo en los momentos más decisivos de su vida: antes del Bautismo, al realizar varios milagros, en la Éltima Cena, en el Huerto de los Olivos, en la Cruz, etc. Cuando elige a los Doce ap?stoles (Lucas 6,15 – 16), los hombres con los que iba a comenzar la Iglesia y deb?an ser aptos para llevarla a buen t?rmino con paso firme, una decisi?n muy importante que no podía hacerse con prisas y a la ligera, dedica una noche entera para consultarla con su Padre.

De la misma manera todas nuestras grandes decisiones deber?an surgir tras un encuentro con Dios cuando llegan situaciones difíciles en el trabajo o en la familia, ya que el Señor nos puede ayudar a encontrar la soluci?n más adecuada. ¿Y cómo sabemos si la respuesta viene realmente de Diosí Cuando Él ilumina un alm a por la acci?n del Espíritu Santo le envía algunas señales, por ejemplo, una profunda paz interior, alegr?a, amor, etc. Es lo que llamamos frutos del Espíritu y nos damos cuenta que esa soluci?n está completamente de acuerdo con lo revelado en las Sagradas Escrituras.

Los Ap?stoles Sim?n el Celote y Judas experimentaron un cambio profundo de vida de sus valores pol?ticos religiosos por una vida al lado de Cristo basada en la humildad, en la mansedumbre y en el perd?n. Pertenec?an según al grupo de los celotes, jud?os convencidos de su fe y de sus tradiciones, pero que combat?an al opresor romano y esperaban un Mesías que los liberara de aquella opresi?n; les mov?a en rencor, y el rencor engendra ira y violencia. Jesís les sale al paso sin importarle su militancia y sus convicciones y les invita a seguirle; desde el principio Judas y Sim?n empezaron a escuchar del Maestro palabras de mansedumbre. ¡Qu? difícil debi? ser para ellos abandonar el camino de la ira para acercarse a los hombres con bondad, con respeto, con comprensión! Ello va a suponer una nueva mentalidad, una conversi?n interior, un abandono de algo muy metido en sus corazones. Jesís no les pedía que destruyeran su forma de ser, sino que emplearan para el bien aquella fuerza interior que un día usaron mal porque la pusieron al servicio de sus pasiones. Judas y Sim?n tuvieron que entrar por medio de Cristo, Dios hecho hombre, a la comprensión de un Dios distinto, un Dios que es Padre bondadoso, amable, bueno. Así se convertir?n con el tiempo en hombres que luchar?n por liberar al hombre de otras esclavitudes distintas a las pol?ticas: la esclavitud del pecado, la esclavitud de las pasiones, la esclavitud, sobre todo, del pro pio yo. Aquello sÉlo era símbolo de una realidad que se repite en el corazón del hombre: el rencor, el odio, la acepci?n de personas. Al ser llamados Judas y Sim?n empiezan a comprender que el Maestro centra su mensaje en el amor, en el perd?n, en el olvido de las ofensas. Sin duda en su interior tuvo que darse una revoluci?n profunda, difícil, sangrante. Pero poco a poco empez? a entrar en ellos la comprensión de una nueva visi?n del hombre, no como enemigo, sino como hermano, hijo del mismo Padre, que ama a todos y hace salir el sol sobre buenos y malos. Así el odio, el rencor, la venganza fueron desapareciendo y en su lugar se situaron la paz, la oraci?n por los enemigos, el amor. Fueron testigos directos de la fuerza omnipotente de Dios, no sÉlo cuando Jesís resucit?, sino también en su propio apostolado. Hombres y mujeres que jamás conocieron a Cristo llegaron a un encuentro con Él a través de las señales y prodigios que hicieron. Los milagros de curaci?n y liberaci?n eran testimonios para miles de personas de que este Jesís que anunciaban los ap?stoles era sin duda alguna el Señor soberano que podía librarlos de sus pecados.

A la luz del Evangelio de Cristo y del ejemplo de estos dos Ap?stoles, nosotros, hombres de hoy, tenemos que revisar nuestra vida y decidir qué cambios debemos realizar para ser cristianos de veras. ¿Qu? nos puede pedir el Padre Dios tomando como punto de referencia los valores de la humildad, de la pobreza y de la abnegaci?n? Sin duda, podr?a ser much?simas cosas e incluso, cada uno tendr? necesidades distintas. Dios nos pide un cambio de mentalidad, pues con frecuencia nuestra mente, nuestra inteligencia, nuestra raz?n están prisioneras de lo material, de lo cotidiano, de lo intrascendente, de lo inmediato. Un cambi o de corazón, de ese corazón endurecido por el racionalismo, el orgullo, la autosuficiencia, la vanidad, el sentido de superioridad. Parecemos ciudadanos de una tierra sin horizontes y sin futuro. Nos parecemos a aquel hombre rico que, tras una buena cosecha, se construye unos grandes graneros y se invita a sí mismo a vivir bien. ¡C?mo necesitamos levantar nuestra mirada a la eternidad, dar prioridad a lo espiritual, apreciar más las realidades importantes de la vida como la fe, la familia, la amistad! No nos resulta f?cil esta liberaci?n, porque además vivimos en una sociedad que sÉlo nos habla de bienestar, de comodidad, de éxito, de eficacia. Sin embargo, con los días y con los años vamos saboreando el amargo de una vida que se encierra sobre sí misma sin horizontes y sin futuro. Tenemos que abrirnos al cambio, abandonar prejuicios, convencernos de nuestras mentiras, romper con nuestros h?bitos ego?stas, abrir las puertas a una vida más marcada por los sentim ientos y la afectividad. Y evidentemente todo ello para ser personas equilibradas, ricas interiormente, abiertas a la felicidad, pues Dios nos quiere así para edificar su Iglesia.

El Espíritu Santo desea enseñarnos a evangelizar y puede comunicarnos sabidur?a y curarnos de toda enfermedad. Por nuestro testimonio podemos llevar a otras personas a arrepentirse de sus pecados y encontrarse con el Dios vivo. Todo lo que Él nos pide es que lo amemos y lo invoquemos para recibir fuerzas y así seamos obedientes a sus mandamientos. Él nos capacitar? para amar a los demás y a entregar la vida por ellos, como Sim?n y Judas lo hicieron en su ?poca. Cristo vino a traer buenas noticias de paz a todos, tanto a ustedes que estaban lejos de Dios como a los que estaban cerca. Pues por medio de Cristo los unos y los otros podemos acercarnos al Padre por un mismo Espíritu. Por eso ustedes ya no son extranjeros, ya no están fuera de su tierra, sino que ahora comparten con el pueblo santo los mismos derechos y son miembros de la familia de Dios. Ustedes son como un edificio levantado sobre los fundamentos que son los ap?stoles y los profetas, y Jesucristo mismo es la piedra principal. En Cristo todo el edificio va levant?ndose en todas y cada una de sus partes, hasta llegar a ser en el Señor un templo santo. En Él también ustedes se unen todos entre sí para llegar a ser un templo en el cual Dios vive por medio de su Espíritu (Efesios 2,17 – 22).

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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per?

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