[CE-Peru] El regreso del Hijo del Hombre.

Bendice al Señor tierra entera; canta en su honor eternamente, porque él es el Dios viviente, y permanece para siempre. Su reino no será jamás destruido ni su poder tendrá fin. Él es el salvador y el libertador; el que hace señales maravillosas en el cielo y en la tierra (Daniel 6,26 – 27).
 
El lenguaje escatológico empleado por Jesús (Lucas 21,20 – 28) nos muestra dos cosas: que Él es el Señor y dueño de la historia y de los acontecimientos, y que todo cristiano tiene como consigna la vigilancia, pues desconocemos el día y la hora en que todo esto sucederá. Para Jesús verdadero problema era la opresión en sí, no el hecho de que un romano pagano se atreviera a oprimir al pueblo escogido de Dios. Poco se podía hacer frente al imperio si eran los propios y virtuosos compatriotas los que sometían a su propio pueblo a una servidumbre más cruel que la del imperio. Toda esta situación fue la que hizo imposible una defensa unánime de Jerusalén. En el año 70 cada secta judía reclamaba la ciudad para sus intereses, y sucumbieron ante los romanos por división interna. Por eso la profecía de Jesús podría interpretarse como una advertencia: ¿Para qué quieren derrocar a los romanos si ustedes tienen el imperio dentro de sí?
 
El Señor nos dice que quien está en el campo no entre en la ciudad y quien esté en la ciudad que se aleje. Cristo no nos pide lo que no le podemos dar pero sí reclama un seguimiento convencido por parte de cada uno, que le amemos por encima de nuestras tribulaciones o en medio de la perplejidad; que aguardemos con esperanza su segunda venida. Pobres mujeres aquellas que en tales días estén embarazadas o tengan niños de pecho (Lucas 21,23) clama el Señor al contemplar en espíritu el cuadro del fin del mundo actual. Bien colocada está esta expresión al comienzo del discurso referente al terror de la destrucción de Jerusalén. Pero en el Espíritu de Cristo, que es el Espíritu del Verbo Eterno, confluye y se identifica con la visión del fin del mundo; en esa identificación la exclamación significa mucho más que una simple compasión humana por aquellas desvalidas mujeres menos expeditas que las otras para poder huir o resistir a las más duras penalidades; para el Señor que contempla y advierte, en la profecía de la destrucción del mundo ellas se tornan imagen y tipo de aquellos a quienes el fin del mundo va a sorprender en el preciso instante en que aún demasiado ligados al mundo presente, no se sentirán libres para poder seguir sin trabas la voz del llamado y salir al encuentro de la nueva aurora. Sus pies no se habrán fortalecido en el camino de la cruz de Cristo, no habrán llegado a ser ágiles en los caminos de sus mandamientos, se hallarán entorpecidos por los lazos del enemigo. Pesa sobre sus hombros la carga del falso reino de este mundo. Sus brazos abrazan las alegrías caducas de una tierra condenada a perecer. Los dioses de este siglo (oro, petróleo, riquezas terrenales) han cegado sus ojos y no ven la brillante luz del evangelio de Cristo (2 Corintios 4, 4). No conocen el lenguaje de los signos celestiales, no pueden contemplar el brillo de la aurora. En balde se publica el mensaje y se encienden las antorchas eternas. Los esclavos de este siglo y de su dios no pueden ver, y huyen. A ciegas van dando traspiés hacia la condena del tribunal y el fuego de su castigo, que tendrá la virtud de abrir sus horrorizados ojos.

Nos advierte que el camino de la cruz no es fácil y que cuesta mucho, pero sabemos que cuando Dios pide algo, no hace más que requerir lo que precisamente ha dado. Por lo tanto tenemos un modelo donde reflejarnos. Él nunca nos deja solos. Solo Dios basta; seamos capaces de cobrar el ánimo y levantar nuestra cabeza porque se acerca nuestra liberación. Liberación de todo pecado, de nuestra miseria, de nuestros rencores e insatisfacciones. Dios ama a los que son fieles y los socorre en tiempos de persecución. Los cristianos encontraremos consuelo porque triunfaremos en Cristo; nuestra victoria personal será también el triunfo colectivo de todo el pueblo de Dios
(Lucas 21,28).
 
¡¡¡Señor nuestro Jesucristo, en Ti conocemos la victoria; a Ti acudimos aceptando todas tus enseñanzas para que el reino de Dios que viniste a inaugurar encuentre su cumplimiento en nosotros!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica


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