[CE-Peru]Jesús llora por nosotros.

Jesús contempla la ciudad de Jerusalén, y llora sobre ella (Lucas 13,34 – 35; 19, 41 – 44), pues sabe cómo quedaría destruida más tarde la ciudad que tanto amaba, que no conoció el tiempo de su visitación (Lucas 1,68). Juan nos deja constancia en otra ocasión de esas lágrimas de Jesús, que pueden ser tan consoladoras para nuestra alma: llora por la muerte de su amigo Lázaro; los judíos presentes exclamaron: ¡Miren cuánto lo amaba! (Juan 11,33 – 36). Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, sabe querer a sus amigos, a sus íntimos y a todos los hombres, por los que dio la vida. Podemos contemplar la delicadeza de sus sentimientos y comprender que Él no es indiferente a nuestra correspondencia a esa oferta de amistad y de salvación, no es indiferente ante nuestro esfuerzo diario por vivir la caridad, ni por servirle en medio del mundo.
 
La vida cristiana no consiste en detenernos en difíciles especulaciones teóricas, ni en la mera lucha contra el pecado, sino en amar a Cristo con obras y sentirnos amados por Él. Cristo vive ahora entre nosotros: le vemos con los ojos de la fe, le hablamos en la oración, nos escucha continuamente, no es indiferente a nuestras alegrías y pesares. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó. Nosotros también los hemos llenado de aflicción por nuestros pecados, por las faltas de
correspondencia a la gracia, por no haber correspondido a tantas muestras de amistad. Si no amamos a Jesús no podemos seguirle. Y para amarle debemos conocerle meditando frecuentemente el Evangelio: le vemos cansado del camino
(Juan 4, 4 – 8)
, sediento, hambriento. ¡Cómo te haces entender, Señor! Te nos muestras como nosotros en todo, menos en el pecado, para que palpemos que contigo podremos vencer nuestras malas inclinaciones y nuestras culpas.

El llanto de Jesús sobre Jerusalén encierra un profundo misterio. Mirándole a Él hemos de aprender a querer a nuestros hermanos, tratando a cada uno como es, comprendiendo sus deficiencias cuando las haya, siendo siempre cordiales y estando siempre disponibles para servirles. De Cristo hemos de aprender a ser muy humanos, disculpando, alentando, haciendo la vida más grata y amable a los que comparten el mismo hogar, el mismo trabajo; sacrificando los propios gustos cuando entorpecen la convivencia, interesándonos sinceramente por la salud de los que nos rodean. Principalmente nos preocupará el estado de su alma para ayudarles a caminar hacia  Cristo que los ama. Si queremos vivir como nos enseñan las Escrituras tendremos que reaccionar cuando observamos conductas contrarias a la voluntad de Dios que perviertan nuestra vida cristiana, clavando en la cruz los hábitos de pecado que hayamos adquirido.

 
Desde lo alto, Dios llama al cielo y a la tierra a presenciar el juicio de su pueblo: Reúnan a los que me son fieles, a los que han hecho una alianza conmigo ofreciéndome un sacrificio. Y el cielo declara que Dios es juez justo. ¡Sea la gratitud tu ofrenda a Dios; cumple al Altísimo tus promesas! Llámame cuando estés angustiado; yo te libraré, y tú me honrarás (Salmo 50,4 – 6; 14.15).   
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz. 
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú
                               
 
 
 
 


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