[devocional-viernes] 25 de Noviembre de 2005 – Primero la fe y despu?s las obras.

Por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.
Yo te mostraré mi fe por mis obras.

Efesios 2:8-9; Santiago 2:18.

Aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras.
Tito 3:14.

Primero la fe y después las obras

       Lefévre de Etaples, erudito en las lenguas antiguas, quien presidió la primera traducción de la Biblia en francés hacia el año 1523, conocía a Jesús como su Salvador personal.

       Sus primeras predicaciones produjeron gran emoción entre los estudiantes. Anunciaba la salvación por la fe en Jesucristo y afirmaba que Su obra era plenamente suficiente para satisfacer la justicia de Dios.

       Sus detractores le reprochaban no tener en cuenta las enseñanzas de la epístola de Santiago que recuerdan la importancia de las obras.

       Él argumentaba que estas últimas son una necesaria señal de la fe, así como la respiración es una señal de la vida; el hombre respira porque está vivo y no a la inversa.

       Un espejo no tiene en sí una fuente luminosa. Sólo refleja los rayos que recibe. Cuando niños, muchos de nosotros nos divertimos iluminando un oscuro rincón con un pequeño espejo orientado para recibir los rayos del sol. Los cristianos debemos ser como epejos en los que se reflejan los principales rasgos de Jesús: su sanidad, su paciencia, su abnegación, su mansedumbre y sus obras de amor. El creyente no es una fuente de luz, pero orientado hacia Jesucristo, la verdadera fuente, puede reflejar algunos rayos haciendo ?buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano? (Efesios 2:10).

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