Somos templo del Espíritu Santo

Somos templo del Espíritu Santo

¡Bendito seas para siempre, Señor, Dios de nuestro padre Israel! ¡Tuyos son, Señor, la grandeza, el poder, la gloria, el dominio y la majestad! Porque todo lo que hay en el cielo y en la tierra es tuyo. Tuyo es también el reino, pues tú, Señor, eres superior a todos. De ti vienen las riquezas y la honra. Tú lo gobiernas todo. La fuerza y el poder están en tu mano, y en tu mano está también el dar grandeza y poder a todos. Por eso, Dios nuestro, te damos ahora gracias y alabamos tu glorioso nombre; pues, ¿quién soy yo y qué es mi pueblo para que seamos capaces de ofrecerte tantas cosasí En realidad, todo viene de ti y solo te damos lo que de ti hemos recibido. Pues ante ti somos como extranjeros que están de paso, igual que lo fueron todos nuestros antepasados, y nuestra vida sobre la tierra es como una sombra, sin ninguna esperanza (1 Crónicas 29,10 – 15).
 
Tras haber llorado por Jerusalén Jesús nos muestra una faceta muy sorprendente, pues parece contradictorio contemplar un primer momento de ternura y otro de dureza casi seguidos en el tiempo (Lucas 19,45 – 48). ¡Qué lección para que nunca nos quedemos indiferentes ni seamos cobardes cuando tratan irrespetuosamente lo que es de Dios! Los sumos sacerdotes, los escribas y notables del pueblo saben muy bien de qué se trata todo esto y quieren quitarlo de en medio, que no les paralice ni boicotee sus negocios. Parece que Jesús se enfada con mercaderes y vendedores, y en parte es así. Pero su enfado no viene por su profesión, no va dirigido a los de fuera del templo; su enfado va dirigido a los de dentro. Esto que parece una apreciación sin importancia la tiene y mucha, pues el mensaje que Jesús quiere transmitir va encaminado a cada uno de nosotros, a cada uno de los cristianos que vamos a visitar el templo, a cada uno de los ministros que sirven de manera especial al Señor y a cada uno de los que llevan la iglesia con una responsabilidad mayor y de dirección. El mensaje es único: Mi casa será casa de oración (Isaías 56,7). ¿Que querrá decirnos Jesús con esto? Quizás esté pensando en las personas que muchas veces usamos la iglesia como medio para nuestros intereses, quizás esté pensando en cada hijo suyo que frecuenta el templo y no se acaba de convencer de que lo importante verdaderamente es servir sin ser visto, sin sacar tajada, sin que nadie lo note.

Pablo escribiendo a los corintios nos dice que somos el templo del Espíritu Santo. Pensemos por un momento si nuestra vida interior se puede considerar una casa de oración o es en realidad un lugar lleno del ruido del mercado del mundo que está gritando dentro de nosotros y buscando vendernos sus necias ideas. ¿Por qué no invitamos hoy a Jesús, para que con su poder y autoridad eche fuera a todos estos gritones, ponga nuestra vida interior en paz y así se convierta en un verdadero lugar de encuentro con Diosí Detengámonos a considerar la ira santa del Maestro cuando ve que en el Templo de Jerusalén maltratan las cosas de su Padre. Protestar ante esos abusos no es soberbia o intransigencia, sino caridad, amor delicado a nuestro Padre Dios y a todo lo que le pertenece. No podemos callarnos ante faltas de respeto en lo que se refiere al culto de Dios. Tampoco podemos callar ante el abuso de los recursos naturales, pues toda la creación le pertenece. Es una actitud cristiana de buen hijo de Dios,
defender la naturaleza sabiendo que la ha creado para el uso del hombre
(Génesis 2,15).
 De manera especial hemos de defender los derechos de la persona, elemento central de la creación. Y el primer derecho de la persona es el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte. Como cristianos convencidos no podemos callar ante estructuras y sociedades que promueven el aborto y la eutanasia.

No podemos quedar indiferentes ante nuestra propia vida espiritual. Nuestra alma en gracia es templo del Espíritu Santo, casa especial de Dios y no debemos convertirla en cueva de ladrones. Debemos tratar con delicadeza al Espíritu Santo, sin permitir que nuestra alma se enturbie con cualquier pecado aunque sea pequeño. Y si a pesar de todo, se meten sentimientos y pasiones que no se corresponden con la condición de templo de Dios, sepamos purificarnos con la penitencia, con decisión. Como hizo Jesús en la casa de su Padre.

 
El sacrificio de Jesús por el cual nos reconcilió con el Padre fue infinitamente superior a los ritos de purificación del Antiguo Testamento, porque su sangre nos limpia de toda impureza y corrupción. Presentémonos diariamente ante el Señor con humilde arrepentimiento deseando recibir la purificación y la salud por medio de la reconciliación con Él y con nuestros hermanos.
 
¡¡¡Oh Jesús, en tu infinita misericordia crea en mí un corazón nuevo y un espíritu nuevo y fiel para que pueda ser digno templo del Espíritu Santo, consagrado a la alabanza y glorificación del Padre Dios!!!
 
Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz. 
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú
                               

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