Resurrección.

Los saduceos negaban la resurrecci?n de los muertos y la existencia de los ?ngeles; quieren poner a prueba la habilidad de Jesís (Lucas 20,27 – 40), intentando ridiculizarlo por medio de un ejemplo. Este grupo sectario, formado por arist?cratas y sacerdotes, quizá desde el tiempo del rey David, desechaban la esperanza mesi?nica y buscaban el poder pol?tico. De ah? su vinculaci?n con los romanos y su enfrentamiento con los fariseos.

El fin biol?gico de la vida humana en un dato emp?rico. Cada día percibimos que muchas personas concluyen su existencia, hospitales, accidentes, ancianos, etc. Cu?ntos pensadores, fil?sofos, teÉlogos han intentado dar una respuesta a este enigma que atenaza a todo hombre. ¿Es un final o un principio? ¿Nos espera el vac?o o una vida diversa? ¿Nos engullir? la aniquilaci?n total o sufriremos una transformaci?n? ¿Qu? hay al fin al de este peregrinar doloroso y feliz de la vida? Las respuestas son tan variadas como las cuestiones: miedo, silencio, tab?, hedonismo, fatalismo, pesimismo, rebeldía, nausea existencial ante el absurdo, etc. Jesucristo resucitado es la ?nica respuesta vÉlida al interrogante de la muerte. En su respuesta a los saduceos lo afirma rotundamente: Cuando los muertos resuciten serán como los ?ngeles que están en el cielo, y serán hijos de Dios. Dios no lo es de muertos sino de vivos, porque para Él todos están vivos. Esta vida no termina sino que se transforma. A la luz de la resurrecci?n el cristiano experimenta con antelaci?n, que la muerte del hombre, a pesar de sus esfuerzos por una inalcanzable inmortalidad, no es un sinsentido ni un absurdo existencial. Al contrario la muerte es el final de un trayecto, el paso de una amistad a lo humano hacia una amistad a lo divino. Es un acceso a la liberaci?n definitiva con Cristo resucit ado.

Conviene recordar los momentos de profunda paz que hemos tenido cuando obedecemos los mandamientos de Dios. ¡Qu? alegr?a debemos sentir, cómo debe aumentar nuestra fe! Así hay que vivir, siempre mirando hacia ese horizonte grandioso, que nos mantenga con las maletas siempre preparadas para el encuentro con el Señor. Y cuando los hombres nos fallen, cuando la persecuci?n asome a nuestra puerta, lo ?nico que nos sostendr? ser? la figura adorada y real de Cristo, pues el día de mañana, una vez que los hombres nos olviden, solamente una cruz, y en ella Cristo, seguir? abrazando nuestra sepultura como guardi?n eterno de una amistad comenzada en esta tierra, en donde hemos experimentado el amor y la protecci?n del Señor y sus bendiciones han sido patentes en nuestra vida.

 

El Señor es Rey por siempre; ha afirmado su trono para el juicio: juzgar? al mundo con justici a, dictar? a los pueblos justa sentencia. El Señor protege a los oprimidos; Él los protege en tiempos de angustia. Señor, los que te conocen, conf?an en ti, pues nunca abandonas a quienes te buscan. Canten himnos al Señor, que reina en Si?n; anuncien a los pueblos lo que ha hecho. Dios se acuerda de los afligidos y no olvida sus lamentos; castiga a quienes les hacen violencia (Salmo 9,7 – 12).
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per? – SurAm?rica

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