Señor, ven a mi casa.

Señor, muchos son mis enemigos, muchos son los que se han puesto en contra mía, ¡muchos son los que dicen de m?: Dios no va a salvarlo! Pero t?, Señor, eres mi escudo protector, eres mi gloria, eres quien me reanima. A gritos pido ayuda al Señor y Él me contesta desde su monte santo. Me acuesto y duermo, y vuelvo a despertar, porque el Señor me da su apoyo. No me asusta ese enorme ej?rcito que me rodea dispuesto a atacarme. ¡Lev?ntate, Señor! ¡SÉlvame, Dios m?o! T? golpear?s en la cara a mis enemigos; ¡les romper?s los dientes a los malvados! T?, Señor, eres quien salva; ¡bendice, pues, a tu pueblo! (Salmo 3)

 

Muchas veces pesamos que nuestra vida no ha sido la más digna y que no es f?cil establecer una relación nueva y diferente con Dios. Jesís nos muestra que Dios no está interesado en nuestra vida pasada (Lucas 19,1 – 10). Él quiere para nosotros una vida nueva en la que los valores del amor y la justicia puedan ser vividos en su totalidad. La salvaci?n, y con ello la amistad con Dios, se realiza en el momento que nosotros decidimos iniciar un camino de encuentro con Dios y con los demás, en el momento en que nos damos cuenta que nuestra vida puede ser mucho mejor y más feliz de lo que ya es. No tengamos temor de amar a Dios. Zaqueo nos enseña que nuestro Dios es el Dios de la misericordia que nos invita a dejarlo entrar en nuestra casa; no se queda parado ante las dificultades ni le importa hacer algo poco propio de una persona de su posici?n social: correr y subirse a un ?rbol para ver al Maestro. Jesís, que conoce el interior de las almas, no se hace esperar y una vez más paga con creces insospechadas la generosidad del corazón humano; Él buscaba verle y va a hospedarse en su casa.

 

Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor se acrecentar? nuestra confianza al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que sin Él no logramos realizar ni el más pequeño deber; con Él, con su gracia, cicatrizar?n nuestras heridas, nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo y mejoraremos. La conciencia de que estamos hechos de barro nos ha de servir para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesís, para que siempre sepamos volver a Él. Si nos rompemos en mil pedazos pues muchas veces los obst?culos no llegan de fuera, sino de dentro, como la soberbia, principal obst?culo de la fidelidad, y junto a ella la tibieza que hace perder la alegr?a en el seguimiento de Cristo e idealiza posibilidades que están al margen del camino que nos lleva a Dios, y otras veces surge la oscuridad en el alma por la falta de lucha, que Dios la permite para purificar el alma, que estos obst?culos se salven siendo d?ciles a la dirección espiritual y la permanencia cerca del Señor con un trato diario mediante la oraci?n viva.

 

¡¡¡Señor, yo también necesito que vengas a mi casa, a mi vida, a mi alma. Tengo tantas heridas que
necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos ego?smos que me impiden ser feliz. Por tu gran amor y misericordia conc?deme la gracia de tener como ?nico propósito de mi vida darte honor y gloria, y considerar todo como p?rdida comparado con la suprema grandeza del conocimiento de Cristo Jesís, mi Señor (Filipenses 3,8)!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per?

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