[CE-Peru] Benedictus.

¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a rescatar a su pueblo! Nos ha enviado un poderoso salvador, un descendiente de David su siervo. Esto es lo que había prometido en el pasado por medio de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de todos los que nos odian, que tendría compasión de nuestros antepasados y que no se olvidaría de su santa alianza. Y este es el juramento que había hecho a nuestro padre Abraham: que nos permitiría vivir sin temor alguno, libres de nuestros enemigos para servirle con santidad y justicia, y estar en su presencia toda nuestra vida (Lucas 1,68-75).
 
Durante mucho tiempo la profecía de Natán (2 Samuel 7,1-16) sostuvo la esperanza de Israel en la llegada de un rey bueno. La realidad histórica por el contrario fue muy amarga, pues los reyes hicieron verdaderas tropelías para con el pueblo, dividieron el país, usurparon las tierras de los pobres y se mantuvieron en el poder por la violencia. Sin embargo la esperanza se mantuvo a pesar de todo; Zacarías, sólo con saber que ya está en camino el precursor, prorrumpe en agradecimiento gozoso y da ya por hecho lo que todavía está por venir. Señor, muéstrame tus caminos; guíame por tus senderos; guíame, encamíname en tu verdad, pues tú eres mi Dios y Salvador. ¡En ti confío a todas horas! El Señor es bueno y justo; él corrige la conducta de los pecadores y guía por su camino a los humildes; los instruye en la justicia (Salmo 25,4-5;8-9).
 
El anuncio del profeta de que Dios enviará un mensajero (Malaquías 3,1) prepara en paralelo el relato evangélico del nacimiento de Juan. El profeta en el siglo V antes de Cristo, en un tiempo de restauración política que él querría que fuera también religiosa, se queja de los abusos que hay en el pueblo y en sus autoridades. El culto del Templo es muy deficiente, por desidia de los sacerdotes. De parte de Dios anuncia reformas y sobre todo el envío de un mensajero que prepare el camino del mismo Señor. Su venida será gracia y juicio a la vez, será fuego de fundidor, que purifica quemando, para que la ofrenda del Templo sea dignamente presentada ante el Señor El Señor se sentará a purificar a los sacerdotes, los descendientes de Leví, como quien purifica la plata y el oro en el fuego. Después ellos podrán presentar su ofrenda al Señor, tal como deben hacerlo. El Señor se alegrará entonces de la ofrenda de Judá y Jerusalén, igual que se alegraba de ella en otros tiempos (Malaquías 3,3). La venida del Mesías inaugurará una reforma profunda de la función sacerdotal que ejercía hasta aquí la familia de Leví. Se anuncia un culto nuevo. El Hombre-Dios ha venido a fundar el culto definitivo: la ofrenda no será de animales. Cristo es la ofrenda agradable y justa. Jesús no ofreció un cordero pascual, sino que se ofreció a sí mismo, su propia vida, y su propia muerte.
 
La presencia del mensajero de la Alianza significa que el Señor del universo acompañará desde su santuario a todo el pueblo que está atento a su voz y a su presencia. Para que esto sea posible es necesario liberar al pueblo de los pecados, pero no de cualquier trasgresión superflua, sino de la más grave de todas, la violencia y la opresión que se había instalado en el corazón de la nación. La conducta corrupta de los gobernantes y la desidia del pueblo eran los más claros síntomas de que se había infringido la Alianza. Ante esta situación el profeta debe actuar como una fragua y purificar con su acción radical la falta de temple de la nación; dispuesto de este modo el pueblo y sus dirigentes, la nación podía encaminarse a renovar la alianza con Dios, por medio de un compromiso que consiste en el respeto del derecho y en la observancia de la justicia.
 
La propuesta del profeta sin embargo no es atendida; por eso, en la plenitud de los tiempos viene el Hijo de Dios a celebrar una Nueva Alianza. Esta ya no será exclusividad de un pueblo, sino patrimonio de la humanidad. Se irradiará desde cada ser humano comprometido con la realización de la justicia y el derecho. Ellos serán el santuario desde el cual se proclame la buena nueva. Dios ha decidido que ha llegado ya la plenitud de los tiempos y empieza a actuar. La voz corre por la comarca y todos se llenan de alegría. Tienen razón los vecinos: ¿qué será de este niño? (Lucas 1,66). Juan será grande: profeta del Dios altísimo, testigo de la luz, voz de heraldo que clama en el desierto y prepara los caminos del Señor, que crea grupos de discípulos que luego orientará hacia el Profeta definitivo, que predica la conversión y anuncia la inminencia del día del Señor. La figura de Juan nos invita también a nosotros a la conversión, a volvernos hacia ese Señor que viene a salvarnos, y a dejarnos salvar por él. La voz de Juan nos invita a la vigilancia, a no vivir dormidos, aletargados, sino con la mirada puesta en el futuro de Dios, y el oído presto a escuchar la palabra de Dios. Haciendo nuestra la súplica que el Apocalipsis pone en boca del Espíritu y la Esposa: Ven, Señor Jesús. También en nuestra vida, como en la sociedad y el Templo de Israel, hay cosas que tienen que cambiar, actitudes que habría que purificar y caminos que necesitan enderezarse.
 
¡¡¡Señor Jesús, reanima a tu pueblo que confía en tu amor. Con tu venida levántanos al gozo de tu Reino, donde vives con el Padre y el Espíritu Santo!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica


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