[devocional-domingo] 25 de diciembre de 2005 – El mundo de siempre.

Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos,
y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa,
y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

1 Juan 2:16-17.

El mundo de siempre

       Queremos hablar aquí del mundo como sociedad humana; no de sus riquezas o de su pobreza, tampoco de su desarrollo científico, industrial, cultural o político, sino de sus aspectos morales y de sus relaciones con Dios.

       Los elementos que caracterizan al mundo aparecen desde el principio de la humanidad. El primer ser humano escuchó a Satanás, «el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte» (Romanos 5:12). Cada una de las generaciones siguientes añadió algo de esa primera falta. El capítulo 4 de Génesis nos muestra que la descendencia de Caín rehusó reconocerse culpable; estableció y ordenó su independencia en una sociedad que reunía a los hombres, ofreciéndoles los recursos y los atractivos de la vida que rechaza a Dios y se basta a sí misma. Un poco más tarde se apartaron nuevamente del pensamiento de Dios: después del diluvio los hombres se unieron para defender su raza y materializaron su orgullosa aspiración poniéndose a edificar una ciudad y una torre, la cual -según pensaban- llegaría al cielo (Génesis 11:4).

       Finalmente, nada reveló la verdadera naturaleza del hombre como la manera en que trató al Hijo de Dios. Desde el nacimiento de éste hasta su muerte en la cruz, lo persiguió con su odio y lo excluyó de su vida.

       Cada ser humano es responsable de aceptar a Jesucristo, entregándole su corazón.

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    Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. – Tercera carta de Juan versículo 2.

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