Ese monstruo de los celos

  
 
 
 
ESE MONSTRUO DE LOS CELOS
Era un enorme camión de treinta y ocho toneladas de peso. Era una carretera con muchas curvas y atestada de vehículos. Y era una loca carrera a más de ciento cincuenta kilómetros por hora. «Cargo tanta rabia como carga llevo en el camión», dijo Joel André, el desconcertado conductor.

¿Cuál era el problema? Joel André perseguía, en esa carretera, a Dominique, su esposa, y al amigo de ella que escapaban en un Peugeot deportivo. Después de recorrer ciento sesenta kilómetros en la campiña de Francia, fueron detenidos por la policía. Joel André había violado todas las leyes de tránsito posibles de violar. Debiera haber sido arrestado, enjuiciado y obligado a cumplir algún tiempo de cárcel. Pero el juez lo perdonó.

«Lo perdono —le dijo el sabio magistrado— porque usted estaba dominado por ese monstruo de los celos.»

Este prudente juez de Francia tenía razón. Los celos, cuando no se controlan, se convierten en un monstruo destructivo. Los celos llevan a la tragedia, a la locura, al homicidio y al suicidio. Eso le había ocurrido a Joel André. Él había caído presa de una obsesión que lo dominaba.

No podemos negar que hay un celo normal y natural que forma parte del amor. Donde hay amor habrá pasión e inquietud por la persona amada. Y debidamente controlados, los celos son buenos. Lo cierto es que aun la Biblia dice que Dios es «celoso» (Éxodo 34:14). Pero cuando los celos se vuelven enfermedad, cuando se convierten en manía, en psicopatía, en obsesión, en frenesí, entonces son tan destructivos como una bomba nuclear.

¿Cómo evitar que los pequeños, naturales y normales celos del amor degeneren y se conviertan en locura?

En primer lugar, ninguno de los cónyuges debe darle al otro, ni siquiera jugando, razón alguna para despertar desconfianza. Si uno de ellos comienza a dudar del otro, esto debe ser razón para que el otro examine su comportamiento.

En segundo lugar, ambos cónyuges deben inspirarse el uno al otro confianza sin reservas. Deben ser amigos, y amigos apasionados.

Y en tercer lugar ambos deben poner a Dios en el centro de sus vidas. Jesucristo imparte perfecta salud mental y perfecta limpieza de corazón. Sus leyes son sabias y sus palabras son vida. Con Cristo como huésped invisible del hogar y del matrimonio habrá paz, comprensión, cordura y amor.

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