Magnificat.

Mi alma alaba la grandeza del Señor, y mi esp?ritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha puesto sus ojos en m?, su humilde esclava. Desde ahora me felicitar?n todas las generaciones porque el Todopoderoso ha hecho grandes cosas en m?. ¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian, que llega a sus fieles de generaci?n en generaci?n. Actu? con todo su poder, dispersí a los soberbios de corazón. Derrib? del trono a los poderosos y puso en alto a los humildes.
A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vac?os. Ayud? al pueblo de Israel, su siervo, acord?ndose de su santa alianza según lo hab?a prometido a nuestros padres en favor de Abrah?n y su descendencia por siempre (Lucas 1,46 – 55).

 

Johann Sebasti?n Bach puso másica en el año 1724 a esta oraci?n b?blica y es cantada por coros, contralto, soprano, bajo y tenor, en una brillante alabanza musical al Señor. Recitado por Mar?a al visitar a su prima Isabel (Lucas 1,39 – 40) se podr?a considerar oficialmente como el primer canto de alabanza de la era Cristiana, en donde resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los tiempos, de los sometidos y deshereda­dos de la tierra, pero que al mismo tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de Mar?a pone Lucas los grandes temas de la teolog?a liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se propone extender a toda la humanidad oprimida. Señor, yo me alegro en ti de corazón porque t? me das nuevas fuerzas. ¡Nadie es santo como t?, Señor! ¡Nadie protege como t?, Dio s nuestro! ¡Nadie hay fuera de ti! (1 Samuel 2,1 – 2).

 

Todos los cristianos necesitamos vivir la experiencia que vivi? Juan el Bautista desde el vientre de su madre y dar un salto de gozo al oír la voz de la madre de Jesís recitar tan hermoso himno de alabanza como lo es el Magnificat; debemos tener el corazón dispuesto a recibir las cosas del Señor. Mar?a experiment? más que cualquier otra persona la cercan?a del poder y la gloria de Dios. Ella estaba perfectamente consciente de que no era más que una criatura, y sab?a que todos la llamar?an bienaventurada, sin embargo lo que hac?a era señalar a Jesís: Hagan todo lo que Él les diga (Juan 2,5). Lo que le interesaba eran las cosas de Dios; la joven de Nazareth contemplaba las inescrutables acciones de Dios con los ojo s de la fe, esa fe que vale y que merece bendición: ¡Dichosa t? por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho! (Lucas 1,45).

 

¡Aleluya! Siervos del Señor, alaben su nombre. ¡Bendito sea ahora y siempre el nombre del Señor! ¡Alabado sea el nombre del Señor del oriente al occidente! El Señor está por encima de las naciones; ¡su gloria está por encima del cielo! Nadie es comparable al Señor nuestro Dios, que reina allí en lo alto (Salmo 113,1 – 5).

 

Todos los cristianos debemos recibir las cosas del Señor con el corazón abierto. En todo ser humano existe el rec?ndito anhelo de vivir para Di os, y este anhelo ha impulsado una y otra vez a hombres y mujeres a hacerse fieles seguidores de Cristo, con mucho ?nfasis en la necesidad de recibir con docilidad al Espíritu Santo para estar así capacitados para el servicio. Al recibir la acci?n del Espíritu de Dios podemos experimentar su poder, que nos prepara para el servicio y para dar el testimonio al cual hemos sido llamados: ?mense sinceramente unos a otros; aborrezcan lo malo y ap?guense a lo bueno. ?mense como hermanos los unos a los otros, d?ndose la preferencia y respet?ndose mutuamente. Vivan en armon?a unos con otros. No sean orgullosos sino p?nganse al nivel de los humildes. No presuman de sabios (Romanos 12,9.16).

 

Para ser exaltados y saciados por Dios tenemos que ser pobres de esp?ritu y confiar en Él. Los soberbios se conf?an en sí mismos y en sus pro pios recursos; los pobres se acogen al Señor confiando en su amor y en su misericordia, y admitiendo su necesidad de que se haga cargo de sus vidas. El servicio de Mar?a fue aceptar la invitaci?n de Dios a ser la madre de su amado Hijo. Ella acept? sin condici?n alguna, y estuvo dispuesta a servir porque estaba cerca del Dios Sant?simo. Y sigui? como un peregrino el camino de la fe que llega al pie de la cruz de su Hijo. Así también nosotros hemos de estar dispuestos a recibir las gracias que continuamente Dios derrama sobre cada uno. La soberbia, el egocentrismo y la autosuficiencia nos impiden ver esta necesidad de Dios, de entregarnos al Señor de todo corazón; nos parece que así admitimos incapacidad de enfrentar los problemas de la vida con nuestra propia inteligencia y fortaleza.

 

¡¡¡Señor, permite que seamos d?ciles a tu acci?n y a tu voluntad, porque sabe mos que solamente quieres el bien para tus hijos. Ensíñanos a responderte de todo corazón diciendo, como Mar?a, que Dios haga conmigo como me has dicho (Lucas 1,38)!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per? – SurAm?rica


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