Señor sálvanos.

Oh Señor, ¡mu?stranos tu amor, y sÉlvanos! Escuchar? lo que el Señor va a decir pues va a hablar de paz a su pueblo, a los que le son fieles, para que no vuelvan a hacer locuras. En verdad Dios está muy cerca para salvar a los que le honran; su gloria vivir? en nuestra tierra. El amor y la verdad se darán cita, la paz y la justicia se besar?n, la verdad brotar? de la tierra y la justicia mirar? desde el cielo. El Señor mismo traer? la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia ir? delante de Él y le preparar? el camino (Salmo 85,7 – 13).

 

Dios consuela a su pueblo. No quiere que uno solo de los humildes se pierda; como un pastor apacienta su rebaño. Nunca dej? de expresar la Escritura lo inexpresable, la ternura de Dios, maravillosamente unida a su poder; el Dios que viene y que alza arrogante su brazo victorioso, es tamb i?n el Pastor que lleva en sus brazos los corderos y cuida de las ovejas. En aquel tiempo, cuando el destierro de Babilonia hab?a arrebatado al pueblo el Éltimo resto de valor, era necesario que Dios le consolara, que se pusiera al frente del gran cortejo que iba a atravesar el desierto para regresar al pa?s. Valles que levantar, montes que allanar, escarpaduras que salvar y caminos tortuosos que enderezar; no faltaban trabajos. Pero Dios, con una palabra que no podía fallar, promet?a que Él mismo se pondr?a al frente de la caravana y caminar?a a su paso. Hab?a llegado el tiempo para que Juan Bautista anunciara la llegada de uno mayor que Él: Jesucristo, la Consolaci?n de Dios (Marcos 1,1 – 8). Hablando de la venida del Mesías, Juan reiter? las promesas que Dios hab?a hecho a las generaciones pasadas, promesas que todav?a son aplicables a nosotros, incluso en la vida actual. Dios ha venido a allanar los montes y rellenar las quebradas de las dificultades y del pecado que nos ponen obst?culos en el camino hacia el Señor. Ciertamente Él anhela consolar a su pueblo y por eso siempre quiere reunirnos y demostrarnos su amor; incluso cuando estábamos perdidos en el pecado nos am? tanto que decidi? salvarnos y devolvernos su amistad.

 

El Dios de ustedes dice: Consuelen, consuelen a mi pueblo; hablen con cariño a Jerusal?n y d?ganle que su esclavitud ha terminado, que ya ha pagado por sus faltas, que ya ha recibido de mi mano el doble del castigo por todos sus pecados. Una voz grita: Preparen al Señor un camino en el desierto, tracen para nuestro Dios una calzada recta en la regi?n estáril. Rellenen todos los valles, allanen los cerros y las colinas, conviertan la regi?n quebrada y montañosa en llanura completamente lisa (Isa?as 40,1 – 4).
En nuestros días quedan muchas murallas por derribar y muchos obst?culos por superar para que el pueblo de Dios pueda vivir tranquilamente en su casa, en medio de un mundo pac?fico, unido y fraterno. Un mundo en el que los más pequeños sean los más queridos, y las relaciones humanas pasen por el corazón más que por las armas. Muchas veces la tarea parece imposible y vivimos como exiliados, lejos de un Evangelio que ha perdido su sabor de Buena Noticia, olvidando que Dios ha nombrado a Jesís como nuestro Redentor, Juez y Consolador y todo el que crea en Él y sea bautizado en su Nombre recibe el perd?n de los pecados y el don del Espíritu Santo (Juan 1,33; Hechos 2,38). De esta manera el Espíritu del Dios entra en la vida del creyente y comienza a impartirle su sabidur?a, su entendimiento y su compasi?n. Dios venda nuestras heridas por medio de Jesís, nos perdona los pecados, y nos comunica su fuerza y su vitalidad.
Entonces mostrar? el Señor su gloria, y todos los hombres juntos la ver?n. El Señor mismo lo ha dicho. Una voz dice: Grita, y yo pregunto: ¿Qu? debo gritar? Que todo hombre es como hierba, tan firme como una flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita cuando el soplo del Señor pasa sobre ellas. Ciertamente la gente es como hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece firme para siempre (Isa?as 40,5 – 8).
¡Consuelen a mi pueblo!, nos dice Dios. ¡Grita t? que llevas la Buena Noticia! Necesitamos ante todo descubrir de nuevo la ternura de Dios, su amor, su paciencia, su dulzura. Dejar que nos tome en sus brazos, reconocernos todos heridos por un mundo desviado. Porque he aquí que viene Dios y va a cambiar nuestra tierra. ¡Dichosos los que lo acojan con corazón sencillo y bueno! Ellos serán los art?fices de la nueva paz. I nvitemos a Jesís a que haga su morada en nuestro corazón. Él, que sabe dar buenas cosas a los que piden, buscan y llaman a la puerta, no nos fallar?. Mientras más verdaderamente creamos, con mayor firmeza esperaremos; mientras más ardientemente deseemos, con mayor generosidad recibiremos.
S?bete, Si?n, a la cumbre de un monte, levanta con fuerza tu voz para anunciar una buena noticia. Levanta sin miedo la voz, Jerusal?n, anuncia a las ciudades de Jud?: ¡Aqué está el Dios de ustedes! Llega ya el Señor con poder, someti?ndolo todo con la fuerza de su brazo. Trae a su pueblo después de haberlo rescatado. Viene como un pastor que cuida su rebaño; levanta los corderos en sus brazos, los lleva junto al pecho y atiende con cuidado a las reci?n paridas (Isa?as 40,9 – 11).
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per? – SurAm?rica


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