Cena con nosotros, Señor

Cena con nosotros, Señor

Saúl es el primero que ha sido ungido como jefe del pueblo de Israel y constituido salvador del mismo. Se inicia así el camino que culminará con el Ungido o Mesías de Dios, que será también el Salvador del mundo: Jesucristo. La forma como Dios cumple sus planes a veces son incomprensibles: la pérdida y búsqueda de unas asnas lleva a Saúl hasta la presencia de Samuel, a quien Dios le dice que lo debe ungir como Jefe para que esté al frente de su pueblo. (1 Samuel 9,1 – 10,1). Así son los elegidos de Dios, no son los que el mundo aplaude, aclama, vitorea y luego olvida. Son los que Él quiere para que le sirvan: te basta mi gracia. Es cierto que Dios da su gracia a quien la necesita y está dispuesto a ser fiel y a poner en juego su vida, pero la gracia de Dios basta para cumplir la misión encomendada. Señor, el rey está alegre porque le has dado fuerzas; está muy alegre porque le has dado la victoria. Has cumplido sus deseos; no le has negado sus peticiones (Salmo 21,1 – 2).

Dios ha dado a su propio Hijo, Jesús, el poder sobre el pecado, el mal y la muerte. Él se ha levantado victorioso sobre sus enemigos, y a nosotros que creemos en Él, nos ha hecho partícipes de esa victoria. A pesar de que era el Hijo aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección llevó consigo a todos los que creemos en Él. Pero no basta confesar con los labios que Jesús es Señor de nuestra vida. Es necesario manifestar con las obras que en verdad nosotros permanecemos en Dios y Dios en nosotros. Lo recibiste con grandes bendiciones y le pusiste una corona de oro. Te pidió vida, y se la diste: vida larga y duradera (Salmo 21,3 – 4).

Jesucristo vino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido, convive y come con los pecadores; los llama para que estén con Él, pues quiere convertirlos en testigos de su Evangelio. (Marcos 2,13 – 17). Al cenar con ellos los prepara para el banquete eucarístico, que es una degustación anticipada del reino de Dios (Mateo 26,26 – 28; Marcos 14,22 – 24; Lucas 22,19 – 20). Con esas actitudes Él quiere hacernos entender que nadie puede hablar del amor y del perdón de Dios mientras no lo haya experimentado en su propia vida. Por eso el Apóstol, el Testigo del Evangelio, no es el erudito sino el amigo de Dios. Y nos dice Pablo que esta doctrina es segura y debe ser aceptada sin reservas: Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales él es el primero. Jamás despreciemos a quienes viven tal vez hundidos en grandes miserias. No huyamos de ellos. Por ellos Cristo dio su vida en la Cruz. Y para ellos Cristo fundó su Iglesia pues en ella todos, sin excepción, han de encontrar el camino que conduzca al Padre Dios. Gracias a tu ayuda, es grande su poder; le has dado honor y dignidad. Lo has bendecido para siempre; con tu presencia lo llenas de alegría (Salmo 21,5 – 6).

Pongámonos en manos de Dios; vayamos siempre en su presencia, sabiendo que Dios tiene un plan de salvación para nosotros. Estemos abiertos para reconocer la voluntad de Dios y vivir conforme a ella para que Dios lleve adelante su obra de salvación en nosotros y por medio nuestro; pues su Iglesia no puede inventarse sus propios caminos, sino caminar con un amor fiel en los designios maravillosos de Dios, que quiere que todos le conozcan y alcancen la salvación por medio de la Comunidad de creyentes. Que Él nos conceda vivir sin esclavitudes al pecado; que nos ayude para que jamás seamos signos de muerte, sino más bien de vida, para cuantos nos traten. Que llevemos el signo de la victoria de Cristo en nuestra propia vida, porque aprendamos a amar a los demás, como nosotros hemos sido amados por el Señor.

¡¡¡Señor Jesús, Redentor nuestro, ven a nuestro corazón a cenar con nosotros, pues al darnos la gracia de amarte vienes a hacer tu morada en el alma de los escogidos. Por la luz de tu presencia intensifica en nosotros el deseo de amarte y obedecerte más cada día!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre
Dios te mire con amor y te conceda la paz.

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