Señor, abre mi corazón.

Por

El Señor dijo a mi señor: Si?ntate a mi derecha hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies (Salmo 110,1).
Para que los cristianos procedentes del juda?smo no añoren la instituci?n sacerdotal del Templo, el autor de la carta a los Hebreos demuestra la superioridad total del sacerdocio de Jesís: le presenta como sacerdote según el rito de Melquisedec. Este misterioso personaje que sali? al encuentro de Abrah?n cuando volv?a de una de sus salidas de castigo contra los enemigos (G?nesis 14,18) presenta varias caracter?sticas que hacen su sacerdocio muy distinto del que luego ser?a el sacerdocio hereditario de la tribu de Lev? (Hebreos 7,1 – 3):
– no tiene genealog?a, no constan quiénes son sus padres,
– tampoco se indica el tiempo, su i nicio o su final: apunta a un sacerdocio duradero,
– es rey de Salem, que significa paz,
– el nombre de Melquisedec significa justicia,
– es sacerdote en la era patriarcal, antes de la constituci?n del sacerdocio de la tribu de Lev?.
Todo esto se aplica a Cristo para indicar su superioridad. No es como los sacerdotes de la tribu de Lev? pues no ha heredado su sacerdocio de una familia. Jesís es laico, no sacerdote según las categor?as de los jud?os. Tiene genealog?a humana, pero sobre todo es Hijo de Dios. No tiene principio y fin porque es eterno. Y es el que nos trae la verdadera paz y justicia.

El Señor ha hecho un juramento, y no va desdecirse: T? eres sacerdote para siempre de la misma clase que Melquisedec (Salmo 110,4).
La carta a los Hebreos nos ayuda a centrar nuestra atenci?n en este Sumo Sacerdote, el que era, el que es, el que ser?. Expresa esta singularidad de Jesís en su misi?n de Mediador entre Dios y la humanidad: es sacerdote no según unas leyes humanas, sino de un modo muy especial. Melquisedec aparece así como figura y profec?a de Cristo, el verdadero sacerdote que Dios nos ha enviado en la plenitud de los tiempos.

Bendito sea el Señor, mi protector; Él es quien me entrena y me prepara para combatir en la batalla; Él es mi amigo fiel, mi lugar de protecci?n, mi más alto escondite, mi libertador; es mi escudo y con Él me protejo. Él es quien pone a los pueblos bajo mi poder (Salmo 144,1 – 2).
Y al anunciar Jesís el Reino de Dios se da cuenta de que el primer enemigo es la ley, que es tenida como valor supremo, incuestionable, absoluto, que como oprime tanto al hombre termina por destruirlo, mientras que el Reino de Dios propone l a reconstrucci?n del ser humano, desde dentro y desde fuera. En los evangelios se ve simbÉlicamente que esta reconstrucci?n va sucediendo gradualmente: una vez en la vista, otra en sus manos o en sus acciones, y del todo cuando resucita a alguien. Para Jesís dejar de hacer el bien el síbado (Marcos 3,1 – 6) negando una curaci?n a un pobre que la necesita, es pecar. Así la din?mica del Reino también es exigente: si no reconstruimos estamos colaborando a la destrucci?n. Los que seguimos la din?mica de este Reino que Jesís anuncia, no podemos entrar en la misma din?mica de la ley, la cual considera que con no hacer el mal y guardar determinadas normas es suficiente. El Reino exige que se trabaje por la reconstrucci?n del ser humano, individual y social. Y con su testimonio Jesís nos hace entender que la despreocupaci?n por las personas como ocurre siempre en todo legalismo, es pecado, que es el ego? smo, que engendra todas las otras acciones pecaminosas, es lo que Jesís viene a destruir.
Hoy también hay en nuestra sociedad actual en la que nosotros queremos ser seguidores de Jesís y constructores de su Reino, principios o valores que se constituyen en nueva Ley y se los considera también como algo supremo, absoluto, aunque sacrifique el bien de las personas, tanto de individuos como de grandes mayor?as. Son una nueva Ley que como en el caso de la sociedad de Jesís, es presentada como el fundamento incuestionable de la sociedad, ocultando los intereses particulares y de grupo a los que sirve, en desfavor de la gran mayor?a de los seres humanos. Los problemas que descubri? Jesís en su sociedad no se acabaron, también hoy están entre nosotros. Con el anuncio del Reino Jesís pone al descubierto la maldad interior de las autoridades, que se preocupaban más por la ley que por los seres humanos. Esto les derrumba su aparente santidad, porque su pecado queda descubierto. A los dirigentes les quedan dos alternativas: eliminar a Jesís o convertirse. Terminan escogiendo el camino más f?cil para el poder, el crimen.
Estamos gozosamente convencidos de que Jesís ha sido constituido Sacerdote y Mediador en ambas direcciónes. Porque es el Hijo de Dios y es el Hermano de los hombres, nos trae de parte de Dios la salvaci?n, el perd?n, la Palabra, y le lleva a Dios nuestra alabanza, nuestras peticiones, nuestras ofrendas. Así tenemos acceso a la comuni?n de vida con Dios. Debemos recordar siempre esta relación entrañable que tenemos con Cristo Jesís. Toda bendición, toda palabra, todo perd?n, lo recibimos de Dios por Él, con Él, en Él. Así como toda nuestra alabanza sube al Padre por Él, con Él y en Él, y todas nuestras oraciones las dirigimos a Dios por Jesucristo, nuestro Señor.
¡¡¡Rey de reyes y Señor de señores, abro las puertas de mi corazón para q ue entres en mi ser T?, Rey de la Gloria, y para que tu presencia me haga digno de contarme entre los tuyos!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre
Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Per? – SurAm?rica