[Jehová Nissi] El Rey de la Gloria

El Señor todopoderoso dice: Voy a enviar mi mensajero para que me prepare el camino. El Señor, a quien ustedes están buscando, va a entrar de pronto en su templo. ¡Ya llega el mensajero de la alianza que ustedes desean! (Malaquías 3,1).

El Señor nos hace entender cuál es el proyecto de hombre perfecto en la mente divina: El que es fiel a su voluntad hasta el final y deja a un lado sus rebeldías. Jesús, el Hijo de Dios, no es una ilusión de hombre, es hombre verdadero que, para salvarnos, entrega su vida en oblación pura y perfecta al Padre Dios para el perdón de los pecados de todos. Desde entonces la muerte ya no será un final inexorable, sino solo un paso hacia la resurrección. El diablo, dueño de la muerte, ha sido vencido. Solo hecho uno de nosotros puede convertirse en bien de todos los pueblos, en luz que alumbra a las naciones y en la gloria del pueblo de Israel. La salvación que nos trae no está limitada a un pueblo; es para todos los pueblos, es universal, es para todos los tiempos y lugares (Hebreos 2,14 – 16).

Del Señor es el mundo entero, con todo lo que en él hay, con todo lo que en él vive. Porque el Señor puso las bases de la tierra y la afirmó sobre los mares y los ríos (Salmo 24,1 – 2).

Muchos no lo entenderán y sus obras, sus palabras y su vida misma serán signo de contradicción, de tal forma que quedarán al descubierto los pensamientos de todos los corazones: la historia dará un giro en torno a Jesús (Lucas 2,34). La verdadera felicidad y la salvación no podrán lograrse sino por Él, y en seguir sus huellas y en hacer propio su estilo de vida.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo? El que tiene las manos y la mente limpias de todo pecado; el que no adora ídolos ni hace juramentos falsos. El Señor, su Dios y Salvador, lo bendecirá y le hará justicia. Así deben ser los que buscan al Señor, los que buscan la presencia del Dios de Jacob (Salmo 24,3 – 6).

Aquel que deposite su fe en Cristo caminará hacia la resurrección y la vida, es decir, hacia la gloria eterna, convirtiéndose así en heredero, junto con Cristo, de la Gloria que Él posee, recibida del Padre. Para eso el Hijo de Dios se hizo uno de los nuestros y a pesar de ser nosotros pecadores, se hizo hermano nuestro y sufrió la angustia de la muerte, resumen de todos los miedos humanos. Al resucitar y entrar en su gloria nos ha descubierto el misterio oculto desde siglos: que estamos llamados no a morir, sino a vivir eternamente con Él, a pesar de que, en algún momento, la vida pudiese convertirse en algo desesperante.

En esos momentos hemos de aprender a no dar marcha atrás en nuestra fe y esperanza, recordando las palabras del resucitado: era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo esto para entrar así en su Gloria. Hemos de aprender a encarnarnos en nuestra propia realidad y a abrir los ojos ante la destrucción de los valores humanos y morales de muchos hermanos nuestros; hemos de contemplar sus angustias, su dolor, su pobreza y su marginación. Ahí es donde hemos de manifestar que el Señor está en nosotros y desde nosotros hace brillar su amor, su alegría, su paz, su misericordia, su perdón y su ayuda para quienes lo necesitan.

¡Ábranse, puertas eternas! ¡Quédense abiertas de par en par, y entrará el Rey de la gloria! ¿Quién es este Rey de la gloria? ¡Es el Señor todopoderoso! ¡Él es el Rey de la gloria! (Salmo 24,9 – 10).

No solo nos hemos de acercar a Cristo como nos acercamos al fuego para recibir su calor; hemos de ser como el leño que se enciende y se consume para dar luz, calor, seguridad en su camino a los demás. Somos luz de las naciones, porque el rostro resplandeciente de Cristo brilla desde su Iglesia; no empañemos ese rostro con una vida que cierre las puertas al Redentor y se convirtiera en ocasión de escándalo y de sufrimiento para los demás.

¡¡¡Espíritu Santo, ilumíname con la verdad de Jesús. ¡Haz que al entregarme a Él pueda experimentar el gozo de conocerlo como Salvador y Señor!!!

Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

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Juan Alberto Llaguno Betancourt

Lima – Perú – Sur América

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