[Jehova Nissi]Sigamos a Jesús aún perdiendo lo material. =20?=

Jesús llega a la región de los gerasenos (Marcos 5,1), un territorio pagano, pues la presencia del Reino no se limita a los confines de Israel. Vive por allí, lejos de los poblados, entre los sepulcros, un hombre poseído por el espíritu maligno. La sociedad como siempre, lo ha marginado. Es la forma más rápida de resolver los problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situación, para que no moleste. Pero la vocación de Jesús es la de acercarse a los que ha apartado la sociedad. Cristo se dirigió a la región de Gerasa explícitamente para salvar al endemoniado, aunque el endemoniado no lo sabía y una vez que lo supo no lo aceptó. El mismo poseído es quien se arroja a sus pies para pedirle que se aleje de él, para pedirle que no lo atormente. La presencia de Cristo nos perturba cuando nuestro pecado nos mantiene alejados de Él. Y podría ser que también nosotros nos arrojemos a sus pies para pedirle que se vaya, en lugar de pedirle nuestra curación. Parecería que es una visita casual, por pura coincidencia, lo que para Él es la salvación de nuestra alma. Pero ya lo dice Cristo: No son los sanos los que necesitan de curación, sino los enfermos.

El desarrollo del relato mostrará que son éstos precisamente los que le están esperando, abiertos a la curación y al perdón. La descripción del endemoniado no puede ser más triste: vive donde habitan los muertos, tiene una violencia indomable, que no puede ser controlada por la sociedad; más aún, él mismo tiende a autodestruirse. Siendo uno, se llama legión. No puede haber un estado más deplorable. Sin embargo, no todo es malo en aquel hombre dominado por el espíritu, pues fue corriendo a Jesús, como expresión de su anhelo de liberación y él, que no podía ser dominado por nadie se postró voluntariamente ante Jesús, como señal de sumisión y homenaje, con la esperanza de que fuese Jesús quien lo sacase de su situación de muerto en vida. Por si fuera poco, reconoce a Jesús como Hijo del Dios Altísimo (Marcos 5,7) aunque le pide que no lo someta a suplicio. Poco conocía al Maestro con el que se había encontrado cuando le dirige esa súplica. Jesús había venido para que tuvieran vida y les rebose
 
¿Nuestra vida es un tormento por ver a Jesús, como la del endemoniado de Gerasa? ¿Es un tormento que nos ciega al pecado y hace herir constantemente nuestra alma? ¿Ya nadie es capaz de soportarnos, ni siquiera nosotros mismos, sino sólo Cristo que nos visita? Por otro lado, ¿cuántas veces optamos por el valor material de las cosas que tener a Cristo entre nosotrosí Preferimos la cantidad de nuestras posesiones al bien y salvación de un alma. Porque, ¿qué son 2000 cerdos comparados con la gracia de ser curado por Cristo? Hoy es más importante la cantidad de producción y la eficiencia que la vida familiar, social y económica de los trabajadores; son más importantes nuestras pertenencias que el bien social de la comunidad; es más importante el trabajo y el bienestar económico, que la vida familiar y la atención a los hijos. Preferimos lo material a lo espiritual. Y cuando Jesús, a través de la Escritura nos advierte de esto, o busca ayudarnos a liberarnos de estas esclavitudes, la respuesta que damos es: Que tiene Jesús que decirme sobre qué es más importante, que tiene que hacer en mis negocios, en mi medio social, en mi vida. Los habitantes de la región de Gerasa escuchaban atentos el milagro y se alegraban con el desposeído, pero sus corazones se cerraron al escuchar la pérdida de los cerdos por el precipicio. Creemos en Jesús pero hasta la multiplicación de los panes, no hasta la cruz. Creemos en Él siempre y cuando no eche por el precipicio a nuestros cerdos.  

Por ello confiemos plenamente en Jesús. No importa si para ello perdamos nuestros bienes materiales, pues ¿de qué nos sirve ganar todo el mundo si al final perdemos nuestra alma?

 
Señor, muchos son mis enemigos, muchos son los que se han puesto en contra mía, muchos son los que dicen de mí: Dios no va a salvarlo. Pero tú Señor, eres mi escudo protector, eres mi gloria, eres quien me reanima. A gritos pido ayuda al Señor y él me contesta desde su monte santo. Me acuesto y duermo, y vuelvo a despertar, porque el Señor me da su apoyo. No me asusta ese enorme ejército que me rodea dispuesto a atacarme. ¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, Dios mío! Tú golpearás en la cara a mis enemigos; les romperás los dientes a los malvados. Tú, Señor, eres quien salva; bendice, pues, a tu pueblo (Salmo 3).
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica


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