La Mayor Satisfacción: ¡Dar!

La Mayor Satisfacción: ¡Dar!

«El ojo misericordioso será bendito, porque dio de su pan al indigente» (Proverbios 22:9).

El secreto de la felicidad es sencillísimo. Consiste en descubrir lo hermoso de la vida y luego compartirlo con los demás. Para poder recibir tenemos que dar.

Cuenta la leyenda que un hombre andaba perdido en el desierto, muriéndose de sed. Accidentalmente dio con una vieja choza; una casucha destartalada, sin techo ni ventanas, curtida por la intemperie. A su alrededor encontró una pequeña sombra contra el calor y el sol del desierto. De pronto, descubrió una vieja y
herrumbrosa bomba de agua como a cinco metros de distancia. Se precipitó sobre ella, tomó la manija, y comenzó a accionarla de arriba abajo una y otra vez. No salía nada.

Tambaleándose, regresó desilusionado. Entonces notó que a un lado había una vasija ?una especie de botellón-. La miró, le quitó el polvo, y leyó un mensaje que decía: «Tienes que cebar la bomba con toda el agua de ésta vasija. Posdata: Cerciórate de llenarla nuevamente antes de irte».

El hombre quitó el corcho de la vasija y en realidad tenía agua.
¡Estaba casi llena! Ahora tenía que tomar una decisión. Si bebía el agua viviría. Pero si la echaba toda en la vieja bomba, quizás obtuviera agua fresca en abundancia. Y a lo mejor les aseguraría la vida a otros que como él se vieran más tarde en la misma situación.

Estudió las posibilidades de ambas opciones. ¿Qué hacer, echarla en la bomba y correr el riesgo, o desoír el mensaje y beber lo que había? ¿Desperdiciaría toda el agua bajo la esperanza de esas tenues instrucciones escritas quién sabe desde cuando?

De mala gana echó el agua en la bomba. Luego tomó la manija y comenzó a moverla… sólo se oía el rechinar del metal. ¡Todavía no salía nada! Más rechinar. Al rato comenzó a gotear, después un pequeño hilo, y finalmente ¡un chorro! Para alivio suyo, agua fresca y cristalina salía de la vieja y herrumbrada bomba.

Ávidamente llenó la vasija y bebió. La llenó de nuevo y volvió a beber su contenido.

Después llenó la vasija para el próximo viajero. La llenó hasta arriba, le puso el tapón y agregó ésta notita: «Créeme que funciona.
Lo tienes que dar todo antes de obtener algo a cambio».

Buena lección: ¡Para poder sacar agua de un pozo con una bomba es necesario alimentarla primero con agua! La bomba es el prójimo, la familia, el Reino de Dios. Debemos dar de lo que tenemos a esa bomba si queremos recibir algo. Sirviendo a otros nos beneficiaremos a nosotros mismos. Esta es la única forma de salir ganando en la vida.

Todos lo sabemos. Millones de personas pasan hambre. No pueden trabajar porque no tienen qué comer. Mueren jóvenes porque no tienen qué comer. Hay millones de personas que llevan la muerte grabada en la cara y el cuerpo. ¡Este es el mayor oprobio del siglo XXI!

Hay personas tiradas, exhaustas y muriendo de hambre sobre la misma tierra en que nosotros, bien alimentados, andamos, trotamos, cabalgamos, paseamos y desfilamos, corremos y volamos en plan de deportistas, políticos, directivos, turistas o gente de la prensa.

¿Qué hacemos nosotros, los de la mesa bien puesta, aire acondicionado y cama bien mullida? ¿No se nos rasgaron las entrañas cuando confrontamos por primera vez ésta tragedia mundial? ¿Nos hemos habituado a ella? ¿Temblamos de compasión? ¿Hablamos siquiera del asunto, o les echamos la culpa a otrosí

Los espavientos de nada sirven. Y la compasión, tampoco. No vale mucho hablar del tema y echar la culpa a los demás es cobardía. ¡Tenemos que compartir!

Compartir el pan quiere decir compartir todo lo que tenemos, nuestros haberes y bienestar, el lujo y las comodidades. Vivir significa dar y tomar. ¡Nosotros tomamos demasiado! Reparta su pan y le sabrá mejor. Reparta su dicha y la tendrá mayor.

El resultado de nuestras acciones a veces se hace esperar, pero siempre llega. Siempre recibiremos duplicado todo esfuerzo hecho a favor de nuestro prójimo.

«A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar» 1, dice Salomón.

De una o de otra manera, el trato que damos a otro se nos retornará. Los beneficios que se hacen hoy se reciben mañana, porque Dios premia la virtud en este mismo mundo.

«En todo el mundo hay suficiente para las necesidades de todos, pero no hay suficiente para la codicia de unos pocos».

 

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