[Jehova Nissi]Sabiduría de Dios y sabiduría humana.

El cielo proclama la gloria de Dios; de su creación nos habla la bóveda celeste (Salmo 19,1).
 
Cuando Jesús entró al mundo, lo hizo como la nueva obra de Dios. Purificando el templo, Él se presentó como el nuevo templo que reemplazaba al antiguo. Esta dramática acción es un ejemplo del celo consumidor que Jesús sentía por la casa de su Padre (Juan 2,17) porque el Señor sabía que el templo debía ser el lugar sagrado en que el pueblo había de prepararse para encontrar en Él al nuevo templo de Dios.
 
La enseñanza del Señor es perfecta, porque da nueva vida. El mandato del Señor es fiel, porque hace sabio al hombre sencillo (Salmo 19,7)
 
La destrucción del templo de Herodes, arrasado en 70 d.C. por los romanos, fue una tragedia espantosa para Israel. Pero los cristianos judíos se consolaban sabiendo que el templo, como centro de adoración y sacrificios, había sido sustituido por el Cristo resucitado y glorificado. Por medio de Jesús, Dios estaba presente entre su pueblo, y su sacrificio definitivo ante el Padre reemplazaba la necesidad de constantes sacrificios, la sustitución de los antiguos sacrificios por el único que en adelante será válido: el de Cristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1,29). Todo lo que Dios había hecho para preparar al pueblo llegó a la consumación en su Hijo Jesús. En Cristo, luz que alumbra a todos los pueblos, nosotros hemos encontrado la paz, la santidad, la justicia; en Él hemos encontrado el perdón de nuestros pecados y la felicidad eterna. Escucharlo a Él es escuchar al Padre Dios, que nos invita a seguir a su Hijo en la fidelidad y el amor hasta alcanzar en Él, con Él y por Él, la vida eterna luego de nuestro peregrinaje por este mundo, así como los israelitas alcanzaron la tierra prometida aun en medio de los vaivenes entre la desesperación y la esperanza, entre la infidelidad y la fe, entre la murmuración y el amor, tratando de manifestarle a Dios que lo sigue amando con una enorme gratitud por todo lo que de Él ha recibido, aceptando tener al Señor como su único Dios. Así en esa comunión de vida el pueblo será para los demás pueblos un signo del amor liberador, salvador, misericordioso de Dios. Quien contemple a ese pueblo descubrirá a Dios como el Dios-amor-liberador. Las cláusulas de esta alianza escritas como diez mandamientos (Éxodo 20,1 – 17) comprometen la fidelidad de Dios y del pueblo. Más que preceptos fríos son un camino de toda una experiencia personal y profunda de Dios, de amor y respeto al prójimo. Mediante ellos se construirán relaciones más fraternas y todos se esforzarán por conseguir la felicidad, tanto terrena como futura.   
 
Los preceptos del Señor son justos, porque traen alegría al corazón. El mandamiento del Señor es puro y llena los ojos de luz (Salmo 19,8).
 
Cristo es la nueva obra de Dios, el nuevo comienzo de lo que realiza entre su pueblo. Tanto el templo como los sacrificios de la antigua Alianza encuentran en Cristo su plenitud. En adelante sólo en Cristo será posible el encuentro con Dios. Cualquier otro camino queda oscurecido y parece apenas una sombra ante la luz meridiana del Camino que es Cristo. Por eso Pablo insistía en predicar a Cristo crucificado, aun cuando ello fuera piedra de tropiezo para los que buscaban señales milagrosas o la sabiduría de alguna nueva filosofía. Para Pablo era imprescindible que los creyentes reconocieran en Cristo el poder de Dios para actuar y la sabiduría de Dios para entender (1 Corintios 1,21 – 25) aunque este mensaje parezca una tontería.
 
El temor del Señor es limpio y permanece para siempre. Los decretos del Señor son verdaderos, todos ellos son justos (Salmo 19,9).
 
Solo tenemos un Dios y Padre. Al escucharlo, al adorarlo, nos estamos comprometiendo a vivir conforme a la presencia de su Espíritu en nosotros. Sólo Dios merece la primacía en el corazón del hombre, otras cosas no pueden ocupar su lugar. Las imágenes muchas veces atrapan la divinidad en la mente de quienes les dan culto y les hacen olvidar al Señor, y desvían el corazón hacia lo que han elaborado las manos del hombre; pensar que ellas tienen el poder es idolatría. Sólo hay alguien, el hombre (y la mujer), que sí es imagen de Dios. Esta imagen merece nuestro respeto, nuestra colaboración, nuestra ayuda. No se puede destruir al hombre sin atentar contra el mismo Dios. No será la fidelidad a sus mandatos lo que nos salve. Es Él, es la persona de Jesucristo su Hijo, es su Espíritu Santo en nosotros, lo que nos hace ser criaturas nuevas. Estamos aquí para renovar nuestra alianza de amor con Él. Nosotros en Él y Él en nosotros. En adelante nos comportaremos como el Templo santo de Dios y desde nosotros brillará la luz de Cristo para todos los pueblos. Quien tiene a Dios consigo como Padre, no puede estar tranquilo cuando ve que muchos de sus hijos están oprimidos por la maldad o son víctimas de las injusticias. No se puede vivir en paz mientras la paz misma se está deteriorando a causa de la cerrazón de quienes han perdido la capacidad de una sincera conversión, que ayude a encontrar caminos que eviten perder los bienes más preciados que pertenecen a toda la humanidad.
 
¿Reconocemos nosotros la singularidad de Jesúsí ¿Podemos apreciar que todo el plan de Dios está lleno de la persona de Cristo? ¿Lo consideramos como la nueva obra de Dios y el cumplimiento de todo lo que el Señor ha hecho en el pasado? ¿O es una roca de tropiezo, que tratamos de hacer aceptable para nuestra forma de pensar del siglo XXI? Aceptemos esta nueva obra de Dios que es el único camino, la única verdad, la única vida: nuestro Señor Jesucristo, el nuevo templo de Dios; nadie va al Padre sino por Él. Sólo quien acepte en su vida al Crucificado y Resucitado encontrará, tanto el perdón de sus pecados, como la reconciliación con Dios.
 
Cristo en la cruz es para muchos una locura. Sin embargo, sólo cuando se ama hasta el extremo puede uno decir que en verdad somos sinceros con los demás, pues no nos reservamos, ni nuestra propia vida, cuando amamos hasta el extremo, como Cristo nos ha amado a nosotros.
 
¡¡¡Señor y Salvador nuestro, no permitas que el poder y la sabiduría de tu cruz sean motivo de tropiezo para mi, sino más bien, que me hagan recordar que tu locura es más sabia que la sabiduría del hombre, y que tu debilidad es más fuerte que la fortaleza del hombre (1 Corintios 1,25)!!!
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Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.
Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – SurAmérica

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