El Siervo del Señor

Aquí está mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me deleito. He puesto en él mi Espíritu para que traiga la justicia a todas las naciones. No gritará, no levantará la voz, no hará oír su voz en las calles, no acabará de romper la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Verdaderamente traerá la justicia [Isaías 42,1 – 3].

El Siervo del Señor

El Creador de cielo y tierra y de cuanto habita en ellos es quien ha formado a su Siervo en quien tiene sus complacencias; en Él ha puesto su Espíritu [Mateo 3,16 – 17; Marcos 1,10 – 11; Lucas 3,22; Juan 1,32 – 34]. Cumplirá con su misión no con gritos ni clamores, no con gesto amenazante, sino con la sencillez de quien llega al corazón para hacer brillar en él la justicia. Esto no le restará la firmeza en su propósito. Así será una personificación de la salvación de Dios.

No descansará ni su ánimo se quebrará, hasta que establezca la justicia en la tierra. Los países del mar estarán atentos a sus enseñanzas. Dios el Señor, que creó el cielo y lo extendió, que formó la tierra y lo que crece en ella, que da vida y aliento a los hombres que la habitan, dice a su siervo: Yo el Señor, te llamé y te tomé por la mano, para que seas instrumento de salvación; yo te formé pues quiero que seas señal de mi alianza con el pueblo, luz de las naciones [Isaías 42,4 – 6].

Es el Señor el que toma a su siervo de la mano y lo forma para que pueda llevar a buen término la obra que le confía: Ser Alianza entre Dios y el pueblo, y liberar a los cautivos de sus cadenas, levantar los ánimos decaídos, y hacer que brillen la justicia y el derecho hasta los últimos confines de la tierra.

Sólo meditando este cántico desde Cristo podremos entender todo su significado. Ya en su Bautismo se nos habla del Espíritu de Dios que reposa sobre Él, y de la voz del Padre que dice que Jesús es su Hijo amado en quien Él se complace. El Espíritu de Dios está sobre Él para evangelizar a los pobres, para sanar a los de corazón contrito. Él no ha venido a condenar, a destruir, a arrancar, a apagar la poca luz y esperanza que aún queda en los corazones deteriorados por el pecado. Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido.

Así Jesús se convierte para nosotros en la Nueva y definitiva Alianza que nos une con Dios teniéndolo como nuestro Padre; por medio de su Palabra vivificadora, al resucitar a Lázaro nos manifiesta que a pesar de que la humanidad pareciera ya no tener esperanza de volver a la vida, en Cristo encuentra el camino que la libera de la muerte, y le da la libertad de los hijos de Dios, para que pueda caminar dando testimonio del Amor que Dios tiene a todos.

Quiero que des vista a los ciegos y saques a los presos de la cárcel, del calabozo donde viven en la oscuridad. Yo soy el Señor, ese es mi nombre, y no permitiré que den mi gloria a ningún otro ni que honren a los ídolos en vez de a mí. Miren cómo se cumplió todo lo que antes anuncié, y ahora voy a anunciar cosas nuevas; se las hago saber a ustedes antes que aparezcan [Isaías 42,7 – 9].

Jesús quiere sentarse a la mesa con todos los que lo aman y quiere que quienes viven lejos vuelvan a Él y participen de sus dones. Tal vez lo más costoso, lo de más valor que hay en nosotros es nuestro amor; si somos capaces de entregarlo totalmente a Cristo perfumará toda la casa, toda la Iglesia, hasta los últimos rincones, pero si tenemos un corazón podrido en lugar del perfume invadirá de peste a los demás y les causará escándalo o sufrimiento.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temeré [Salmo 27,1].

Si confiamos en Cristo, si creemos en Él a pesar de la persecución y la muerte, nuestro amor será fecundo y no sólo llegará el suave olor de Cristo a todos sino su vida, su Espíritu. Esta es la misión que tiene la comunidad del Resucitado. No permitamos que otros intereses muevan a quienes creemos en Cristo, sino sólo el ser portadores de su Evangelio para salvación de todos los pueblos.

Cristo, el Mesías, el Ungido por el Espíritu Santo nos reúne en torno a Él para que renovemos la aceptación de ser ungidos por ese mismo Espíritu. La Vida de Dios está en nosotros; el Espíritu del Señor ha descendido sobre nuestro barro, somos el vaso frágil que ha sido llenado por el Espíritu de Dios; Él habita en nosotros como en un templo, somos hechos uno con Él.

Por eso no podemos quedarnos únicamente en la adoración que le estamos tributando, sino que hemos de procurar que teniendo en nosotros su Vida y su Espíritu, nos manifestemos ante todos como criaturas nuevas, capaces de luchar en la construcción de un mundo nuevo, desde el cual se inicie ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros.

Dios velará por nosotros, nosotros permaneceremos unidos a Cristo. Sólo así seremos partícipes de la vida de Dios y un signo de su amor para nuestros hermanos, a quienes no destruiremos, sino ayudaremos a que recuperen su dignidad de hijos de Dios.
Solo una cosa he pedido al Señor, solo una cosa deseo: estar en el templo del Señor todos los días de mi vida, para adorarlo en su templo y contemplar su hermosura [Salmo 27,4].

El Padre ha dispuesto un plan con todo su amor, y la justicia es la expresión de ese plan para nosotros. Jesús brindó la justicia al mundo para que se restableciera la amistad entre nosotros y el Padre, de modo que quedaran superadas las divisiones entre las personas, los pueblos y las naciones. El Siervo del Señor vino a cambiar nuestra forma de vida a fin de que ya no viviéramos más según los caminos humanos sino la justicia del Padre. Es un plan cuyo propósito es lograr nuestra unidad con Dios y con el prójimo.

¡¡¡Padre eterno, por todas partes hay guerras y divisiones, pero tengo la esperanza firme de que se cumplirán tus designios! Envíame a tu Espíritu para poder participar en tus planes y ser instrumento de justicia en la tierra!!!

Que el Padre Dios te bendiga y te proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente
Juan Alberto Llaguno Betancourt
Lima – Perú – Suramérica

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