[devocional-martes] 09 de Mayo de 2006 – Una conciencia intranquila.

Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. 
Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor;
y tú perdonaste la maldad de mi pecado. 
Salmo 32:5.

Una conciencia intranquila

       A menudo hay una relación entre culpa y temor. David, el salmista y rey de Israel, confirma esto en el Salmo 32:3-4: ?Mientras callé, se envejecieron mis huesosí de día y de noche se agravó sobre mí tu mano?. La conciencia que el Creador dio a cada ser humano no lo dejaba tranquilo.

       Un psiquiatra creyente cuenta que cierta vez fue a su consultorio un hombre que estaba plagado de temores. Siempre estaba huyendo de la gente, aun de su propia familia. Y el estar solo era un tormento para él. Aunque iba de médico en médico, sus achaques no disminuían.

       El psiquiatra sospechó que algo pesaba sobre su conciencia y le preguntó si no se sentía culpable con alguien. Primero el enfermo buscó eludir la pregunta, pero finalmente reconoció que había engañado a su mujer durante catorce años, manteniendo vínculos con otra. Hacía mucho que esta relación había terminado, pero su mala conciencia y su temor a ser descubierto lo atormentaban. Estaba sentado frente al médico como la imagen de la mismísima desolación.

       Para liberarse de un peso de conciencia y de sus consecuencias sólo existe un remedio: una sincera confesión ante Dios, pues sus mandamientos son despreciados cada vez que pecamos, y a la persona contra quien se pecó. David lo hizo y fue perdonado.

       El paciente siguió el consejo del doctor y confesó sus faltas. Entonces ocurrió algo maravilloso: no sólo Dios lo perdonó, sino también su mujer.

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