LOS DESCUBRIMIENTOS DE SUSANA WESLEY

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¿Qué Descubrimientos Hizo Susana Wesley La Madre de John Wesley?

¿Qué Descubrimientos Hizo Susana Wesley La Madre de John Wesley?

«Cuando había olvidado a Dios, encontré que él no me había olvidado a mí. Aun entonces él, por su Espíritu, aplicó los méritos de salvación a mi alma, diciéndome que Cristo había muerto por mí.» Susana Wesley

Los nombres de Piaget y Freud resuenan en nuestros oídos y refieren a dos grandes pedagogos del siglo pasado quienes, en sus escritos, señalan el camino para educar a los niños. Sin embargo, mucho antes, en el siglo XVII, una mujer ya había descubierto principios fundamentales sobre la crianza de los hijos. Y no sólo eso, sino que su vida es un mapa de experiencias que nos revela mucho más.

Susana Wesley nació en enero de 1669, la última de los veinticinco hijos del Dr. Samuel Annesley. Desde pequeña mostró un carácter enérgico y convicciones firmes. Su constancia la llevó a mantener correspondencia durante dos años con Samuel Wesley, su futuro esposo, con quien tuvo diecinueve hijos, nueve de los cuales murieron en la infancia.

Leamos sobre algunos de sus descubrimientos.

Descubriendo a Cristo

La historia de Susana siempre me ha parecido impactante, ya que esta mujer que dedicó su vida entera a servir en la iglesia como esposa de ministro, madre de dos grandes líderes cristianos (Juan y Carlos Wesley), y sumamente piadosa, realizó su mayor descubrimiento poco antes de morir.

Cuando andaba por los setenta años comenzó a escuchar los rumores del avivamiento. Pecadores, a los que la iglesia había tratado de reformar por años, eran transformados y guardaban los mandamientos por el gozo de servir a Dios. Dos de sus hijos también habían experimentado algo similar.

Cierta mañana Susana asistió a la iglesia con su hija Marta y, mientras pasaban la copa de la comunión, repitió las palabras: «La sangre de Jesucristo que por ti fue derramada».

Entonces, se sintió descansada. Tiempo después le escribió a Carlos que por años había batallado con la confusión y la duda sobre su salvación, pero que por fin había alcanzado la paz. «Cuando había olvidado a Dios, encontré que él no me había olvidado a mí. Aun entonces él, por su Espíritu, aplicó los méritos de salvación a mi alma, diciéndome que Cristo había muerto por mí.»

Susana había sido la más fiel seguidora de las Escrituras; sin embargo, carecía de un encuentro personal con el Salvador. En su misericordia, Dios la utilizó y finalmente la atrajo hacia sí. ¡Cuántos no viven bajo el mismo engaño! ¡Cuántos que están activos en el ministerio de sus iglesias aún no creen en Cristo como Salvador!

Nunca es tarde para rectificar; haríamos bien en no cesar de repetir las Buenas Nuevas y platicar de temas importantes con aquellos que ocupan posiciones de liderazgo.

En vez de discutir sobre el color de los uniformes del coro, excavemos más profundo para ayudar a aquellos que continúan en la oscuridad y, más aún, analicemos nuestras propias vidas: ¿podemos precisar el momento exacto en que nuestra alma halló reposo al depositar nuestra confianza en la obra de Cristo en la cruz?

Descubriendo el dolor

Parece que entre los siervos del Señor no existe vida que se libre del sufrimiento.

Susana tuvo su propia ración: nueve hijos murieron pequeños, su casa se incendió dos veces y en la última lo perdió todo, su vida de casada se caracterizó por el endeudamiento y, debido a una diferencia conyugal, su esposo la abandonó durante seis meses; además, no podemos olvidar el agotamiento espiritual y físico de criar a diez niños.

Sus biógrafos marcan el abandono de Samuel Wesley como uno de los capítulos más dolorosos de su vida. La separación se debió a que Susana se negó a decir «Amén» cuando Samuel oraba por su rey: Guillermo de Orange.

Ella, una jacobina empedernida, consideraba al príncipe de Orange como un usurpador. Samuel concluyó que si tenían dos reyes, debían tener dos camas y separarse. La reconciliación se debió en parte al incendio que consumió una sección de la rectoría, y de esta unión nació Juan Wesley.

Poco después, Samuel terminó en prisión por deudas. A lo largo del matrimonio el dinero constituyó uno de los problemas más duros, pues Samuel no resultó ser buen administrador y Susana debía arreglárselas día a día con más de diez bocas que alimentar.

Ella sufrió mucho, pero quizá no más que otras mujeres antes y hoy. Sin embargo me pregunto: ¿cómo hubiera reaccionado de vivir en esta época? ¿Habría demandado a su esposo por abandono del hogar? ¿Habría acudido a las cortes para separarse por diferencias «irreconciliables»?

En esos tiempos el divorcio era impensable y ni siquiera se consideraba una opción. Hoy día, ante el primer roce, las esposas corren a los tribunales, o luego de que los hijos se casan, muchas dicen estar cansadas de fingir y eligen separarse.

El propósito de este artículo es aprender de Susana. Cuando su esposo volvió de la cárcel, ella le dijo: «Te amo, esposo mío. Casi no sé qué decir o hacer».

Él respondió: «Pienso que lo más adecuado sería que me tomaras en tus brazos y me besaras».

Ciertamente las relaciones no se dan espontáneamente, sino que maduran con constancia y voluntad. Aprendamos de Susana a luchar por nuestros hogares, en lugar de quejarnos; a dar lo mejor de nosotras mismas, en vez de rendirnos. ¿Hay problemas de dinero? Acudamos a Aquel que lo dio todo y a quien todo le pertenece.

Descubriendo a los hijos

Susana supo mucho de hijos ya que tuvo diecinueve, diez que sobrevivieron la niñez.

En sus cartas han quedado registradas algunas de sus opiniones en cuanto a la educación, y de ellas podemos rescatar lecciones interesantes.

a. Para formar la mente de los hijos, la primera cosa que hay que hacer es vencer su voluntad y traerlos a un carácter obediente. Lo más temprano en su vida es mejor. El mundo estima como amables e indulgentes a quienes yo llamaría crueles como padres, porque permiten a sus hijos tener hábitos que saben que después tendrán que vencer.

Susana creía que la obediencia era primordial. Como ejemplo mencionaba que cuando un niño pequeño lloraba por un dulce, el padre se lo compraba. Pero si ese niño, a la edad de once años hacía lo mismo, el padre reaccionaba con ira. ¿Por qué había cambiado la regla? ¿Qué hacía bien a los dos años y no a los once?

Las enseñanzas más importantes se aprenden en la infancia temprana, tales como el respeto a los mayores. No fomentemos hábitos que en el futuro serán vistos como conductas erróneas. Así como Susana, ¿estamos formando en nuestros niños caracteres obedientesí

b. Un niño puede llorar, pero suavemente. No se tolerarán gritos ni se le dará lo que pide a aquel que grite para obtenerlo.

Uno de los problemas de la era moderna es que la madre no educa a sus hijos en los años tiernos, sino la nana, la abuela o la niñera escolar.

Haríamos bien en sacrificar unas cuantas monedas de nuestro sueldo o el progreso en el mundo financiero para pasar más tiempo con nuestro bebé.

Susana comenzaba el entrenamiento de sus hijos desde el primer año. Desde entonces, ellos aprendían a temer la vara. No debe sorprendernos, entonces, que la generación de jóvenes en nuestras iglesias rete a la autoridad o menosprecie la disciplina. Si no aprenden desde niños, será mas difícil después.

c. Cada acto de obediencia notable, especialmente si es espontáneo, debe ser alabado y recompensado según sus méritos.

Susana era estricta, pero no de piedra. Amaba a sus hijos entrañablemente y, por ese motivo, los animaba a comportarse dignamente. A veces creemos que el amor maternal excluye el castigo corporal. No es así; por ello, el verdadero amor imita el modelo divino. Dios nos ama y nos envió a su Hijo, pero también nos disciplina para que llevemos fruto. Vemos que la vara es parte de la educación, pero también las recompensas y las palabras: «¡muy bien!» «¡bien hecho!». ¿No deseamos nosotras mismas agradar a nuestro Padre y escuchar algún día las palabras: «buena sierva y fiel»?

d. Cada niño debe memorizar los Diez Mandamientos tan pronto como sea posible, y repetir el Padre Nuestro ni bien aprenda a hablar, el que dirá al levantarse y al acostarse. Lo académico no tendrá prioridad sobre la instrucción en la Palabra de Dios.

Muchas madres de hoy tienen sus prioridades al revés: primero la escuela, luego la educación religiosa. Pero ¿quién es responsable por ambasí Si dependemos del maestro para que le enseñe a contar a nuestros niños, estamos perdidas. Lo que recuerdo de mi época escolar es que mi madre se sentaba a aclarar mis dudas; las buenas calificaciones se las debo a ella, quien repasó la lección junto conmigo. Aún más, le agradezco que haya puesto en un primer lugar la memorización de pasajes bíblicos y el tiempo de oración. ¿Qué ve tu hijo en ti: una mujer de Dios o una esclava de su profesión o del ministerio? La diferencia es muy notable.

e. Cada niño tendrá una vez a la semana una cita privada especial con su mamá.

«¡No tengo tiempo!» ¿Crees que Susana lo tenía con las enormes comidas que debía preparar sin microondas, el lavado de ropa a mano, el aseo de la casa sin aspiradora, y el atender a diez niños que no iban a la escuela sino que pasaban todo el día alrededor de sus faldasí Examinemos los resultados de esta conducta: hasta su muerte sus hijos proveyeron para su sustento, le escribieron fielmente para mantener contacto con ella y le pidieron consejo.

No todos sus hijos fueron felices, pero cada uno de ellos decidió su futuro. Como ejemplos mencionaremos a Samuel, el primogénito, quien fue poeta y un maestro erudito; Mary creció lisiada debido a un accidente en su infancia, se casó con un buen hombre, pero murió durante el parto; Hetty huyó de casa con un abogado al que amaba, su padre reprochó dicha acción y la desheredó; si bien Susana mostró su desaprobación, cuando la chica se arrepintió y regresó al hogar familiar surgió entre ellas un afecto especial.

Faltaría espacio para hablar de Juan Wesley y su impacto en el mundo evangélico. Carlos encontró una esposa fiel, halló la salvación en 1738 y escribió más de nueve mil poemas e himnos.

En conclusión, los descubrimientos de Susana Wesley se resumen en una palabra: amor. Susana amó a su Salvador, a su esposo y a sus hijos, y sus frutos aún perduran hasta nuestros días.

Bibliografía:
Williamson, Glen. Susana. Miami: Editorial Vida. 1987.

Tomado de Apuntes Mujer Líder, volumen III, número 2

Por Keila Ochoa Harris

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