[CE-Peru] Aspectos de la Fe

LA VIDA Y LA PALABRA

Por José Belaunde M.

 
ASPECTOS DE LA FE

Hoy vamos a hablar acerca de la fe. Conocemos la definición ?o más bien, descripción- que da la
epístola a los Hebreos: «La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hb
11:1).
Aquí se afirma que la fe es certeza, certidumbre, convicción, seguridad. ¿De qué cosa? De lo
que se espera, de lo que no es aún realidad presente, así como también de lo que no se ve. La certeza
está ligada al conocimiento. Cuando uno está seguro de algo, lo sabe.
Podríamos pues dar la siguiente definición de la fe, en términos si se quiere más racionales: la
fe es un conocimiento (o una percepción) sobrenatural de cosas que están más allá de los sentidos, que
nos es otorgado por el Espíritu Santo mediante la palabra de Dios. Es un conocimiento de cosas que no
se perciben por medio de los sentidos, o de los otros medios ordinarios que tiene el hombre de
conocer; un conocimiento de realidades intangibles. Y no obstante, es un conocimiento seguro, el más
seguro de los conocimientos porque viene de Dios.
El materialista, pobrecito, no puede tener fe porque se autolimita a sólo lo que le muestran los
sentidos y niega de plano que puedan existir otras realidades. Él afirma que nada existe más allá de lo
que podemos ver, oír, sentir, oler, palpar y pesar, o también auscultar con los instrumentos con que la
ciencia extiende el campo de nuestra percepción sensorial: microscopios, telescopios, escaners, etc.
Se suele decir que la fe está relacionada con el futuro. Es cierto, pero no sólo está relacionada
con el futuro. Lo está también con el pasado y con el presente, así como con lo invisible.
Está relacionada con el pasado, como cuando decimos, por ejemplo: Yo creo que Cristo murió en
la cruz y resuscitó. ¿Cuándo? Hace dos mil años. ¿Cómo lo sé si no lo he visto? Mediante la fe en los
evangelios que lo afirman. Por eso dijo Jesús: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron.» (Jn
20:29)
La fe está relacionada también con el presente, como cuando digo: Hoy soy salvo; hoy es el día
de mi salvación; hoy soy curado; hoy soy hijo de Dios; Dios me ama hoy. ¿Cómo lo sé? Por la fe.
Está relacionada también con el porvenir: Yo sé que algún día gozaré de la presencia de Dios
¿Cuándo? En un día futuro. ¿Cómo lo sé? Porque lo dice su palabra y yo creo en ella. Como cuando
Pablo escribe a los Efesios que él ora para que el Padre nos «dé espíritu de sabiduría y de revelación en
el pleno conocimiento de Él» para que sepamos «cuál es la esperanza a la que Él nos ha llamado y
cuáles las riquezas de la gloria de nuestra herencia…» 1:18). La fe se sustenta en la palabra de Dios.
Porque tengo fe, tengo esperanza. El que no tiene fe no puede tener esperanza, porque la
esperanza se sustenta en la fe, no al revés, como a veces se sostiene.
La esperanza es el puente que une la fe que tengo hoy con lo que deseo alcanzar en el futuro.
La esperanza permite que mi ánimo no desfallezca entretanto. El que no tiene esperanza está triste.
Decimos que es un desesperanzado.
Pero el que la tiene sabe que puede esperar con firmeza lo que se ha prometido. (Nota 1)

La fe salva, la esperanza no salva, pero permite no decaer y estar serenos y alegres mientras
llega lo que esperamos.
Dijimos también que la fe está relacionada con lo invisible, según lo expresa Hebreos al decir
que la fe «es la convicción de lo que no se ve.» Por ello dice Pablo en otro lugar: «Andamos por fe, no
por vista» (2Cor 5:7).
Decimos: Yo sé que Dios está en mí (1Cor 3:16). No lo veo pero lo sé, porque tengo el
testimonio del Espíritu Santo, que me dice que soy hijo de Dios y que, por tanto, el espíritu de Cristo
vive en mí (Rm 8:9,16).
La fe permite reconocer al que viene de parte de Dios, nos permite oír y reconocer su voz (Jn
8:47). Jesús dijo: «Mis ovejas conocen mi voz» (Jn 10:4). ¿Por qué pueden reconocerla, distinguiéndola
de las voces de los extraños, de las voces que resuenan en el mundo? Porque la fe reconoce.
La fe, además, nos permite ver las cosas como Dios las ve. ¿Cómo ve Dios las cosasí El ve, y
nos lo ha dicho, que «todas las cosas trabajan para el bien de los que le aman» (Rm 8:26). Porque en
Dios no hay nada inútil, nada que no sirva a sus propósitos.
Cuando las cosas van mal, quienes no tienen fe se desesperan porque no ven más allá de las
circunstancias. Pero el que tiene fe es sostenido por la palabra.
El conocido refrán «el que espera, desespera» se aplica a los que no tienen fe, no a los sí la
tienen, que no se desesperan mientras esperan, sino que su espera es alegre y confiada. Ese es el
?quid? de la esperanza que se sustenta en la fe.
Por eso es que el que tiene fe, aunque sus ojos o su razón le indiquen que todo está mal, se
siente seguro, porque sabe que Dios tiene todo bajo su control… (Dt 33:27) «…Y que hasta el último
cabello de su cabeza está contado» (Lc 12:7).
Sabe que Dios nunca defrauda a los que en Él confían. (Sal 22:5).
Sabe que «en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó»

(Rm 8:37)
Por eso no teme, sino confía, como dice el salmista: «El día en que temo, yo en ti confío» (Sal
56:3).
Esta frase nos indica que hay una relación mutua pero inversa entre la fe y el temor. A más fe
menos temor.
El temor es la fe al revés.
El que cree tiene la certeza de lo que espera…para bien.
El que teme está seguro de lo que se le viene encima…para mal suyo.
El que cree está seguro de que las cosas que no ve le son favorables. Por eso la Biblia dice en
muchos lugares: «No temas».
En cambio, el temeroso está convencido de que las cosas que no ve le son contrarias. De donde
viene el temor a lo invisible.
La fe viene de Dios. El temor viene del diablo, salvo el temor de Dios, que es una forma
embrionaria o elemental de fe.
La fe construye, el temor destruye. La fe construye como cuando Nehemías ?seguro de que Dios
lo guiaba y sostenía- hizo levantar las murallas caídas de Jerusalén, a pesar de la oposición de los
pueblos vecinos que lo amenazaban.
La fe y el temor mueven los pies. El temor hace huír, como se dice en Proverbios: «Huye el
impío sin que nadie lo persiga…» (Pr 28:1)
En cambio, la fe impulsa a avanzar, como lo recuerda la epístola a los Hebreos al hablar de los
que por la fe «cruzaron el Mar Rojo» (Hb 11:29), y «conquistaron reinos» (Hb 11:33,34).
Pero también la fe y el temor nos fijan al suelo: El temor nos paraliza, como bien sabemos por
experiencia. En cambio, la fe nos da firmeza para perseverar, como canta el salmo 125: «Los que
confían en el Señor son como el monte de Sión que no se mueve y permanece para siempre…» (Sal
125:1) En nuestro interior susurra la voz del Espíritu: «Estad quietos y sabed que yo soy Dios» (Sal
46:10)
El temor trae derrota. La fe trae victoria, como nos recuerda Hebreos al hablar de los que por la
fe «se hicieron fuertes en batalla y pusieron en fuga ejércitos extranjeros…» (Hb 11:34).
La fe y el temor están relacionados con la lengua, pues el temor hace enmudecer y paraliza los
labios, como bien sabemos; pero la fe nos hace hablar, como dice Pablo: «Creí por tanto hablé…» (2Cor
4:13; Sal 116:10).
Dios obra a través de nuestra fe, según dijo Jesús: «Conforme a tu fe te será hecho» (Mt 8:13).
El diablo, en cambio, obra a través de nuestro temor. Bien lo sabía el patriarca Job cuando
exclamó: «…me ha acontecido lo que yo temía» (Job 3:25).
Un caso clásico es el de los doce espías del libro de Números. Conocemos la historia. Después
de atravesar el desierto de Sinaí en algunas semanas, el pueblo hebreo llegó a la frontera de la tierra
que Dios había prometido a sus mayores. Moisés entonces, antes de entrar, envió a 12 espías para que
la inspeccionaran y contaran lo que vieran.
Diez espías regresaron dominados por el miedo y dieron una información desalentadora de lo
que habían visto: «La tierra por donde pasamos… es tierra que traga a sus moradores…también vimos
ahí gigantes…y nosotros éramos a nuestro parecer como langostas y así les parecíamos a ellos» (Nm
13:32,33).
En cambio los otros dos espías dieron un informe alentador, seguros de que Dios les daría la
victoria (Nm 14:7,8). Pero, lamentablemente, el temor se comunica más fácilmente que la fe entre los
carnales, pues «toda la congregación gritó y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche.» (Nm 14:1).
El pueblo, olvidando todas las veces en que Dios había intervenido a favor de ellos
maravillosamente, creyó a los que trajeron un informe pesimista y se contagiaron del temor de los 10
espías timoratos. El pueblo clamó: «Ojalá hubiéramos muerto en el desierto». (Nm 14:2)
Y Dios les replicó: «Vivo yo, dice el Señor, que como habéis hablado a mis oídos así haré yo con
vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos». (v. 28,29). Y toda esa generación pereció en el
desierto sin entrar a la Tierra Prometida, menos los dos espías que le creyeron a Dios: Josué y Caleb.
40 años después, cuando una nueva generación, que había nacido y crecido en el desierto, se
volvió a presentar ante las puertas de la tierra de Canaán, ambos adalides entraron victoriosamente en
la tierra prometida: Josué, capitaneando al ejército de Israel (Jos 3); Caleb conquistando al frente de
los suyos la montaña de Hebrón (Jos 15:13,14). (2)

¿Quién agradó más a Diosí ¿Los 10 o los 2? Los 2 ciertamente le agradaron. Los 10, en cambio,
le disgustaron mucho, porque desconfiaron de Él.
Así pues, recordémoslo bien: La desconfianza ofende. La confianza da honor. Por eso dice
Hebreos: «Sin fe es imposible agradar a Dios…» (11:6). El que confía en Él le honra.
¿Qué espera Dios de nosotrosí Que conozcamos quiénes somos en Cristo: Élinaje escogido, real
sacerdocio, nación santa? (1P 2:9).
Que conozcamos nuestros privilegios en Cristo, esto es, las promesas, lo cual supone conocer su
palabra. Y que las usemos para recibir de Dios lo que Él mismo quiere darnos, como nos exhortó Jesús:

«Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, tocad y se os abrirá…» (Lc 11:9,19)

«Pero -como dice Santiago- pedid con fe, sin dudar…» (St 1:6)
¿Qué deseas tú de la vida? Si es bueno, es decir, si es conforme a la voluntad de Dios, Él te lo
quiere dar. San Juan lo dice muy claro: «Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos
alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquier cosa que
pidamos, sabemos que tendremos lo que le hemos pedido» (1Jn 5:14,15).
Confía en Él, busca una promesa que se refiera a lo que tú deseas y aférrate a ella.
Pero no limites el poder de Dios a lo que tú piensas que eres capaz, porque Él «es poderoso para
hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o imaginamos, por su poder que
actúa en nosotros.» (Ef 3:20). (19.2.00)

Nota 1.: Como dice Hebreos: ?Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido,
sino mirándolo de lejos y creyéndolo y saludándolo y confesando que eran extranjeros y peregrinos
sobre la tierra? (11:13), sabiendo que lo que ellos no habían recibido en esta vida (porque su posesión
terrena estaba reservada para otros) lo recibirían en el cielo.

2. Algunos creen que el pueblo hebreo estuvo 40 años en el desierto del Sinaí porque ése fue el tiempo
que demoraron en atravesarlo. Pero no fue así. Ellos llegaron en poco tiempo a las fronteras de la tierra
prometida, ya que la distancia no es mucha, como cualquiera puede comprobarlo en un mapa (Unos
200 Km en línea recta). Pero como no confiaron en Dios Él les hizo dar vueltas por el desierto durante
40 años hasta que toda la generación de los incrédulos hubiera perecido (tal como ellos mismos habían
dicho), salvo los dos espías que le creyeron a Dios, Josué y Caleb. (Véase Nm 14:28-35).

LA UBÍCUA PALABRA ?PAREJA?

Una de las tácticas que el enemigo emplea con más eficacia para difundir la filosofía del mundo, e
introducirla incluso en las iglesias, es el uso equívoco del vocabulario: Usar una palabra por otra, o
introducir una nueva que tiene un matiz propio. Pero las palabras no son inocuas, llevan una carga
ética o ideológica consigo, que se transmite con su uso y sin que los que se valen de ellas se den
cuenta.
Un caso concreto es el de la palabra ?pareja?, con la que en nuestros días se designa al
?compañero? o a la ?compañera? con quien se mantiene amistad, o una relación cualquiera, o se
convive, sin que se especifique de qué clase de relación se trata.
En el pasado reciente ese uso desprejuiciado habría sido inimaginable. Ninguna mujer hubiera
querido pasar por la ?querida?; ningún hombre por ser el ?amante? públicamente. Se hablaba de
?amiga? o ?amigo? en el sentido ordinario de la palabra cuando sólo había amistad. ¿Enamorado? o
¿enamorada? cuando Cupido los había flechado, y no había ningún motivo de vergüenza para
identificarse como tal. ?Novio? o ?novia? cuando ya había un compromiso formal. ?Esposo? o
?esposa? cuando se unían en matrimonio. Se trataba de etapas claramente demarcadas. Fuera de
la cancha estaba la o el ?amante?, la ?querida?.
Hoy el uso de esas palabras ha casi desaparecido, con lo que se da a entender que ya no hay
diferencia, que da lo mismo, cualquiera que sea el tipo de relaciones. ?Pareja? es la persona del
otro sexo (o del mismo sexo) con la cual se mantiene relaciones sexuales o sentimentales,
permanentes u ocasionales. Estar casados o no, es irrelevante, no hace ninguna diferencia. Eso es
asunto de ellos. La palabra ?pareja? borra las distinciones que antes hacía el lenguaje y legitimiza
todas las relaciones, las pone al mismo nivel. Con el uso indiscriminado y generalizado de esa
palabra el mundo está diciendo que toda la gente puede anudar relaciones sin beneficio de
matrimonio.
Pero cuando el cristiano usa involuntaria e inocentemente esa palabra en lugar de decir ?novia? o
?esposa?, o ¿enamorada? está avalando esa posición permisiva e inmoral del mundo, la está
haciendo suya. Está diciendo: ?Si pues, ya las antiguas restricciones morales no tienen vigencia.
Ahora todo está permitido?. Se presta al juego de Satanás.
No seas ingenuo. Si tú no quieres ser su cómplice destierra de tu vocabulario la palabra ?pareja? y
di la palabra correcta que corresponde a cada caso. Las palabras son un arma poderosa.

#395 (13.11.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Marca Registrada #00095911 Indecopi.

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