[CE-Peru] Sánchez Cerro y Haya de la Torre el 8 de diciembre de 1931

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El 8 de diciembre de 1931, día de la transmisión del mando supremo, Haya de la Torre concurrió como de costumbre al Seminario de Oradores Apristas de Trujillo. Esa mañana, en la capital del país, el fraude electoral había quedado consumado. Sánchez Cerro ya se encontraba en Palacio de Gobierno, ungido como presidente de la república. En su mensaje de toma de posesión ante el Congreso Constituyente, en inequívoca alusión al movimiento aprista, el comandante convertido en mandatario señaló que la seguridad del estado se encontraba amenazada por el desarrollo de peligrosas ideas políticas, económicas y sociales y que frente a dicha amenaza, su gobierno defendería el orden social y la estabilidad de las instituciones nacionales sin interesarle ni el origen, ni la magnitud del peligro.

Ese atardecer, al llegar Haya a la Casa Aprista de Trujillo, miles de voces lo saludaron con un clamor angustioso. Víctor Raúl, abandonando su cátedra del curso de Aprismo que había dictado durante tres meses seguidos, ocupó la tribuna del Comité Aprista de su ciudad natal y pronunció la siguiente oración. En medio de un profundo silencio, Haya de la Torre anunció la dictadura sanchezcerrista y señaló el camino a seguir.

Ofrecemos a continuación la versión electrónica del discurso de toma de posesión de Luis Miguel Sánchez Cerro, pronunciado en Lima, el 8 de diciembre de 1931, y la respuesta de Haya de la Torre pronunciada en Trujillo, esa misma tarde, sin duda la más bella pieza oratoria de Víctor Raúl, reafirmación de fe en el aprismo moral y revolucionario, es decir en el aprismo verdadero.


Luis Miguel Sánchez Cerro


LA AMENAZA DE SÁNCHEZ CERRO

Discurso de toma de posesión ante el Congreso Constituyente

Lima, mañana del 8 de diciembre de 1931


Señor Presidente del Congreso Constituyente:

Dominado de la más honda emoción patriótica recibo de vuestras manos, honradas y leales, la enseña del mando supremo.

La altísima designación con que el electorado nacional me ha honrado es sólo generoso testimonio de benevolencia para quien, ya como soldado, ya como ciudadano, ha vivido consagrado al servicio de su patria y de la democracia.

Después de haber recibido esa prueba de afecto, sólo vibran en mi alma, la voz augusta del deber y el vivo anhelo de retener y acrecentar por mi Gobierno el aplauso y la confianza pública que, en este día inolvidable, me alienta y me honra.

El 22 de agosto de 1930, el sol de la libertad, magnífico y brillante, volvió a iluminar la nacionalidad, después de haber permanecido oculto durante más de once años.

Para no turbar la alegría de esta fiesta de la democracia, no evocaré ese período trágico de nuestra historia.

Pero si debo recordaros cuál es la herencia dejada por el despotismo, para que todos conozcan perfectamente en qué condiciones se encuentra el país, en el momento que asumo la dirección de sus destinos.

Conviene deslindar responsabilidades y facilitar el juicio de la historia.

La fe nacional empeñada en tratados que han disminuido la extensión del territorio; la hacienda pública exhausta y sufriendo el peso de una deuda formidable, contraída en las más duras condiciones; la administración pública desorganizada; la seguridad del Estado amenazada por el desarrollo de peligrosas ideas políticas, económicas y sociales; los principios morales en quiebra; el respeto a la ley, a la soberanía nacional y a la autoridad, considerados como cosas arcaicas; el interés público subordinado al interés privado; el poder, imaginado como instrumento para satisfacer apetitos y ejercitar venganzas.


Y el horror de la tragedia nacional aumentado como consecuencia de la crisis mundial.

Pero si el panorama nacional ofrece un espectáculo sombrío, él no debe inquietarnos, mucho menos tornarnos pesimistas, porque el porvenir de las naciones radica en ellas mismas y los pueblos son lo que ellos quieren ser, mucho más cuando han sido tratados espléndidamente por la naturaleza y cuando poseen un pasado de leyenda.

Mi optimismo es inmenso y mi fe en la grandeza de los destinos de la patria crece día a día y se robustece cada vez más.

Ese optimismo y esa fe se fundan, sobre todo, en el formidable despertar de energías cívicas que se han producido en el país después de la revolución de agosto.

El Perú regresa hoy a la vida constitucional por la voluntad soberana del pueblo cuya fuerza nada ha podido detener y mucho menos desviar.

Entre las llamaradas de la terrible prueba de fuego que sufre hoy el país, surgen con más fuerza que nunca las aspiraciones y los deseos de la colectividad nacional.

El pueblo peruano quiere llevar una vida de orden y de paz; practicar la religión del trabajo que eleva y dignifica al hombre; desarrollar sus energías hacia el progreso y la cultura; estar gobernado por normas jurídicas; ver sus intereses administrados por hombres austeros; y gozar de las garantías que la Constitución del Estado les otorga.

Esas aspiraciones revelan nobleza de sentimientos, belleza de ideales y una visión clara y precisa de la ruta salvadora del porvenir.

Por lo tanto, conviene estimular el desarrollo de esos sentimientos y fomentar el culto de esos ideales.

Hijo de la democracia, sintiéndola ardorosamente en mi pensamiento y en mi corazón, yo os ofrezco por mi honor de soldado cumplir el compromiso que acabo de contraer de fidelidad a sus principios.

Pero también os prometo, que estoy resuelto a defenderla de todo peligro que amenace su existencia, el orden social y la estabilidad de las instituciones nacionales; sin preocuparme ni el origen, ni la magnitud de ese peligro.

Legisladores:

Terminada la más hermosa de nuestras contiendas cívicas, os habéis reunido en el templo de las leyes, para cumplir vuestra elevada misión, que consiste, principalmente, en trazar los rumbos legales dentro de los que debe desenvolverse la vida futura del Perú.

La nueva Carta Política del Estado debe armonizar los adelantos de la ciencia política con la realidad nacional y las aspiraciones de vuestros conciudadanos.

El menor desequilibrio en el juego de esas fuerzas podría producir serios trastornos en la marcha del país.

La democracia es la escuela de la libertad y del deber cívico; por lo tanto, del esfuerzo, de la colaboración y de la abnegación de todos los peruanos, depende que se pueda realizar, en corto tiempo, la magna obra de la reconstrucción nacional.

Que el Todopoderoso os ilumine y que el espíritu de los fundadores de la República, presida vuestras deliberaciones y guíe vuestros actos.

 

RESPUESTA DE HAYA DE LA TORRE
Trujillo, atardecer del 8 de diciembre de 1931

Compañeros:

Éste no es un día triste para nosotros, es el día inicial de una etapa de prueba para el Partido. Vamos a probar, una vez más, en el crisol de una realidad dolorosa quizá, la consistencia de nuestra organización, la fe en nuestras conciencias y la sagrada perennidad de nuestra causa.

Quien en esta hora de inquietud, de sombrías expectativas inmediatas para nosotros, se sienta acobardado o sin fortaleza, no es aprista. Nosotros no queremos en el Partido apristas que duden de su causa o duden de si mismos en los momentos de peligro. Nosotros no queremos cobardes. No queremos traidores. Y ser traidor en esta hora, es no sólo ser el Judas que nos vende, sino el cobarde que da paso atrás. Para uno y otro no hay lugar en nuestras filas. Aunque el Partido quedara reducido a lo que fue durante la tiranía de Leguía, nuestro deber nos impone eliminar despiadadamente a todo aquel que atemorizado por la victoria fugaz del fraude y de la usurpación crea que estamos perdidos.

¡No estamos perdidos!… Yo afirmo que estamos más fuertes que nunca. Porque gobernar no es mandar, no es abusar, no es convertir el poder en tablado de todas las pasiones inferiores, en instrumento de venganza, en cadalso de libertades; gobernar es conducir, es educar, es ejemplarizar, es redimir. Y eso no lo harán jamás quienes van al poder sin título moral, quienes carecen de la honradez de una inspiración superior, quienes capturan el estado como botín de revancha. Ellos mandarán, pero nosotros seguiremos gobernando. Porque nosotros continuamos educando, organizando y dando ejemplo, vale decir, nosotros continuamos redimiendo.

Quienes han creído que la única misión del aprismo era llegar a Palacio están equivocados. A Palacio llega cualquiera, porque el camino de Palacio se compra con oro o se conquista con fusiles. Pero la misión del aprismo era llegar a la conciencia del pueblo antes que llegar a Palacio. Y a la conciencia del pueblo no se llega ni con oro ni con fusiles. A la conciencia del pueblo se llega, como hemos llegado nosotros, con la luz de una doctrina, con el profundo amor de una causa de justicia, con el ejemplo glorioso del sacrificio… ¡Sólo cuando se llega al pueblo se gobierna: desde abajo o desde arriba! Y el aprismo ha arraigado en la conciencia del pueblo. Por eso, mientras los que conquistaron el mando con el oro o con el fusil, crean mandar desde Palacio, nosotros continuaremos gobernando desde el pueblo.

La fuerza que da el mando al servicio de la injusticia, de los apetitos de venganza, solo es tiranía. Por la fuerza no se nos reducirá. Correrá mas sangre aprista, nuestro martirologio aumentará su lista inmortal, el terror reiniciará su tarea oprobiosa, pero el aprismo ahondará cada vez más en la conciencia del pueblo. La bandera de nuestra causa agitará siempre más alta y más firme su idealidad de justicia. Y cumplida esta etapa de nueva prueba, insurgiremos con la omnipotencia de los invictos y demostraremos que las grandes causas no perecen por el miedo.

¿Esperar?… Si, esperar, pero no esperar en el descanso, en la pasividad, en la falsa expectativa del que aguarda que las cosas vengan solas. Esperar en la acción, esperar en el trabajo infatigable, esperar con la convicción total de que los rumbos del destino los señalaremos nosotros. Sólo nuestra resolución de vencer nos dará la victoria final y ahora, más que nunca, debemos estar resueltos a vencer. La voluntad y sólo la voluntad es el timón de nuestro destino.

Yo también esperé ocho años, en la persecución, en la prisión y en el destierro. Ocho años de soledad que fueron ocho años de determinación indeclinable. Muchas veces estuve solo. Muchas veces supe de la tremenda realidad de la incomprensión y del olvido. Pero no desmayé nunca. La decisión de vencer, detenida por todos los obstáculos, no me abandonó un solo día. Me había propuesto que el Partido surgiera vencedor del olvido, de la ignorancia, del pavor, de la desorganización. Y el Partido insurgió poderoso. Mis ocho años de lucha estaban ganados. El aprismo es hijo de la voluntad que encarnó en el dolor de un pueblo, engendrando en él una fuerza orgánica y poderosa que habría de servirle de instrumento vital para alcanzar la justicia.

Desde entonces no he abandonado mi puesto: ¡no lo abandonaré nunca! Sabiendo que el aprismo como religión de justicia, como credo de libertad, es causa de acción, de lucha, de rebeldía, de batalla tenaz y perenne, no me asustan las adversidades cotizables. Más me asustarían las victorias fáciles porque podrían enervarnos. Ganar obstáculos, aprovechar con optimismo de todas las experiencias, por duras que ellas sean, es cumplir la obra de superación que el aprismo necesita para hacerse digno de la gran victoria. Por eso, contemplo serenamente la iniciación de este nuevo período de prueba que hoy se anuncia. Con la curiosidad del padre o del inventor, que quiere probar al hijo o la obra al embate de todas las resistencias, yo quiero ver al Partido soportando y venciendo en esta etapa dolorosa pero quizá necesaria para definir su fortaleza. Quiero que después de este duro examen, en el que vamos a probar nuestra fe, nuestra energía, nuestro espíritu revolucionario, nuestra indesmayable decisión de constructores del nuevo Perú, volvamos a encontrarnos limpios y dignos los unos a los otros. Porque ¡a quien quiera que se amedrente, jefe o militante, le llamaremos cobarde; y a quien quiera que claudique, jefe o militante, le llamaremos traidor!

Compañeros: Hoy comienza para los apristas un nuevo capítulo de la historia del Partido. Las páginas de gloria o de vergüenza las escribiremos nosotros, o con sangre o con lodo. Hasta hoy, nada tenemos de que sonrojarnos. Hemos dado ejemplo y si hemos perdido temporalmente, esta pérdida nos enorgullece porque ella implica para el aprismo la más alta y más hermosa victoria moral que haya inscrito partido alguno en la historia política del país.

Declaro con orgullo que los apristas han respondido con admirable unanimidad al espíritu del Partido, a la consigna elevada de su gran programa. ¡Continuemos así! La unidad del Partido, la disciplina del Partido, la fe del Partido, no han perdido hasta hoy nada de su vigor o de su elevación. De hoy en adelante la tarea será más difícil. Las vacaciones semidemocráticas que impuso nuestra fuerza han terminado. El Perú vuelve desde ahora al imperio del despotismo. Nosotros hemos ganado una organización cohesionada y formidable. Nuestro deber, nuestro gran imperativo, es seguir siempre adelante. Somos el Partido del pueblo y la causa del pueblo vencerá. Yo estaré en mi puesto hasta el fin. Espero que cada uno de los apristas no abandone el suyo. Así, pasados los días siniestros que aguardan al Perú, resurgirá nuestra obra, todopoderosa.

Entonces, los que ahora den paso atrás o nos vuelvan la espalda, llegarán tarde si intentan regresar. Porque el aprismo, que es justicia, que es redención, que es pureza y es sacrificio, rechaza a los claudicantes y a los oportunistas, a los que en las horas de buena expectativa nos brindaron su ayuda para abandonarnos después. Ahora más que nunca defendamos la unidad del Partido y ahora más que nunca seamos severos con nosotros mismos.

Con la alegría profunda de los luchadores fuertes, con la convicción de nuestra gran causa, con la decisión de vencer, seguimos adelante. Seamos dignos del pueblo y hagamos que el pueblo sea digno de nosotros. ¡Sólo el aprismo salvará al Perú!

 

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