Dios nos libró de la muerte por medio de Cristo.

¡Canten al Señor con alegría, habitantes de toda la tierra! Con alegría adoren al Señor; con gritos de alegría vengan a su presencia. Reconozcan que el Señor es Dios; él nos hizo y somos suyos; somos pueblo suyo y ovejas de su prado. Vengan a las puertas y a los atrios de su templo con himnos de alabanza y gratitud. Denle gracias, bendigan su nombre. Porque el Señor es bueno; su amor es eterno y su fidelidad no tiene fin [Salmo 100,1 – 5 ].

 

A pesar de los pecados Dios ha manifestado su misericordia para con todos, dándonos la vida por Cristo [Efesios 2,1 – 5 ]. Esto no se debe a méritos nuestros sino que es pura gracia de Dios, quien es el Creador y Señor de todas las cosas; a nosotros nos llamó para que seamos sus hijos, unidos a su único Hijo, Cristo Jesús. Nos dirigimos a su templo para alabar su Santo Nombre para entrar en una relación de intimidad con Él, para bendecirlo y para escuchar su Palabra de modo de descubrir su voluntad y poder vivir en adelante como hijos suyos; nuestra alabanza al Señor no sólo se pronuncia con los labios, sino que se manifiesta con una vida intachable glorificando a Dios ahora y siempre.

 

Por la resurrección de Cristo Jesús nosotros hemos resucitado a una vida nueva y tenemos reservado un sitio en el cielo. Sin embargo, a pesar de que ya está dada la vida, esta no se hará realidad en nosotros mientras no hayamos depositado nuestra fe en el Señor, la cual es un don de Dios, quien nos ha llamado para que creamos en su Hijo, y mediante Él tengamos la salvación [Efesios 2,6 – 10 ]. Creados a imagen y semejanza del Hijo de Dios estamos destinados para hacer el bien, que Dios ha dispuesto que hagamos.

Aquel que en verdad vive su fe no puede pasar haciendo el mal. Pero cuando el mal ha entrado en el corazón de la persona podemos encontrar en Cristo el perdón, la reconciliación con Dios y nuevamente la participación de su Espíritu, que desde nosotros da testimonio del amor y de la bondad de Dios por nuestras buenas obras, no nacidas de nosotros, sino de la presencia de su Espíritu en nosotros.

 

De nuestra unión a Cristo arranca el compromiso de trabajar, en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, por la justicia, por la paz, por el amor fraterno, por la solidaridad y por la misericordia de unos con otros; amor que nos lleva a partir nuestro propio pan para alimentar a los hambrientos, a vestir a los desnudos, a procurar una vivienda digna a los que viven en condiciones infrahumanas; estos son los bienes acumulados que nos hacen ricos a los ojos de Dios. Si vivimos así, en un amor comprometido hacia los demás, al final serán para nosotros las palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel, entra a tomar posesión del gozo y de la vida de tu Señor.

Llamados a ser portadores de la Vida que hemos recibido por nuestra comunión con Cristo, hemos de pasar haciendo siempre el bien a todos. Hemos de morir a nosotros mismos para dar vida a los demás, y nuestra muerte más que física ha de convertirse en un desapego de las cosas temporales para ayudar a los que nada tienen, a vivir de un modo más humano. También hemos de morir a nuestros egoísmos, a nuestras miradas miopes que cierran nuestros ojos ante el dolor ajeno. Si en verdad queremos vivir como quien ha sido justificado por Cristo, no podemos destruir a los demás; no podemos despreciarlos ni causarles más dolor, pues quien lo hace está indicando que aún permanece en la esclavitud y que no ha iniciado su camino hacia su libertad en Cristo.

¡¡¡Padre celestial, inspírame por tu Espíritu para realizar las obras que nacen de tu gracia poderosa, para que mi vida sea una digna respuesta de amor a la ternura con que Tú actúas siempre en cada uno de tus hijos!!!

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Que el Padre Dios te bendiga y proteja, te mire con agrado y te muestre su bondad. Que el Padre Dios te mire con amor y te conceda la paz.

 

Protejamos nuestra Biodiversidad y el Medio Ambiente [Génesis 2,15]

Juan Alberto Llaguno Betancourt

Lima    Perú    SurAmérica

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