A veces las palabras son dardos
OH, qué bueno que siempre la palabra pudiera ser como un copo virginal de algodón; como una caricia, o como mensajera paloma que nos traiga paz y bendición. Pero aunque la palabra nos sea ofensiva y dura, aunque nos manche de lodo, o haga nuestra alma sangrar, lo que importa realmente es cómo nuestra alma pura recibe aquella ofensa, y no llega a pecar.
Qué gran virtud, qué admirable norma exhibe el pecho lleno de bondad y candor cuando recibe el oprobio, y lo endulza, lo transforma y lo envía al que ofende hecho un canto de amor. El enojo se quita con la «blanda respuesta» del que, en vez de ofendido, sonríe al ofensor. Y esto no es cosa fácil; es mucho lo que cuesta, pero es el bello ejemplo de nuestro Señor Jesús cuando dijo:
– «Bendecid a aquellos que os maldicen», convertid en dulzura el acíbar mordaz, puesto que las palabras hermosas que se dicen enriquecen la vida, y son árbitros de paz.
Señor;
Cuando me asalte la palabra inclemente que me hiera muy hondo, o me llegue a irritar, permíteme que sea como Tú. Permíteme que pueda yo ser manso y perdonar. Y en pago al dolor, la burla o el ultraje que se alce contra mí, pueda yo dar a muchos, el sublime mensaje del amor que Tú me has enseñado.
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