Gloria a Dios… ¡Soy Feliz!

«Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba
ya mucho tiempo así, le dijo:
¿Quieres ser sano?» (Juan 5:6)

Un predicador, hablando en una reunión al aire libre sobre el pecado, citó las palabras: «¿Quieres ser sano?» Un hombre, que acompañaba aquella reunión, interrumpió el
predicador diciendo: «Ha sido exactamente eso que aconteció
conmigo. Viví remendado por años, pero los remiendos se
transformaron en grandes agujeros. Yo me torné un viciado en
bebidas. Perdí mí trabajo, por fin mi esposa e hijos me
abandonaron cuando perdí mi casa. Un día, cuando estaba
echado en una calle, cercado de vagabundos, alguien me
invitó a ir a una reunión de misiones en la ciudad. Yo fui,
y allá Jesus me halló. Él no me remendó; Él me hizo nuevo,
por entero. Él me devolvió la familia, el trabajo y la
dicha.»

Cuando las cosas no van muy bien para nosotros, acabamos
saliendo en busca de socorro, por todos los cantos donde nos
mandan ir, y lo que generalmente acontece es que llenamos
nuestras vidas de remiendos que hasta pueden parecer
suficientes en un determinado momento, pero que luego se
mostrarán ineficaces, causando agujeros mayores de lo que
existían anteriormente.

Cuando tenemos un encuentro con Jesus, no recibimos
remiendos, pero una nueva vida, diferente, brillante, lista
para experimentar las bellezas de la vida y la verdadera
felicidad.

Cuando Cristo es Señor de nuestros corazones, las luchas y
problemas pueden nos alcanzar, pero la paz que excede el
entendimiento humano jamás nos dejará. Yo experimenté grande
dolor al, en el auge de mi vida misionera, verme en
obscuridad total debido a que un descolamento de retina.
Poco tiempo después el dolor aumentó al perder mí esposa,
mucho joven, con 35 años, teniendo que cuidar, sin la visión
y sin la compañera, de dos hijos aún jóvenes y que dependían
totalmente de mí. Pero mi vida no estaba remendada de
conceptos religiosos y sí transformada por el amor
incomparable de nuestro Señor Jesus Cristo.

Continuaba vivo, firme, confiante, y pude seguir en frente
con la alegría de los vencedores y la fe inabalável
característica de aquéllos que un día «se han tornado sanos»
al entregar la vida al Señor.

En el final este semana, estaré nuevamente presentándome en
el altar de Dios para desposar a Cléa. Mis hijos y nietos
estarán allá conmigo. El Señor estará conmigo. Mis amigos
también estarán.

¡Gloria a Dios por hacerme siempre feliz!

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