Existe un medicamento tan poderoso que puede curar todos los males y enfermedades conocidos por el ser humano. No tiene efectos secundarios dañinos. Incluso es seguro en dosis masivas, y si se toma a diario siguiendo las instrucciones, puede prevenir todas las enfermedades y mantenernos en salud vibrante. ¿Suena demasiado bueno para ser cierto? No lo es.

Puedo testificarle por la Palabra de Dios y por mi propia experiencia que ese medicamento sobrenatural sí existe. Más importante todavía, está a su entera disposición a cada instante de cada día. Usted no tiene que llamar a su doctor para conseguirlo.

Ni siquiera tiene que ir a la farmacia. Todo lo que debe hacer es abrir su Biblia en Proverbios 4:20-24 y seguir las instrucciones que encuentre allí: «Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina [salud] a todo su cuerpo. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Aparta de ti la perversidad de la boca, y aleja de ti la iniquidad de los labios.»

Por muy sencillos que suenen, esos cuatro versículos contienen la receta sobrenatural para la salud divina. Es una receta poderosa que le dará resultados a cualquiera que la ponga en práctica.

Si usted ha recibido sanidad mediante la imposición de manos, seguir esta receta le ayudará a mantener esa sanidad. Si ha creído para recibir sanidad pero todavía experimenta síntomas, le ayudará a mantenerse firme hasta que quede completamente libre de síntomas. Por último, si usted disfruta ahora de buena salud, le ayudará a seguir así, no solo durante un día o una semana, sino ¡el resto de su vida!

Medicina potente

Para entender cómo funciona este medicamento, usted debe entender que la Palabra de Dios es mucho más que buena información y que literalmente está cargada de vida. Como Jesús dijo en Juan 6:63: «El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida».

Toda vez que usted pone la Palabra en su corazón, la cree y actúa conforme a ella, esa vida de la cual Jesús habló, la propia VIDA de Dios mismo, se libera en su interior. Tal vez haya leído muchas veces las citas bíblicas que hablan de la sanidad. Tal vez las conozca tan bien como su propio nombre.

De todas maneras, cada vez que usted las lee o las oye en una predicación, le traen una dosis fresca del poder sanador de Dios. Cada vez, le inyectan vida a su ser y administran la medicina de Dios en su carne. Esto se debe a que la Palabra es como una semilla.

Hebreos 4:12 dice que «es viva y eficaz». Esto significa que está llena de poder, es activa, energizante y surte efecto. Mejor dicho, la Palabra de Dios porta en su interior el poder para cumplirse a sí misma.

Cuando usted plantó la Palabra del nuevo nacimiento en su corazón y luego la creyó y actuó de conformidad con ella, esa Palabra liberó dentro de usted el poder para ser nacido de nuevo. De igual manera, cuando usted planta la Palabra de la sanidad en su corazón, la cree y actúa conforme a ella, esa Palabra liberará el poder sanador de Dios en usted. «Pero -tal vez dirá usted-, me he encontrado con personas que se saben la Biblia de tapa a tapa y ¡nada que pueden ser sanadas!»

No dudo que le haya pasado, pero si usted lee bien la receta de Dios encontrará que no dice nada acerca de «saberse» la Biblia. Dice que estemos atentos a la Palabra. Cuando usted está atento a algo, le presta atención porque tiene prioridad en su vida. Usted deja de lado otras cosas para poderse enfocar en ello.

Cuando una enfermera atiende a un paciente, está pendiente de él constantemente. No lo deja solo en su habitación mientras se va de compras, y si alguien le pregunta por él, ella no consideraría que sea suficiente responder: «Sí claro, ya sé de quién me está hablando».

Del mismo modo, si usted está atento a la Palabra, no la dejará todo el día cerrada sobre la mesa de su sala, ni pasará todo el día poniendo su atención en otras cosas. Por el contrario, usted hará lo que Proverbios 4 instruye, e inclinará continuamente su oído a la Palabra de Dios.

Inclinar el oído supone más que colocarse en una posición física adecuada para oír la Palabra al ser predicada (aunque esto también es muy importante). También requiere que usted entable una relación activa con la Palabra de Dios, es decir, que la crea y la obedezca y se someta a ella.

Someterse a la Palabra significa hacer ajustes en nuestra vida. Por ejemplo, suponga que usted oye la Palabra en Filipenses 4:4 y le dice que usted debe «regocijarse en el Señor siempre». Si usted últimamente se ha quejado mucho, tendrá que cambiar para someterse a esa Palabra. Tendrá que arrepentirse y modificar su conducta. Siga bien las instrucciones

Además de inclinar su oído a la Palabra de Dios, la receta de Proverbios 4 también dice que usted debe tenerla presente y no perderla de vista. En Mateo 6:22-23, Jesús revela por qué esto es tan importante. Él dice:

«La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas»

Sus ojos son el umbral de su cuerpo. Si su ojo (o su atención) está enfocado en las tinieblas o la enfermedad que está en su cuerpo, no habrá luz para expulsarla. En cambio, si los ojos de su corazón se fijan estrictamente en la Palabra, todo su cuerpo llegará a llenarse de luz y el resultado será la sanidad.

Por supuesto, no es fácil mantener centrada la atención en la Palabra. Es algo que requiere esfuerzo y compromiso reales. También puede requerir que usted se levante un poco más temprano por la mañana o que apague el televisor por la noche, pero le insto a hacer todo lo que sea necesario para tomar el medicamento de Dios siguiendo con exactitud las instrucciones.

No dará resultados de ninguna otra forma. Esto no debería sorprenderle tanto. Después de todo, no esperaríamos que los medicamentos físicos produzcan los resultados esperados si no los tomamos conforme a la receta médica.

Ninguna persona en su sano juicio pondría un frasco con píldoras sobre la mesa de noche esperando que eso le sane. Nadie llamaría al doctor para decirle: «Oiga doctor, esas píldoras no hacen nada. Las llevo conmigo a todas partes, tengo un frasco en el automóvil y otro en el escritorio de la oficina, y hasta las tengo junto a mí mientras duermo de noche, pero no me siento nada mejor». Eso sería ridículo.

Sin embargo, espiritualmente hablando, algunas personas lo hacen todo el tiempo. Lloran, oran y le ruegan a Dios que los sane, al mismo tiempo que se olvidan por completo de la medicina que ha provisto. (Claro, se toman una dosis rápida el domingo cuando van a la iglesia, pero el resto de la semana no le dedican ni diez minutos a la Palabra). ¿Por qué actúan de ese modo personas que aman a Dios y creen lo que dice la Biblia?

Creo que es porque no entienden cómo puede afectar sus cuerpos físicos el poner la Palabra en sus corazones. No ven cómo algo espiritual puede cambiar algo natural. No obstante, si usted lee la Biblia, verá que el poder espiritual siempre ha afectado al mundo físico desde el principio. De hecho, fue poder espiritual liberado en la forma de la Palabra de Dios lo que ocasionó la existencia de este mundo natural.

Cuando entienda que la Palabra de Dios es la fuerza original que le dio existencia a todo lo que usted puede ver y tocar, incluido su cuerpo físico, es fácil creer que la Palabra todavía es capaz de cambiar su cuerpo hoy. No podría ser más claro que eso. La fe presente en dos lugares «No tengo ningún problema en creer que la Palabra de Dios me sanaría si Él me hablara en voz alta como lo hizo en Génesis -podría decir usted-, pero Él no me ha hablado así» No, y es probable que tampoco lo haga.

Dios ya no tiene que enviarnos su Palabra desde el cielo como un trueno. En estos días Él vive en los corazones de los creyentes, así que Él nos habla desde adentro y no desde afuera. Lo que es más, cuando se trata de asuntos de pacto como la sanidad, ni siquiera tenemos que esperar que Él hable. Él ha ya hablado.

Él ya ha dicho que por las llagas de Jesús fuimos sanados (cp. 1 Pedro 2:24), Él ya dijo, «yo soy Jehová tu sanador» (Éxodo 15:26), Él ya dijo que «la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará…» (Santiago 5:15). Dios ya ha hecho su parte. Ahora debemos hacer la nuestra.

Debemos tomar la Palabra que Él ha hablado y ponerla en nuestro ser interior para que nos cambie desde adentro hacia afuera. Mire, todas las cosas, incluida la sanidad, empiezan en su interior. Su futuro literalmente está almacenado en su corazón. Como Jesús dijo:

«El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas» (Mateo 12:35).

Eso significa que si usted quiere que las condiciones externas mejoren mañana, más le vale empezar hoy a cambiar su condición interna. Más le vale empezar a tomar la Palabra de Dios y depositarla en su corazón así como usted deposita dinero en el banco. Luego podrá hacer retiros cuando los necesite.

Si la enfermedad ataca su cuerpo, usted puede recurrir a la Palabra de sanidad que ha depositado en su interior, y sacar corriendo esa enfermedad. ¿Cómo puede hacer esto exactamente?

Abra su boca y hable, no con palabras de enfermedad y aflicción, desánimo y desaliento, sino con palabras de sanidad y vida, fe y esperanza. Siga el último paso de la receta de Dios:

«Aparta de ti la perversidad de la boca, y aleja de ti la iniquidad de los labios» (v.24).

Es decir, hable las Palabras de Dios y declárese sano(a) en el Nombre de Jesús. Tal vez al principio no le resulte fácil, pero debe hacerlo de todas maneras porque para que la fe obre debe estar presente en dos lugares: En su corazón y en su boca. » Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10:10).

Algunas personas dicen que la fe moverá montañas, pero la verdad bíblica es que la fe no moverá ni siquiera un hormiguero si usted no la libera con las palabras de su boca. El Señor Jesús nos dijo que «cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho» (Marcos 11:23).

Note que el verbo decir se conjuga tres veces en ese versículo mientras que la palabra creer solo ocurre una vez. Obviamente, Jesús quería que supiéramos cuán cruciales son nuestras palabras.

También es importante advertir que Él no nos instruyó a hablar acerca del monte, ¡su instrucción fue que le habláramos al monte! Si vamos a obedecerle, debemos hablarle al monte de la enfermedad y echarlo de nuestras vidas.

El Señor le dijo a Charles Capps: Yo le he dicho a mi pueblo que pueden tener lo que digan, pero ellos dicen lo que tienen. En lugar de decir «estoy sano», la mayoría de cristianos dicen «estoy enfermo», y así refuerzan la enfermedad o el mal en cuestión.

«Pero, me incomoda decir que soy sano cuando mi cuerpo todavía se siente enfermo». No debería ser así. No le incomodó a Abraham. Él fue por todos lados llamándose a sí mismo «padre de una nación grande» durante años, aunque ya era viejo y no había tenido un solo hijo. ¿Por qué lo hizo? Porque «creyó [ en Dios], el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen» (Romanos 4:17). Abraham estaba «plenamente convencido de que [Dios] era también poderoso para hacer todo lo que había prometido» (v. 21).

Mire, Abraham no estaba «tratando» de creerle a Dios ni estaba asintiendo mentalmente con lo que Él había dicho. No, él se había sumergido en la Palabra de Dios hasta que esa Palabra fue más real para él que las cosas que podía ver. A él no le importó que tuviera 100 años de edad.

No le importó que Sara hubiera sido estéril toda la vida y ni siquiera estuviera ya en edad de tener hijos. Todo lo que le importó fue lo que Dios dijo, porque sabía que su Palabra era verdad.

Si usted no tiene esa clase de fe para recibir sanidad ahora mismo, permanezca inmerso en la Palabra hasta que la obtenga. Después de todo, «la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10.17).

Lea, estudie, medite, escuche y vea vídeos de enseñanzas buenas y llenas de fe, y observe nuestros programas de televisión TODOS LOS DÍAS hasta que la Palabra de Dios sobre la sanidad sea más real para usted que los síntomas en su cuerpo.

Persevere en ello hasta que, como Abraham, usted no se tambalee por incredulidad en la promesa de Dios, sino que crezca fuerte en la fe mientras da alabanza y gloria a Dios (cp. Romanos 4:20). Y habiendo acabado todo, estar firmes.

A medida que usted pone en práctica la receta de Dios para la salud en su vida, no se desanime si no ve resultados inmediatos. Aunque muchas veces la sanidad llega al instante, también hay ocasiones en las que sucede de forma más gradual. Por eso, no permita que los síntomas transitorios le hagan dudar. Después de todo, cuando usted va al doctor no siempre se siente bien de inmediato.

El medicamento que le da requiere cierto tiempo antes de empezar a hacer efecto pero usted no permite que la tardanza le desaliente.

Usted simplemente cumple las órdenes del médico y espera sentirse mejor pronto. En realidad, usted se está sometiendo a un «tratamiento» de su espíritu que es la fuente sobrenatural de vida y salud para su cuerpo físico. Tenga esa misma clase de confianza en la medicina de Dios.

Entienda que tan pronto usted empieza a tomarla es cuando inicia el proceso de sanidad.

Mantenga altas sus expectativas y tome la determinación de continuar firme en la Palabra hasta que usted pueda ver y sentir los efectos físicos totales del poder sanador de Dios.

Cuando el diablo le susurre palabras de duda e incredulidad, cuando le sugiera que la Palabra no está produciendo resultados, trate con esos pensamientos de inmediato. Derríbelos (lea 2 Corintios 10:5).

De ser necesario, diga en voz alta «reprendo al diablo, lo ato y le prohíbo la entrada a mi mente. No voy a creer sus mentiras. Dios ha enviado su Palabra para sanarme, y su Palabra nunca falla. Esa Palabra empezó a obrar en mi cuerpo el mismo instante que la creí, así que en cuanto a mí, mis días de enfermedad se han acabado. Declaro que Jesús llevó mi enfermedad, mi debilidad y mi dolor, y que soy libre para siempre». Luego, «habiendo acabado todo» permanezca firme hasta que su sanidad se manifieste plenamente (lea Efesios 6:12-14).

No retroceda ni ceda terreno. No titubee, pues como dice Santiago 1:6-8: «el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos».

Por encima de todo, mantenga su atención firmemente enfocada en la Palabra, no en los síntomas físicos. Sea como Abraham que «no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo» (Romanos 4:19).

En lugar de enfocarse en sus circunstancias, enfóquese en lo que Dios le ha dicho. Desarrolle una imagen interior de sí mismo(a) con la manifestación plena de su sanidad.

Véase bien y saludable. Véase completamente restaurado(a). Véase sanado(a) en todo sentido. Puesto que aquello que usted mantenga ante sus ojos y en sus oídos determina lo que creerá en su corazón y lo que hará en la práctica, dele prioridad a la Palabra de Dios en su vida.

Siga tomando la medicina de Dios conforme a las instrucciones y confíe en el Gran Médico porque ¡Él es quien hará esta maravillosa obra de sanidad en usted!

Escrito por Gloria Copeland

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