A usted le toca decidir

por Kenneth Copeland

En 34 años de ministerio, he notado que de vez en cuando llega alguien con la gran revelación de que Dios es soberano, y empieza a predicar que porque Dios es Dios, Él puede hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera.

Bueno, eso es cierto… en parte.

Muchos en la iglesia han mantenido una noción de la soberanía de Dios según la cual no hay nada que nosotros podamos hacer o decir en cuanto a nada.

Creen que si Dios decide que vamos a ir al infierno, entonces vamos a ir al infierno. Si Dios decide que vamos a ser salvos, entonces vamos a ser salvos. Si Dios decide que vamos a enfermarnos o ser sanados, a ser pobres o ricos, o sea lo que sea que ÉL decida, entonces así es como va a ser.

El problema es que esa manera de pensar ignora por completo palabras bíblicas muy importantes como todo aquel y cualquiera.

«Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo [el Ungido], es nacido de Dios…» (1 Juan 5:1). «Cualquiera que dijere a este monte… y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.» (Marcos 11:23). «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10:13).

El punto es que Dios sí es soberano, pero Dios en su soberanía nos ha dado su Palabra soberana y eso significa que a nosotros nos corresponde desempeñar un papel definitivo.

De hecho, nosotros somos quienes emitimos el voto decisivo en todo lo relacionado con nuestra vida.

No más carnada

Hoy día hay muchos creyentes que han aceptado a Jesús como su Señor y Salvador pero nunca se han sujetado realmente a su autoridad en todas las áreas de su vida. Eso sí, creen que lo han hecho, pero no es así.

En consecuencia, la mayoría de cristianos en realidad siguen sujetos a las ideas y la manera de hacer las cosas del mundo, no a las de Dios. No están sometidos a la autoridad de Dios, la unción de Dios ni los caminos de Dios.

Permítame mostrarle a qué me refiero. Santiago 4:6-7 nos dice que Dios «resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios».

Con el correr de los años, la gente «religiosa» ha desarrollado una mentalidad según la cual ser humilde equivale a denigrarse a sí mismo.

«No soy más que un vil gusano indigno de las promesas de Dios».

Bueno, tal vez eso sea cierto en su caso, el mío y el de todos los demás, excepto que toda esa indignidad fue lavada por la sangre de Jesús.

La verdadera humildad basada en la Biblia consiste en que digamos: «Si así lo dice la Palabra de Dios, ¡así es como es y yo estoy de acuerdo!» Eso es lo que significa ser humilde y someterse a Dios.

Si usted fuera atacado en su cuerpo por alguna enfermedad o dolor, humillarse y someterse a Dios sería decir: «La Palabra de Dios dice que por las llagas de Jesús fui sanado. Entonces, yo fui sanado. Esa es la verdad en este asunto. La recibo y me someto a ella como la autoridad absoluta y definitiva».

¿Qué significa esto? Que usted se está humillando bajo la poderosa mano de Dios (cp. 1 Pedro 5:6a).

¿Y para qué? La Biblia dice: «Para que él os exalte cuando fuere tiempo» (v. 6b)

Mire, no es que Dios no quiera que seamos exaltados, lo que Él no quiere es que nos exaltemos a nosotros mismos. El texto bíblico dice que Él es quien nos exalta.

Recuerde que Dios resiste a los soberbios, así que cuando renunciemos al orgullo y a tratar de hacer todo a nuestra manera, y nos humillemos y sometamos a Dios y a sus caminos, no experimentaremos resistencia alguna de parte de Dios y su gracia empezará a fluir libremente.

Cuanto más declaremos la sanidad y cuanto más pronunciemos la verdad, tanto más andaremos en ella.

Todos los síntomas imaginables

Un ejemplo maravilloso de humillarnos y someternos a Dios, especialmente en lo que se refiere a la sanidad, se encuentra en el relato de la mujer con el «flujo de sangre».

Marcos 5:25-26 nos dice que cierta mujer padecía un flujo de sangre desde hacía 12 años, «y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor».

Doce años es mucho tiempo para aguantar una enfermedad. También lo es para sufrir maltrato por parte de doctores que no tienen la menor idea del problema ni de cómo solucionarlo. Tan solo imagine la cantidad de pócimas que le dieron o los tratamientos y operaciones que le hicieron.

Lo que sí sabemos con certeza es que quedó en la ruina tratando de mejorar su situación y en lugar de ello empeoró.

Ella está enferma, arruinada, agotada, deprimida y oprimida, y va de mal en peor. Para colmo de males, fue relegada por la sociedad debido a su enfermedad, y podemos imaginar cuán condenada y afectada moralmente se sentía por lo que le dijeron probablemente los fariseos y demás líderes religiosos.

Mejor dicho, esta mujer fue saqueada a tal extremo por el diablo que no solo perdió todo lo que tenía sino también todo lo que era.

Sin embargo, un día oyó acerca de Jesús. ¿Qué cree usted que ella oyó?

La Biblia nos dice que Jesús tenía por costumbre entrar en las sinagogas y leer la Palabra. En una ocasión en particular, le asignaron una lectura del libro de Isaías:

«Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:17-19).

Ese fue el mensaje que Jesús predicó dondequiera que fue, y puede estar seguro de que fue el mismo mensaje que oyó la mujer en algún punto durante el ministerio de Jesús, bien fuera en persona o a través de un conocido que lo había oído de otro amigo que lo había oído de un amigo.

Jesús fue ungido para predicar el evangelio a los pobres. Ella había gastado todo su dinero en remedios que no le dieron buenos resultados.

Jesús fue enviado a sanar a los quebrantados de corazón. La palabra que se traduce «quebrantados de corazón» significa literalmente deteriorados. Ella estaba deteriorada en su cuerpo, su mente y su corazón.

Jesús fue ungido para pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos. Aunque la mujer no estaba ciega físicamente, seguramente se sentía indefensa e vulnerable pues casi todos a su alrededor se habían aprovechado de ella. Además, ella era literalmente cautiva de esa enfermedad.

Jesús también predicó «el año agradable del Señor», una frase que aludía simplemente a la cancelación sobrenatural de una deuda. En conclusión, esta mujer clasificaba como destinataria de todo el mensaje mesiánico.

Marcos 5:27-28 nos dice que tras enterarse de la presencia de Jesús, la mujer «vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva».

Note que ella no dijo «seré sana». No, ella dijo «seré salva». Esa palabra se traduce literalmente como paz, prosperidad, plenitud.

Con el simple acto de tocar el borde del manto de Jesús, la mujer esperaba extraer para sí la unción de Aquel de quien tanto había oído hablar. Es decir, ella abrigaba la esperanza plena de que nada más faltaría en su vida. Ella se había propuesto alcanzar la plenitud.

Cómo conectarse con Jesús

Para recibir algo de Dios, debemos hacer lo mismo que esta mujer con el flujo de sangre: humillarnos y someternos a Él.

Marcos 5 dice que en el mismo instante en que la mujer con el flujo de sangre tocó el manto de Jesús, ella sintió en su cuerpo que había sido sanada.

«Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidosí… Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad» (vv. 30, 32-33).

En todo sentido posible, esta mujer se había sujetado a la autoridad de Jesús. Había oído su Palabra. La había creído. Empezó a declararla una y otra vez con sus labios, y luego actuó de conformidad con ella.

Su fe en las palabras de Jesús la llevó a cambiar sus propias palabras, y ella cambió el curso de su vida para que se ajustara a sus palabras de fe. Por eso la respuesta que Jesús le dio fue: «Hija, tu fe te ha hecho salva… » (v. 34a).

Ciertamente, la unción de Jesús fue lo que la liberó de todas sus ataduras, pero toda la unción en el mundo podría haber estado al alcance de su mano (y así fue) sin servirle de nada, si ella no la hubiera reclamado para bien suyo mediante su fe. La fe de la mujer se conectó con la unción de Jesús e hizo que fluyera a través de su cuerpo y cambiara su situación.

Jesús también le dijo «vé en paz, y queda sana de tu azote» (v. 34b). En otras palabras, le dijo que permaneciera en la sanidad y plenitud que había encontrado.

¿Cómo? Siguiendo sujeta a su Palabra, sujeta a su autoridad y sujeta a su unción.

Entre tanto, había otra persona pendiente de Jesús en ese momento que también quería beneficiarse de su unción. Era alguien que también se había humillado ante Dios y que se sujetó a la autoridad de Jesús. De hecho, era un hombre que también tenía cierto nivel de autoridad. Se trataba de Jairo, uno de los principales de la sinagoga.

Aquellas demoras inesperadas

Retrocedamos en Marcos 5 a los versículos 21-24. Toda la escena que incluyó a la mujer con el flujo de sangre empezó justo después que Jairo acudió a Jesús, se postró a sus pies y le rogó con insistencia: «Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá» (v. 23).

Jesús fue con Jairo, avanzando con dificultad entre la apretada multitud que se había congregado, pero fue en ese momento que llegó la mujer con el flujo de sangre, tocó a Jesús y fue sanada por completo.

No obstante, quiero señalar que pasó cierta cantidad de tiempo desde el momento en que Jesús se detuvo a hablar con esta mujer y le ministró, hasta que reanudó la marcha con Jairo. La Biblia dice que la mujer le contó a Jesús «toda la verdad» de su historia cuando Él la descubrió.

Durante todo ese tiempo, Jairo se mantuvo callado. Podrá imaginar todas las oportunidades que tuvo para salirse de su postura de humildad y sumisión a Jesús, asumir una postura soberbia y dejar que la carne se encargara de hacer las cosas a su manera. Después de todo, Jairo era un líder reconocido en la sinagoga. Además, tenía autoridad religiosa y legal para mandar apedrear a aquella mujer por estar en público con su condición.

Como mínimo, Jairo pudo haberse puesto a murmurar para sus adentros con pensamientos como estos: A ver señora, termine ya de contar su historia, ¡no tenemos tiempo para oír todos los detalles! O, ¿Fue para esto que hice el ridículo en frente de todosí ¿Qué es esto? ¡Mi hija se está muriendo!

Y así fue, mientras Jesús hablaba con la mujer alguien llegó de la casa de Jairo e informó que su hija había muerto.

No obstante, yo creo que durante toda la «demora» Jairo no actuó ni se sintió de ese modo. De lo contrario, habría perdido a su hija.

Lo único que Jairo hizo fue postrarse a los pies de Jesús y hacer su declaración de fe: «Pon las manos sobre ella, y vivirá». Después de eso se quedó callado. Si hubiera hecho algo diferente, se habría perdido el testimonio de la sanidad de la mujer y lo que Jesús le enseñó a ella sobre la fe y sobre cómo mantener su sanidad íntegra.

Después de oír todo eso, la fe de Jairo tuvo que haberse edificado. Por eso creo que cuando él oyó la noticia de que su hija había muerto, estuvo en capacidad de proseguir en fe.

Marcos 5:36 nos dice que Jesús también oyó la noticia, y la instrucción que le dio a Jairo fue: «No temas, cree solamente». El texto original de ese versículo se traduce literalmente: «Detén el temor y sigue creyendo». Y eso es exactamente lo que Jairo hizo.

Cómo se cancela un funeral

Cuando Jairo llegó a su casa con Jesús, siguió en sumisión a la autoridad de Jesús y a su manera de hacer las cosas. Así fue como Jesús tomó el control de su hogar.

Jesús empezó de inmediato una «limpieza doméstica», sacando de allí toda la duda y la incredulidad representada por todos los familiares, amigos y vecinos que «lloraban y lamentaban mucho» (Marcos 5.38). En el proceso, toda esa gente se ofendió a causa de su orgullo, ante Jesús y su forma de manejar el asunto.

Pero tan pronto se despejó la casa, fue cuestión de minutos antes que la niña cuya muerte habían lamentado con tanto bullicio, volviera a la vida.

Ahora, yo creo que de algún modo, al llegar la noche y después que todos se calmaron, hubo una celebración privada y tranquila tras puertas cerradas. Permítame explicar.

En medio de toda la conmoción de la multitud que siguió a Jesús a la casa de Jairo, en medio de todo el alboroto de los plañideros que fueron echados de la casa de Jairo, yo creo que había una mujer que no quería irse, una mujer que por primera vez en 12 años, estaba sana.

Imagínese a esa mujer siguiendo a Jesús y Jairo a cierta distancia, luego junto al portón cuando salió un montón de parientes y amigos cercanos desconsolados y ofendidos de la casa de Jairo. Imagínesela tan cerca de la escena que alcanzó a oír las exclamaciones de alegría de un padre y una madre que recibieron de nuevo a su hija y a quienes Jesús «les mandó mucho que nadie lo supiese», en su hogar y tras puertas cerradas (Lucas 8.56).

Ahora imagínese a Jairo aquella noche durante la cena, presentándole a su esposa y a su hija de 12 años a una mujer a quien había conocido unas horas antes, una mujer cuyo testimonio de fe y coraje le inspiró a no abandonar su propia fe.

Amigo mío, ser humilde no es denigrarse a sí mismo; es simplemente sujetarse a la autoridad de Jesús, sujetarse a su Palabra y a su unción.

Sí, Dios es soberano. Pero un Dios soberano nos ha dado su promesa soberana. Él decidió y declaró que nosotros, que usted y yo, tenemos nuestra parte y que tenemos algo que hacer y decir por nuestra cuenta. Él nos ha dicho qué hacer, y sabemos qué esperar. Claro, si no obedecemos, nada sucederá. Pero si obedecemos su Palabra, nos volvemos partícipes de su naturaleza y propósito divinos.

Nosotros seremos todo lo que la Palabra diga que podemos ser, haremos todo lo que la Palabra diga que podemos hacer, y tendremos todo lo que la Palabra diga que podemos tener. Somos coherederos con el Ungido, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Tomado del nuevo libro por Gloria Copeland: Bendecida abundantemente.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí