Articulos Cristianos – Hijos de pastores, líderes u otros ministerios


Los saludo en el amor de Cristo, les comparto este material, espero sea de bendicion.
 

Hijos de pastores, líderes u otros ministerios

(Exclusivo para papás y mamás)

Desde siempre había pensado, basada en mis observaciones como simple creyente, sustentando mis opiniones solamente en lo que creía ver de la vida de la iglesia, que efectivamente los hijos de los pastores gozaban de ciertos "privilegios" por su calidad de tales.

Es verdad también, debo decirlo, que jamás eso me causó ningún conflicto, celos o problemas de ningún tipo, como veía que podía causarle a otras personas o más precisamente, a otros jóvenes de mi misma generación. Para mí era sólo un hecho, sin demasiadas connotaciones positivas o negativas…

Nunca había vivido la "familia pastoral desde dentro", y tal vez por esta razón había sostenido opiniones infundadas, y la mayoría de las veces equivocadas al respecto.

Hace ya muchos años que pasé de un mirador a otro, de un lugar de observación a otro, y mis apreciaciones variaron considerablemente, por no decir, absolutamente: llevamos, junto a mi esposo, diecisiete años en el ministerio pastoral, y tenemos hijos adolescentes… Ya no veo las cosas como antes, y de esto se trata este artículo.

La problemática de los "Hijos de pastores" es una cuestión que me desvela desde hace, por lo menos, tres años, y creo que el Señor puso esta inquietud en mi corazón no solamente como una carga para orar al respecto, sino también para intentar comprender qué ocurre en el corazón de alguno de estos jóvenes, y así posibilitar una ayuda eficaz.

El por qué de la palabra "problemática" 

Utilicé la palabra "problemática" porque entiendo que existen un conjunto de características, sentimientos, reacciones, manifestaciones, experiencias, etc. que son comunes a una gran mayoría de nuestros hijos (hijos de pastores). Y digo "una gran mayoría", porque la experiencia me dice que no todos los hijos de pastores padecen esta problemática que detallaremos a continuación, puesto que inciden muchísimo en la vivencia los factores de carácter y personalidad de dichos niños o jóvenes. Esto es: frente a las mismas circunstancias, idénticas experiencias o los mismos padres, es posible que dos niños/jóvenes reaccionen de formas diametralmente opuestas; que frente al mismo hecho, ambos lo perciban totalmente diferente, lo lean de maneras diversas, y consecuentemente sean afectados en formas muy dispares.

Como en todo, no puede estandarizarse, es verdad. Pero de lo que se trata este artículo es de aquello que yo misma tenía como una hipótesis de trabajo, basada en mi experiencia y mi observación, y que luego pude comprobar como un fenómeno más extendido en el contexto del taller "Hijos de pastores" realizado en el último retiro de jóvenes.

Casos que quedarán transitoriamente fuera de nuestro análisis

Dejaremos ex profeso fuera de nuestro análisis los casos que entendemos y esperamos, en la bondad de Dios, son las excepciones a la regla, los fenómenos aislados, aquellos en los cuales la problemática de los hijos se debe atribuir pura y exclusivamente a problemáticas familiares. Aclaremos:

  • Padres (pastores en ejercicio) que son de una forma frente a la congregación, y muy de otra en la intimidad del seno familiar: predican la santidad, pero se permiten toda suerte de "recreos"; tratan amablemente a los hermanos, pero maltratan a la esposa/esposo y/o hijos; disciplinan con rigor a las personas y/o hijos, pero son indisciplinados o desordenados en las áreas poco visibles.
  • Padres (pastores en ejercicio) que hacen pasar a los suyos toda suerte de miserias no a causa de la obra, sino a causa de su propia haraganería, encubierta de "piadoso servicio".
  • Padres (pastores en ejercicio) que someten a los suyos a una rígida disciplina, pero ellos jamás podrían predicar con el ejemplo, puesto que serían incapaces de llevar sobre sus lomos la carga que depositan en otros.
  • Padres (pastores en ejercicio) que no aman verdaderamente a Dios y a la Iglesia, sino que se sirven de ella para sus beneficios personales.
  • Etc.

La lista sería muy larga, y seguramente cada lector de este trabajo podría añadir varios ítems a los ya citados.

Sin embargo, no es a esta porción de la grey a la que me quiero referir, sino a la de aquellos hijos de pastores cuyos padres están dedicados fielmente a la obra de Dios, con amor y devoción, con un verdadero llamado, vidas probadas y aprobadas por Dios, aunque no perfectas, como nadie por el momento sobre esta tierra, cuyo amor y entrega por la Iglesia sólo puede compararse con el amor y la entrega que profesan por su propia familia.

Frente a este corpus, me pregunto, ¿Por qué es tan común ver hijos de esta clase de pastores que reniegan del Señor, que reniegan de su familia, que reniegan del ministerio, o directamente que se entregan a una vida disoluta o caen en diversos problemas emocionales, o de adicciones, o en fracasos matrimoniales, laborales o de otra índole?

Características distintivas de esta problemática

Al leer lo que sigue debemos tener en cuenta que esta es la descripción de lo que sienten los jóvenes hijos de pastor, aunque no necesariamente sea todo objetivamente como ellos lo sienten. De modo que al adentrarnos en este apartado, no lo hagamos con un ánimo pronto a refutar todo o a argumentar lo que no es razonable: hagámoslo con el mismo corazón y disposición que ponemos al sentarnos en nuestra oficina con un hermano para consejería, lentos para hablar y ávidos de escuchar con empatía.

Los jóvenes, nuestros hijos, tienen esto para decirnos…

  • Problema de identidad: llegados a su adolescencia, con toda la crisis lógica de identidad que la adolescencia implica y que es propia de la edad y de esta etapa de la maduración de todo individuo, en ocasiones los hijos de pastores (en adelante, HIP) se enfrentan a una crisis adicional: se encuentran con que ellos no eligieron ser quienes son, es decir que el ser cristianos, y mucho más, pertenecer a una familia dedicada al ministerio, les viene como herencia, y para mayor mal, a veces esta no es una herencia deseada. El adolescente, todos ellos, deben definir su identidad en esta etapa: quiénes son, qué quieren ser, cuáles son sus gustos, sus amistades, etc. Normalmente, en un primer movimiento de ese proceso de individuación, eligen lo opuesto a lo que ya tenían, como manera de reafirmar su independencia incipiente, y como forma de diferenciarse de sus padres. (Luego este movimiento se equilibra, una vez definida la personalidad, y no siempre permanecen las primeras elecciones, tan radicalizadas). Este es un recurso necesario e inconsciente que todos los seres humanos realizan llegada cierta etapa de la maduración, y no hay por qué temerle. Algunos lo transitan sin mayores sobresaltos, otros por vías más escabrosas, pero lo que necesita el adolescente en esa etapa es seguridad, contención, comprensión, amor y paciencia. Ahora bien, el HIP problemático piensa que no es cristiano porque quiere sino porque le ha sido impuesto: él cree no haber elegido serlo, y como consecuencia se rebela. Todos sabemos que la conversión es un hecho personal e individual, y esto está claro bíblicamente. Por ello no es difícil comprender que aunque se hayan convertido en su niñez, al llegar a su adolescencia sientan que la suya verdaderamente no ha sido una elección entre dos cosas, sino la elección con una sola opción, y por eso se vuelcan incondicionalmente hacia la opción que sienten les ha sido negada. Es de esperar que, culminado este proceso, nuestros hijos vuelvan a elegir, pero ahora sintiéndose libres para hacerlo, y si hemos sembrado en ellos la buena semilla, con toda seguridad dará su fruto, aunque el proceso haya sido largo, costoso, y muy doloroso para el resto de la familia.
  • El llamado: Definitivamente ligado al punto anterior encontramos el asunto del llamado al ministerio. Como resulta obvio, ellos no sienten que han sido llamados al ministerio, y lo sienten bien. No se equivocan… Puesto que podrán ellos mismos sentir un llamado: pero no es el mismo que han sentido sus padres. Puede ser a la misma tarea, puede ser hasta en el mismo momento. Pero el llamado es personal, no grupal. De manera que si ellos mismos no han tenido un llamado de parte de Dios al ministerio de sus padres, hacemos muy mal en demandarles cosas que Dios nos demanda a nosotros en consonancia con su llamado. Muchos HIP nunca han tenido un solo problema con este punto. Se sienten naturalmente involucrados en el llamado de sus padres y está bien que así lo sientan… Pero también estará bien si no lo sienten, aunque nos duela. Deberemos esperar pacientemente que Dios hable a su corazón, los tire del caballo o los haga bajar del árbol… Pero será Dios quien los llame o no los llame, y a esa voz deberán responder por sí o por no. Este es el segundo problema más grande que aqueja a los HIP: ellos no eligieron ser los hijos del pastor, y por tanto no quieren cargar con las responsabilidades que esto implica, o las que equivocada e inútilmente, nosotros u otros les hacemos llevar.
  • La vidriera: La familia del pastor siempre está sometida a una vidriera demasiado ancha e indiscreta. Nada o casi nada pasa en su seno sin que sea visto, apreciado y justipreciado por todos los que se asoman a ella creyéndose con derecho… Cualquier cosa puede perdonarse a los demás niños/jóvenes, pero seguramente se juzgará impropia del HIP: deben siempre ser ejemplo, saludar a todos, aunque sin ganas, estar siempre gozosos y orar sin cesar, ser pacientes, dejarse abofetear sin quejas, llevar una milla más la carga, negarse a sí mismos, no gustar de ningún placer, no tener ninguna tentación y mucho menos caer en ellas, mostrarse amigable y amoroso con todos, ayunar seguido, y siempre estar disponible… Y esto está bien, es bíblico… Pero una cosa es que uno de pronto se dé cuenta de que Dios está demandándole algo así y lo acepte de propia voluntad, y otra cosa muy distinta es que los demás quieran decidir por uno. Me pregunto: ¿Tiene algún valor? Me contesto categóricamente: no. La iglesia del Señor nunca debería parecerse a un circo romano, en donde morían los cristianos despedazados por las fieras mientras otros "seres humanos" miraban desde las gradas y pedían más sangre. Y no digo que lo sea… Pero a veces nuestros hijos sienten que se le parece, y esto destruye su fe, y hasta puede destruir su vida. A veces sin darnos cuenta, creyendo hacerles un bien, nosotros, pastores, sus papás, nos plegamos a la ideología de la "vidriera" y les exigimos cierta conducta, "por lo que los demás dirán", por lo que pensarán de nosotros si ellos no son un buen ejemplo, por lo que harán otros jóvenes "copiando" el modelo… Y este es un error letal: si no pondríamos en esta vidriera a ningún otro, por insana, por inútil, por dolorosa y despiadada… ¿Por qué lo hacemos con nuestros propios hijosí Si alguno quiere copiar lo malo, será porque ya lo tenía en su corazón, y deberemos aconsejarlo también como padres. Nuestros hijos son personas como todas, necesitadas del amor y del perdón divinos como todas, falibles como todas, imperfectos como cualquiera… No son más y no son menos que nadie: son comunes, y así debemos entenderlo. Y la iglesia debe ser enseñada y entrenada en misericordia, paciencia y gracia. Porque todos somos sólo hinchazón y podrida llaga, rescatados por el precio de la sangre de aquel que no se averguenza de nosotros cuando caemos, sino que nos atrae con lazos de amor al arrepentimiento, como debemos esperar que también hará con nuestros propios hijos llegado el momento.
  • Una familia demasiado grande: El HIP debe acostumbrarse a convivir con la realidad de que papá y mamá no son de su exclusividad. Deben compartirlos con mucha más gente de la que en verdad quisieran, con gentes de su agradado y con otros no tan agradables, a los que sin embargo y necesariamente, se ven obligados a a amar y recibir amablemente. Es verdad que a muchos los formará en amplitud de corazón, en desinterés, en capacidad de dar y amar incondicionalmente… Pero por alguna razón que desconozco, a otros les creará inseguridades, celos y tristezas, y aunque pensemos que no tienen fundamento, o que son demasiado mezquinos, haremos bien en escuchar lo que les pasa. El teléfono de la casa suena a toda hora, y no respeta sueño, distracción, cena familiar o momento de charla distendida… Y lo que es peor, muchas veces es más importante el problema que cualquiera está transmitiendo a través de la línea, que el relato de la última evaluación de matemáticas de nuestro hijo, o de su dolor de muelas… Y por aquello de que algunos hospedaron ángeles… siempre hay alguien a quien dejarle la cama, la habitación, etc… Y si un problema surge, habremos de suspender el paseo o el viaje… Y no digo que todo esto esté mal: digo que uno que ha recibido el llamado, voluntariamente, acepta considerar siempre a los demás más que a nosotros mismos, y buscar siempre más el bien ajeno antes que el propio. Pero si es fácil para nosotros… No siempre lo es para nuestros hijos, hasta que ellos mismos no sientan la voz de Dios al respecto.
  • El sufrimiento de papá y mamá: Cuando los pastores sufrimos a causa de la obra, y ninguno que lleve su ministerio con pasión estará exento de sufrimiento, debemos comprender que en casa no es el pastor el que sufre: es papá y es mamá. Y si a nuestra carne le es duro aceptar esta realidad, mucho más duro es aceptarla a nuestros hijos, quienes están demasiado tiernos en su fe como para comprender la locura de la cruz. Los dolores de la obra, los sinsabores, las bofetadas de los que siempre hay en las iglesias, las devoluciones de males por bienes, el ser defraudado, aunque no los transmitamos explícitamente, (que jamás deberíamos hacerlo, ni quejarnos, ni contar estos problemas), igualmente serán percibidos por nuestros hijos de una u otra forma, en nuestro rostro y nuestro estado de ánimo o desánimo. Y con esto también deberán crecer los HIP. Nuestra vida, nuestra fe, nuestra confianza en Dios, nuestro testimonio y nuestra capacidad de sobreponernos irá contrabalanceando la percepción que del ministerio tengan nuestros hijos, y llegado un tiempo podrán tomar ejemplo de cómo vivimos, y se sentirán más seguros. Si nuestro mensaje subliminal en casa es que la Iglesia, el ministerio o los hermanos nos destruyen, nos matan, nos arruinan la vida, pero que igual seguimos en esto, la lectura que nuestros hijos harán será: una, que somos masoquistas, y dos, que definitivamente ellos no quieren eso para ellos mismos.
  • Las apreturas económicas: sufrir estrechez por causa del ministerio, es un privilegio: esto es una gran verdad. Aunque, como antes, debemos llamar la atención acerca de que esto es lo que nosotros hemos elegido, en total libertad… Y nuestros hijos deberán elegirlo también… ¡En total libertad!. No digo que debemos preguntarles ¿Querés ser pobre? Porque seguramente la respuesta será negativa. Digo que es lógico que si sometemos a nuestra familia a toda suerte de miserias y siempre ponemos como razón que es a causa del ministerio, no esperemos que nuestros hijos no abriguen resentimientos en el futuro respecto de esta realidad. Si en cambio nos ven esforzados y gozosos, pero procurando siempre traer lo necesario a casa, entonces tomarán ejemplo de nosotros. Porque nuestros hijos nunca pensarán mal de nosotros cuando son niños. Nunca pensarán que somos haraganes o despreocupados: será más fácil echarle las culpas a otros… Y quizás ese otro será la Iglesia, por desgracia.

Estas serían, a grandes rasgos, las características más englobadoras de la problemática de los Hijos de Pastor. Hay muchas variantes, y muchas otras que podrían incluirse dentro de alguna de ellas.

Lo importante es saber que si tenemos un caso así en nuestra congregación o en nuestra propia familia, no estamos solos: es una problemática común, y tiene solución, si es que podemos encontrar la mano del Señor guiándonos.

Casos y cosas…

  • Yo, la peor de todas: A causa, precisamente, del "síndrome de la vidriera", una joven hija de pastor me explicaba su caso: por mucho tiempo siempre se sintió demasiado sometida a la mirada escrutadora de todos. Y, lo que es peor, su conducta siempre juzgada por cualquiera. Por más que se esforzara en su vida por ser la mejor, porque todo el tiempo sentía que los demás le exigían ser la mejor, nunca lo lograba. Siempre el estándar se corría un poco más allá. Como nada de lo que hiciera alcanzaba, por más empeño que pusiera, entonces deliberadamente eligió ser la peor… Y lo consiguió con éxito: probó todos los excesos, hizo lo que quiso… Se enfermó de bulimia y anorexia… Ahora sí hablarían de ella con propiedad… Es una reacción loca, es cierto… Pero pensemos hasta qué punto podemos hacer daño a nuestros hijos, y hasta qué punto pueden ellos sentirse presionados.
  • Si no soy lo que mis papás (pastores) esperan de mí, entonces no me quieren: Frente a la exigencia o a la demanda (real o imaginada por los hijos) que significa ser HIP, y ante el "aparente fracaso", algunos papás nos desanimamos rápidamente. Nuestros hijos a menudo creen (espero que equivocadamente), que si no son lo que esperamos entonces dejaremos de amarlos, y lo viven patéticamente. Algunos luchan por años sólo por satisfacer a sus padres, sin un verdadero encuentro con el Señor, de modo que a poco de andar se desaniman y abandonan la carrera, con una cantidad de miedos y culpas generados por la aparente falta de aceptación. Es verdad que no es fácil este trance para ningún padre: pero deberíamos animarnos a sentir con el corazón del Señor, quien no nos amó por lo que éramos, sino de pura gracia. Nuestros hijos deben poder ver en nosotros, y por nuestra conducta frente a ellos, aun en su peor rebeldía, el mismísimo corazón de Dios llorando, latiendo y aguardando con paciencia hasta que regresen. El juicio, el desamor, la deficiente aceptación, no muestra al Cristo que queremos transmitirle… Firmeza, sí, cuando haga falta. Amor y compasión, siempre, como nuestro Señor con nosotros.
  • Si mi papá las vivió todas, y ahora hasta es pastor… ¿Por qué yo no puedo?: Normalmente, uno cree que con la propia experiencia alcanza para que nuestro hijo no transite las mismas veredas que nosotros, no se equivoque de la misma forma, o no sea malherido como lo hemos sido. Pero, lamentablemente, alguno de nuestros hijos "necesita" tropezar en los mismos escollos para aprender. No digo que debemos dejarlos ir por donde quieran, cuando no tienen edad para hacerlo. Digo que a veces nuestras palabras sólo hacen que ellos se encaprichen mucho más. Llegado a un punto, que cada papá sabrá cuál es, sólo nos queda orar mucho, muchísimo, y esperar en el Señor. Haremos bien en explicarle a qué se expone, mostrarle las marcas desagradables del pecado o la rebeldía en nuestra vida, pero en algunos casos, el aprendizaje deberán hacerlo ellos mismos, aunque duela, y nosotros sólo orar y estar siempre a la mano para levantarlos.  

Este artículo no pretende ser exhaustivo en la descripción de esta temática, que daría material para muchos artículos más, pero sí intenta marcar ciertas directrices que ayuden a los padres/pastores que están transitando por circunstancias semejantes.

Tener un hijo siempre es una bendición. Y si ese hijo está atravesando por un tiempo malo, difícil, desagradable, de rebeldía o de pecado, la bendición consistirá en cuidarlos, amarlos, sufrir con y por ellos, ganarlos en oración y mostrarles con nuestro amor, nuestra aceptación y nuestro perdón el mismísimo corazón del Padre.

No pretendo tampoco decir que los HIP son "pobres chicos", y que por ser tales se les debe perdonar cualquier cosa. Tampoco quiero acariciar su autolástima. Sólo quiero llamar la atención acerca de lo difícil que puede resultar para ellos ser nuestro hijo/hija, para que tengamos paciencia mientras crecen y maduran .

Es verdad, todos me lo dirán, que ser Hijo de Pastor es un privilegio. El privilegio de nacer y crecer en una familia cristiana, alejada del pecado y de las consecuencias desagradable que va dejando: pero esta realidad deberá ser descubierta por ellos mismos, desde lo profundo de su corazón, para que se convierta en un hecho para ellos también.

No debemos tener miedo al qué dirán: tal vez, indirectamente, Dios esté tratando con nuestro orgullo. Porque nuestra autoridad no proviene de nuestros hijos, sino de Dios, y es reflejo de nuestra sujeción, y no de la sujeción de nuestros hijos a nosotros.

En la difícil tarea de conducirlos hasta los pies del Señor pasaremos por momentos de tranquilidad y otros de extrema fatiga y desánimo: pero sepamos que en ambos el Señor estará con nosotros, porque nuestro primer ministerio, el más importante, quizás, será el de salir victoriosos de este trance.

Es una carrera de resistencia y paciencia, en la que deberemos echar mano de todas las palabras y promesas que Dios hace en lo general para cada familia de sus hijos, y en particular para la nuestra, y deberemos afirmarnos en nuestra seguridad de la salvación, la cual no proviene de lo que hacemos, sino de su gracia que nos preserva.

Nuestros hijos también están de su mano, y nada podrá arrebatarlos de ahí, ni aún el pecado: porque el pecado podrá separarlos momentaneamente, sin embargo, seguirán atados fuertemente con cuerdas de amor al trono de la gracia, y a su debido tiempo nuestro amoroso Señor recogerá las cuerdas atrayéndolos a sí.

Nuestra conducta hacia ellos habrá de ser a la vez de firmeza y de amor, en un sano equilibrio espiritual: sin forzarlos y sin dejarlos totalmente libres de elección mientras no tengan edad para hacerlo. Intentando no perder las riendas y la paciencia mientras esperamos que el Señor realice su obra. Porque por más empeño que pongamos, no es lo más importante que modifiquen su conducta exterior (que quizás podamos lograrlo en parte), sino que Dios toque su corazón para que ellos se decidan por Él y cambien de rumbo. Y esto sí que no podemos hacerlo nosotros con nuestras fuerzas: Dios debe hacerlo. Soberanamente. Amorosamente, como todo lo que El hace.

Ellos deben sentirse lo suficientemente libres, y a la vez, lo suficientemente contenidos y acotados con los límites que cualquiera necesita, como para poder elegir, en libertad y con libertad, si van a seguir a Dios o no.

Y cuando sientan que pueden hacerlo, entonces será la hora que Dios habrá escogido para que la semilla que implantamos en su corazón germine.

Mientras tanto, Dios seguramente estará tratando con nosotros…

Él estará quebrantándonos y haciéndonos de nuevo.

El Señor estará aumentando nuestra confianza en El y nuestra fe.

Tal vez produciendo en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria…

No desmayemos. Fortalezcámonos en Dios.

Porque El completará la obra que ha comenzado.

Echemos, pues, todas nuestras ansiedades sobre El, porque El tiene cuidado de nosotros, y sigamos caminando sin desmayar, sabiendo a quién hemos creído, porque tenemos seguridad en El que nos dice: Yo siempre habré de ser fiel.

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