Devocional Diario – ¿UN CONSEJO?


Un extraño pasaje en el libro de Eclesiastés se refiere al «rey viejo y necio que no admite consejos» (4.13). No es difícil comprender por qué un rey viejo, especialmente si era necio, pensaba y sentía que estaba más allá de toda amonestación o exhortación. Después de haber dado órdenes por años, con toda facilidad pudo haberse hecho a la idea de que, lisa y llanamente, no tenía necesidad de recibir consejos de otros.

Su palabra desde hace largo tiempo se había convertido en ley, y para él, el bien se había tornado en sinónimo de su voluntad, y el mal, en equivalente de todo lo que fuera contrario a sus deseos. Pronto, la idea de que hubiera alguien suficientemente sabio y capaz para reprocharle cualquier decisión ni siquiera se le cruzaría por la mente. Solamente un rey insensato y viejo se dejaría atrapar por tan necia postura, permitiendo que esta se instalara a tal punto en su corazón que ni siquiera percibía su existencia. Sin estudiar el proceso moral por el cual llegó a este endurecimiento, discernimos que ya le había llegado la hora del tañer de la campana. En todos los aspectos era un hombre perdido. Su cuerpo viejo, marchito y debilitado todavía se mantenía en pie, haciendo las veces de tumba móvil para un alma ya muerta. La esperanza había partido hace tiempo. Dios lo había entregado a su propio engreimiento y vanagloria, y pronto moriría también su físico. Su deceso no sería más que la muerte de un necio.
En varios periodos de su historia, a Israel lo caracterizó un corazón que rechaza el consejo; a cada uno de estos periodos le siguió, de manera indefectible, el juicio. Cuando Cristo vino a los judíos, él los encontró llenos, hasta el tope, de esa auto-confianza arrogante que no acepta amonestación. «Simiente de Abraham somos» —dijeron fríamente cuando él les habló acerca de sus pecados y su necesidad de la salvación. La gente común lo oía con agrado y se arrepentía, pero los líderes religiosos se sentían como el gallo en el gallinero, pues habían actuado como dueños y señores por tanto tiempo que no estaban dispuestos a entregar su posición privilegiada. Al igual que el viejo rey, se habían acostumbrado a tener la razón todo el tiempo. Reprenderlos era para ellos sinónimo de insulto, pues se consideraban más allá de todo reproche. Algunas iglesias y organizaciones cristianas han mostrado la tendencia a caer en el mismo error que destruyó a Israel: la resistencia a recibir consejos y amonestaciones.
Luego de cierto tiempo de crecimiento y labor exitosa se instala en ellos la psicología de la auto-satisfacción y entonces, el éxito mismo se convierte en la causa de su fracaso posterior. Sus líderes llegan al punto de reconocerse como los más escogidos y preferidos de Dios, convertidos en objetos especiales del favor divino, y consideran su éxito prueba suficiente de que esto es así. Por lo tanto, tienen que tener la razón en todo, y a cualquiera que trate de pedirles cuentas se le descarta instantáneamente como un entrometido, no autorizado, a quien debiera darle vergüenza atreverse a reprender a los que son sus superiores y mejores. Si alguno se imagina que estamos meramente jugando con palabras, que se acerque al azar a cualquier líder religioso y le llame la atención a algunas de las debilidades y pecados de la organización que dirige. Tal persona recibirá un rápido desaire, y si se atreviere a proseguir, será confrontada con los informes y estadísticas para comprobarle que está totalmente equivocada y no tiene derecho a hacer tales observaciones.
«Simiente de Abraham somos» será el tenor de su defensa. Y ¿quién va a atreverse a encontrarle defectos y faltas a la simiente de Abraham? Aquellos que ya no son capaces de recibir amonestación, probablemente no aprovecharán esta advertencia.
Después de que el hombre haya traspasado el borde del precipicio, no hay mucho que se pueda hacer para ayudarlo; pero podemos colocar hitos y señales en la ruta y así evitar que el próximo transeúnte se lance al vacío. A continuación presentamos algunos:
  1. No defienda a su iglesia u organización contra la crítica. Si la crítica es falsa no puede hacer ningún daño. Si es verdad, usted necesita escucharla y hacer algo al respecto.
  2. No se preocupe por lo que haya logrado, sino por lo que pudiera haber alcanzado si hubiera seguido al Señor de modo absoluto, y de todo corazón. Es mejor que creamos y digamos que «siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos» (Lc 17.10).
  3. Cuando se le censure y condene, no preste atención a la fuente. No pregunte si es un amigo o enemigo quien lo acusa. Sin embargo, en estas circunstancias el enemigo suele ser de mayor valor que el amigo, porque él no se deja influir por la simpatía.
  4. Mantenga su corazón abierto a la corrección del Señor y esté listo para recibir Su castigo, sin importarle de quién es la mano que porta la vara. Los grandes santos aprendieron a soportar una paliza con gracia —y tal vez esa sea la razón por la cual llegaron a ser grandes santos.Dios los bendiga.

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