Un Mensaje a la Conciencia – MORIR CON LAS BOTAS PUESTAS

Un Mensaje a la Conciencia

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20 jul 07

MORIR CON LAS BOTAS PUESTAS
por el Hermano Pablo

Estaba vestido de vaquero, del tipo cowboy del oeste norteamericano, de esos que aparecen en las viejas películas de Tom Mix y de Buck Jones: sombrero aludo, pañuelo rojo, guantes de cuero, y cinturón lleno de balas, con dos pistolas.

Así vestido, sereno y sonriente, Francisco Rosa, de cuarenta y nueve años de edad, descendió a la sepultura en el norte de México. Había pasado los últimos seis años de su vida en silla de ruedas, y quiso que lo enterraran con las botas puestas. Esta había sido su última voluntad.

Francisco había vivido toda su vida en el campo, entre rodeos de vacas y faenas del rancho. A los cuarenta y tres años, a raíz de una caída, quedó paralizado. Debió vivir en una silla de ruedas. Pero siempre había ansiado morir con las botas puestas, sentado sobre su caballo, ejerciendo su vocación.

Esto de morir con las botas puestas es un ideal. Significa morir en plena actividad, librando todavía la batalla de la vida, creando, componiendo, dirigiendo y enseñando. La perspectiva de morir viejo, olvidado, achacoso, tirado en una cama de hospital, abandonado de todos, o inmóvil en una silla de ruedas, es la menos deseada de todas.

Sin embargo, hay algo que puede alterar esa lúgubre perspectiva. Es vivir entregados a los demás, haciendo lo que podemos por ellos hasta el último día de nuestra vida. Es vivir volando en raudo vuelo, navegando con todas las velas desplegadas, galopando a campo abierto. O aun, ¿por qué no?, es morir dirigiendo la última sinfonía de una gran orquesta.

No obstante, para morir así, dueños de todas nuestras facultades, con nuestra fe y nuestra esperanza vivas, haciendo planes para el día de mañana, hay que vivir sirviendo a nuestro Creador y obedeciendo fielmente sus leyes.

Si estamos derrochando nuestra salud y nuestros mejores años en actividades egoístas, en afanes materialistas, sin pensar en nuestra alma ni en el prójimo, el final será sin vigor, sin alegría, sin esperanza y sin Dios.

Por eso, para morir «con las botas puestas», tenemos que estar soñando y planeando hasta el último momento de nuestra vida, y tenemos que tomar a Cristo, Señor viviente, como nuestro único Salvador, Señor, Maestro y Dueño. Así podremos asegurar una vida presente justa, digna y dichosa, y asegurar, además, un final bendito y glorioso. Ese es el destino de Dios para nosotros. Aseguremos ese destino sometiéndonos al señorío de Cristo.

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